¿El más romántico de los rusófilos habrá perdido sus últimas ilusiones con lo que parece ser el destape de la cloaca máxima, el escándalo que salpica al Estado ruso, al Kremlin, a muchos bancos occidentales y hasta al FMI? Siendo romántico y rusófilo, conservo mi convicción de que Rusia saldrá adelante, precisamente porque hace tiempo que no me hago ilusión alguna sobre los ``salpicados''. La guerra de Chechenia, con sus decenas de miles de muertos, fue algo definitivo. En cuanto a la asombrosa permanencia de estructuras, hombres y métodos de la Unión Soviética en la segunda república rusa, la había descubierto en 1995, escuchando con cierta incredulidad a un ``comprador'' francés, moscovita desde 1980.
Para esa fecha estaba empacando la impresionante colección de cuadros acumulada en su departamento de la élite estalinista, con vista sobre la Moskova y la Casa Blanca. Se movía a Shanghai, nueva bonanza mundial, según decía. Durante varias horas lo escuché, fascinado, hablar de la intersección entre tres círculos: el empresarial, el estatal y el criminal; de sus antecedentes soviéticos, de su genealogía, de la mafia rusa y de su proyección mundial, de sus ligas con los antiguos barones rojos, los nuevos ``oligarcas'', los ministros, los servicios de seguridad; de la continuidad --asombrosa sólo para los que no conocen la historia de la revolución francesa o no han leído a Balzac-- entre KGB y FSB. Habló con admiración de kaguebistas como Primakov y Stepashin; con desprecio de gente como Korzhakov, entonces muy cercano a Yeltsin; con admiración de los que llamaba ``canallas de alto vuelo'', como Berezovski y su rival mortal Gusinski. Con admiración irónica de la capacidad de Yeltsin para derrotar a todos en cuanto a la toma de vodka. Según él, el poder no estaba entre las manos del presidente, sino de un grupo en la sombra, el mismo que había hecho y deshecho a Gorbachov, antes de hacer a YeltsinÉ y de deshacerlo algún día.
Dejemos a un lado esa teoría del complot (por falta de información). En todo lo demás, mi informante, que se hizo rico en Rusia y se encuentra ahora entre Shanghai, Bali y Kano, tenía la razón. Hablaba por experiencia y se iba porque el juego era ya demasiado peligroso.
No se han comprobado las acusaciones contra Yeltsin, ni un eventual desvío de los créditos del FMI, pero el mismo FMI reconoció que el banco central de Rusia le había mentido. El director de dicho banco (por cierto, lo era ya en los últimos años de la URSS, otra continuidad) reconoció que su banco había exportado divisas hacia sociedades establecidas en paraísos fiscales; 10 mil millones de dólares, de origen desconocido, salieron en el último año de Rusia hacia el Banco de Nueva York, etcétera.
Los rusos dicen que todo es calumnia en el marco de las elecciones presidenciales rusa y estadunidense; que hay una alianza de hecho entre republicanos estadunidenses y comunistas rusos contra los ``demócratas'' de ambos países. Es parcialmente cierto, pero el fenómeno mayúsculo de la corrupción generalizada, comparable a la de Estados Unidos en varias etapas de su historia, queda fuera de duda. Antes de la caída de la URSS, el KGB y el banco central armaron una red bancaria y empresarial para sacar los grandes fondos del partido. Nadie sabe qué pasó con esos miles de millones de dólares, pero la red funciona hasta la fecha con los mismos hombres y sus nuevos socios.
La novedad es que la mafia rusa y la corrupción rusa han sido contagiosas y que la complacencia de los bancos estadunidenses, ingleses, alemanes, japoneses, suizos, españoles, etc., ha sido admirable. Antes de indignarnos contra los rusos, deberíamos hacer un poco de limpieza en nuestras casas. El lavado de dinero no es especialmente ruso, por desgracia, y la cleptocracia tampoco.
Para ir a contracorriente, cito a Lennart Meri, presidente de Estonia, gran conocedor de la URSS y de Rusia: ``El siglo 21 verá a una hermosa Rusia reformada. Una Rusia como no se ha visto nunca''. Comentando el éxito de su país, aclaró: ``Es más fácil enderezar la marcha de un pequeño país. Un supertanker necesita 16 millas náuticas; un kayak esquimal lo hace al instante''.