Sin importar el caso específico en que se encuentren los ciudadanos, los diez largos, insalvables, movidos e inclementes meses que faltan para llegar al punto final de la contienda, harán su demoledor trabajo sobre las apariencias, los desplantes de coreografía, las desmedidas pretensiones y hasta las rebuscadas mentiras que hubieran atarantado a los más incautos. En ese crucial instante cuando se cruzan las boletas y se depositan en las urnas, los ciudadanos estarán bien resguardados de engaños. Ningún candidato, después de una campaña tan dilatada, se salvará de verse reflejado, de cuerpo e historial completos, en la mente colectiva. De eso podemos estar seguros. Asunto distinto será lo atinado de la selección parcial o final que se haga. Ellas dependerán de factores adicionales y no relacionados del todo con la propaganda, sino con las condiciones concretas de los mismos electores y de su entorno general.
Varios son los ingredientes que, mezclados, dan la fórmula del éxito en las urnas. La propaganda es uno de ellos. Quizá el más notorio y, a veces, el más escandaloso. Pero la organización partidaria que soportará la movilización y la promoción del voto, la oferta política y su adecuación a las demandas de la sociedad, la historia personal de los candidatos y su legitimidad, la transparencia del origen y el uso de los recursos disponibles, las necesidades y expectativas de la ciudadanía y el comportamiento del llamado factor externo hacen el resto de menjurje. Para todo ello hay tiempos, balances y un tanto de suerte. Los mexicanos pueden esperar, confiados, en que disponen del entramado suficiente para que todo se vaya acomodando y resulte como lo desean. No es un simple buen deseo. Se tienen bases para tal seguridad. Para empezar está el IFE. Las exigencias ciudadanas son activas fuentes de vigilancia y seguimiento. Los mismos medios de comunicación no cejarán de escarbar y exponer a la luz pública lo que antes permanecía en la oscuridad de los pasillos y los claustros de los poderosos.
Pero antes, los partidos deben hacer su previa selección. Los del PRI van encarrerados en su disputa interna y ya han levantado una polvareda que, al despejarse, puede revelar fracturas trágicas. Y de verdad los enconos han subido de tono, pero son gajes de un oficio que no aprendieron a jugar desde niños. La democracia les llegó cuando muchos priístas ya eran adultos y, a los demás, inexpertos y hasta medrosos todavía, les dará vahídos de incertidumbre. En medio de ese su pleito que mucho tiene de banqueta, Madrazo va perdiendo credibilidad e incrementa la desconfianza con cada golpe de cámara grosera con que pretende asestarle golpes bajos al oficialista Labastida. Este se defiende con contraacusaciones y confía en la fuerza de un aparato enorme que dice respaldarlo. Bartlett no encuentra el hueco por donde volver a situarse como el adelantado que una vez fue. La sensatez de Roque no le alcanza a suplir la falta de dinero para aparecer en pantalla las suficientes veces como para entrar en el reparto. Y los referís del encuentro no asumen su deportivo papel y tratan de elevarlo a un rango formal exagerado. Los gastos suben como la espuma y la ciudadanía, que duda cabe, se los reclamará a falta de un cuerpo de vigilancia estricto que los acinture. Entre tanto, el PAN y Fox comienzan a sentir que el piso, que ellos creían tan firme como las encuestas preliminares lo anunciaban, comienza a mostrarles la hondura del abismo a donde los puede conducir su rala militancia y las veleidades de su abanderado. A Cárdenas ya le llegó el término de su cuestionado gobierno del DF, donde se encuentra tan incómodo como sus cortas respuestas lo apuntan, y ya le anda por lanzarse a los caminos de la campaña donde tan bien se mueve. Y qué decir de Muñoz Ledo. No ceja en su necedad de subirse al tren de la competencia armado con sus propuestas novedosas, la brillantez de sus juicios, lo ingenioso de su mordaz crítica y sus escasos recursos financieros. Mientras todo esto sigue su ineluctable ruta, las burocracias de la oposición continúan deshojando la margarita, ahora en manos de un grupo de notables que, desafortunadamente, quedarán prendidos de la brocha para malestar de la República. *