La ya constante, cada vez más acentuada, crisis económica arremete contra proyectos que parecían consolidados. Fue una de las causas de que cerrara el Foro de la Conchita, que durante más de quince años presentó obras de autores mexicanos. En cambio, a dos años de que abriera sus puertas el Foro Stanistablas parece navegar viento en popa y se mantiene como un espacio propicio al teatro de cámara. A diferencia del foro coyoacanense, en él se presentan obras de la dramaturgia internacional con una dignidad que no siempre se dio en el otro espacio. Hasta ahora, la premisa del Stanistablas ha sido ofrecer teatro de calidad y en este empeño lo hemos seguido muchos. Por desgracia, Dos gardenias no es el mejor texto presentado y tampoco representa la mejor elección para que la talentosa teatrista que es Patricia Reyes Spíndola se inicie en las tareas de dirección de escena.
Por un sinnúmero de razones (y sería muy interesante que algún reportero entrevistara a la directora y que ésta le contara la confabulación de sucesos previos, que en sí mismos son una buena trama para una comedia) se tenía lista una producción carente de obra. Manfred Helmus ofreció una idea y con base en ella se pudo convencer a la conocida guionista Fernanda Villeli. Se dio entonces un experimento teatral que con un poco de más tiempo para pulir los vacíos del texto y con un dramaturgo de mayor experiencia en teatro hubiera tenido resultados bien interesantes: una obra ceñida a las necesidades de la producción ya trabajada -lo que incluiría los números musicales- y a un reparto dado. La señora Villeli fue aportando las escenas por entregas -lo que explica su inanidad dramatúrgica- de una historia que se adecuara a lo trabajado hasta entonces. La historia, débil y muy previsible, parece ir hacia el thriller político, con muchos cabos sueltos, pero pesa más la anécdota amorosa con algunos diálogos de irremediable cursilería, como de tango de Gardel. El final es abrupto y poco convincente, como lo es también la historia de Carmela, por más que el espectador adivine todo desde un principio, que no se desarrolla ni se explica.
Resultan muy gratas las referencias a la gesta de la Guerra Civil y al exilio republicano. En cambio, el marco político mexicano está poco cuidado. A pesar de lo que se dice en el ingenioso programa de mano (que la ubica en los años cuarenta), el contexto total es el de la presidencia de Lázaro Cárdenas. Entonces no se entiende que un diputado por el PNR (el antecesor del PRI), en público y por corrupto que fuera, se expresara contra las ideas de izquierda, cuando la política del momento era todo lo contrario. Resulta risible la amenaza, sustento de parte de la trama, de aplicar el artículo 33 a una exiliada española para regresarla, a través de un mar plagado de submarinos alemanes, a un país con el que no se tenían relaciones. Los supuestos sketchs políticos carecen de la gracia y la agudeza, a veces bastante reaccionaria, de los de entonces. El espectáculo no se atreve a jugar con hechos de nuestra época, en un parangón no demasiado difícil, y las ``morcillas'' que repiten frases de algún precandidato actual a la Presidencia (que arrancan risas de un público ávido de teatro político, lo que es menester reconsiderar por todos los teatristas) están fuera de todo contexto.
Se entiende que la premura por estrenar no llevara a plantear todo esto, pero es una lástima que material tan endeble sea el sustento para el debut de Patricia como directora, ya que da muestras de oficio y de malicia en su desempeño, sobre todo en el uso de los espacios que transforma mediante el sencillo expediente de cambiar la ubicación de algún mueble. El espacio, diseñado por la directora, es una minúscula pero excelente recreación de época, con muebles y lámparas art deco, así como los objetos que lo ambientan. El vestuario es muy rico y abundante; gracias a él se obtiene el brillo inherente a la comedia musical, con buenos números a cargo de la actriz y bailarina Alejandra Vogue y del actor y cantante argentino Daniel Araujo, que logra ser una española convincente. Los compadritos, caracterizados como Cantinflas y Medel, carecen de la gracia incisiva de sus modelos, en gran parte debido a la sosera de sus diálogos. Bien el cubano José Antonio Corro como don Pepe y bien también Juan Luis Orendain como Buenrostro. Muy gracioso Miguel Natividad, aunque su travestismo innecesario ``mata'' el necesario travestismo de Carmela Montes.