De monstruos y hombres

 

Retrato de familia en interiores. San Petersburgo, principios de siglo. Un clan de pornógrafos amateurs instalan en un sótano un estudio de fotografía en el que jóvenes doncellas son flageladas por una matrona casi senil. Ilustraciones para la literatura galante de la época o para una comercialización clandestina. Capturadas estas escenas en blanco y negro y en tonalidades sepia, el resultado es una sugerencia de daguerrotipos y texturas de la fotografía primitiva. En las escenas de sumisión y dominio erótico, un aya perversa y aburrida castiga a jóvenes desobedientes, un marido martiriza a su esposa, y las domésticas se muestran complacientes y lascivas con el amo de la casa. En De monstruos y hombres, del ruso Alexei Balabanov, la fotografía es a la vez tema central y exhibición de virtuosismo artístico. El camarógrafo Serguei Astakhov logra para el cine el tipo de desnudos y atmósferas decadentes que el checo Jan Saudek ofrece en fotografía. La historia que acompaña a esta elaboración artística es fascinante.

Dos familias burguesas se ven progresivamente invadidas por el grupo de pornógrafos vándalos, a cuya cabeza se encuentra Johan (Serguei Makovetsky), hombre violento y seco, dominado por su madre, capaz de matar fríamente a cualquier persona que sea un obstáculo en su trayectoria arribista. Balabanov describe un clima de turbiedad moral y de crisis de valores en la época en que la invención del cinematógrafo comienza a ganar popularidad. Una joven llamada Lisa (Dinara Drukarova) encarna una forma de inocencia, que el cineasta contrapone a la corrupción de un par de fenómenos de feria, los hermanos siameses que, casi púberes, aprenden con su madre adoptiva ciega a cantar y a tocar el piano, mientras los mafiosos pornógrafos los orillan al alcoholismo y tentaciones carnales difíciles de satisfacer. Lisa, una inocencia lastimada, se ve momentáneamente valorada por el ''monstruo" siamés que se enamora de ella.

En De monstruos..., los personajes sugieren una procedencia literaria. El doctor, padre adoptivo de los siameses Kolya y Tolya, es un personaje atormentado, salido de las páginas de Dostoievsky, como también parece serlo Putilov, el artista fotógrafo enamorado de la nueva técnica cinematográfica. Por su parte, el grotesco asistente de Johan es un personaje shakesperiano que Víctor Sokurov interpreta magistralmente. En una cinta anterior, Hermano (1997), Balanov había abordado ya el tema de las asociaciones delictuosas, con un estupendo retrato de mafiosos. En su cinta más reciente, el tema del crimen cobra una actualidad sorprendente, como si la desintegración de la Unión Soviética, y el repunte de la delincuencia y la corrupción política, fueran los contextos ideales para entender y apreciar la sordidez de esta historia y sus derivaciones sociales. En el plano estético, la inventiva de Balanov acusa un formidable impulso romántico. El bandido Johan sobre una embarcación surcando el Neva, con vigoroso acompañamiento de Mussorgsky o de Tchaikowsky, concentra toda una actitud de cinismo y desafío social, misma que será derrotada al final, cuando el mismo personaje navegue a la deriva en el mismo río sobre un bloque de hielo. Del cuadro costumbrista de la sociedad zarista, se transita a una parábola sobre la corrupción de la inocencia, hasta llegar a la imagen de un derrumbe moral, el de Johan y su pandilla, y también de una redención posible en los personajes de Lisa y los jóvenes ''monstruos" siameses. Una estupenda épica crepuscular, y al mismo tiempo, una crítica a la persistencia de la corrupción en la Rusia de nuestro fin de siglo.

 

n Carlos Bonfil n