Según Emile Durkheim, el suicida es alguien que tiene inseguridad y desasosiego y termina por desvalorizar su propio ser por creer que nada vale la pena ser vivido. Otros dicen que la causa del suicidio puede ser tan sutil como la raya que separa la huida de la persecución. No falta quien lo califica como acto de cobardía o evasión, y tampoco los que ven en el suicidio un acto de heroismo y encuentro.
Brutal negación de la vida, el suicidio agita más a los vivos que a los que decidieron acabar con su vida. También dicen que el suicidio es una enfermedad de los países ricos. Que los suecos se quitan la vida porque se aburren y los adolescentes de Japón porque se les ofrece demasiado y no tienen fuerzas para abarcarlo todo.
Los viejos de Massachusetts y de Laponia tienen costumbres distintas. Salvo para intoxicarse con píldoras para dormir porque las únicas sorpresas que les quedan son las del noticiero de las seis de la tarde. Los rusos se suicidan porque les agobia el cielo bajo, oscuro y opresor. Y así quién no. Pero en Argentina los jubilados se suicidan porque nadie les ofrece nada, como el caso de la anciana que se ahorcó frente a la Facultad de Derecho.
En esta meditación del suicidio quedan excluidos los que desean acabar con los padecimientos de una enfermedad incurable, los que prefieren no caer en manos del enemigo y los psíquicamente trastornados.
Para muchas personas abundan motivos por los que les resulta penoso vivir. En cambio, escasean los que llevan al suicidio. Médicos que han conversado con quienes lo intentaron aseguran que, técnicamente, el suicidio es difícil de llevar a cabo. La explicación racional queda abierta. Pero si el suicida es voluntarioso, no habrá fallas en el método escogido para ejecutar un acto que la sociedad prefiere calificar de "irracional".
Hay tipos de suicidas desconcertantes: el fastidioso que lo intenta varias veces hasta que los demás dejan de hacerle caso; el castrador que trepa a un edificio y desiste porque abajo gritan que se mate; y el vengador, como aquel de Nueva York que se salvó de ser arrollado por el metro y luego se hizo millonario porque demandó a la compañía por ausencia de sistemas de seguridad contra suicidas.
El suicida previsible es el que se mata con una dosis de heroína pura, como el rockero Sed Vicious, del conjunto Sex Pistols. No falta el suicida teórico, como el filósofo Cioran, quien escribió muchos libros acerca de lo feo que era este mundo y tras predicar el suicidio acabó muriéndose en la cama, a los 84 años, y el suicida tenaz, como el escritor español Angel Ganivet (1865-1898), de la generación del 98.
Ganivet demostró que el hombre podía matarse dos veces en el mismo río. Enfermo de celos, se lanzó al agua en la ciudad de Riga y lo salvaron. Pero cuando vio que seguía con vida, volvió a lanzarse al mismo río y se ahogó.
Mishima, el gran escritor japonés, encarnó el suicidio espectacular. Nostálgico de las viejas glorias del imperio, se hizo el harakiri en público. Y su compatriota y colega Dazai Osuma (1909-48), fue del tipo suicida admirable.
A los 20 años lo intentó sin éxito. A los 21, siguió el ejemplo del poeta alemán von Kleist y le propuso a una mesera compartir la decisión. Ambos ingirieron una dosis letal de somníferos. Ella murió y él falló. Dazai escribió: "Sueño con matarme, pero en año nuevo me regalaron una pieza de tela para un kimono de verano. Me dije que viviría hasta el verano".
A los 26 años, deprimido porque le negaron empleo en un periódico, Dazai tomó una cuerda y se colgó de un árbol. Pero la cuerda se rompió. A punto de suicidarse porque no conseguía suicidarse, se casó con una geisha. La geisha olió feo y desistió. Dazai volvió a casarse con una viuda y, felizmente, consiguieron suicidarse arrojándose a un río.
Enterado del éxito, un estudiante admirador de Dazai se lanzó al mismo canal. Como Ganivet, fue salvado y no volvió a intentarlo. Sin embargo, otro estudiante deambuló meses hasta encontrar la tumba de Dazai y allí se abrió las venas. El poeta colombiano José Asunción Silva fue suicida leal. Cuando supo que su colega Gerard de Nerval se había ahorcado de un farol de París, pidió a un médico que le dibujara el punto exacto del corazón y se dio un tiro en el pecho.
El suicida inquietante-conflictivo es el que piensa las cosas y planifica detenidamente su autodestrucción. Aquí existe la probabilidad de que la decisión encubra un mensaje a la posteridad, pues quiérase o no toda pompa es fúnebre. Quizá anhelaba huir de algo. Quizá deseaba perseguir algo. Pero si a más de matarse aclara por escrito los motivos del acto, sobre su tumba podrán decir cualquier cosa, menos que fue un improvisado.