ESA GRAN MODA transformada en enfermedad y mentira, que en estos tiempos habita cada una de nuestras acciones, se equivoca con frecuencia. Me refiero a la estadística, parteaguas moderno de vidas no del todo modernas. Cuando se entrevista a los capitalinos y se les pregunta qué es lo que más les preocupa, suelen responder que la inseguridad es el peor de los males; a renglón seguido enfilan empleo, contaminación y educación.
Suelen cuestionarse personas ''sanas'', que tienen un mínimo de salud y solvencia económica y, por ende, pueden preocuparse por lo que no es su interior. Esas entrevistas conllevan sesgo y no leen bien la realidad. Contienen trampas. Cuando se publicaron, por ejemplo, los resultados del diálogo entre los cuatro candidatos del PRI, supimos quién era el menos malo, pero no si sus palabras sirvieron de algo. ƑQué puede preocuparle más a un ser humano que la salud? Sin obviar mi oficio médico (acepto mi sesgo) sé que la cotidianidad no puede sonreír si no se cuenta con salud. Y sé, parafraseando a Martin Luther King, que un gobierno no se honra si no ofrece salud: ''De todas las formas de discriminación, la injusticia en materia de salud es las más repudiable e inhumana''.
Hablar de salud en un país en donde el gobierno ha creado 40 millones de pobres es complejo. Las definiciones de salud no sirven cuando campea la miseria. Sugiero, modestamente, un concepto ad hoc para ''lo nuestro''. Salud son los mínimos elementos que le permiten a un ser vivir con dignidad, desarrollar sus obligaciones con eficacia, contar con una calidad de vida adecuada y poder planear un futuro. Sobra repetir que el gobierno debe ser corresponsable.
Entiendo la ambición de mi proposición, pero si no puede vivirse con dignidad aun cuando se sea enfermo, si no puede pensarse en un mañana, entonces Ƒqué es salud? En general, la salud no sólo refleja la bonanza económica; es su espejo.
Los párrafos anteriores no deben leerse como disculpa para entender las dificultades de los encargados de la salud en México, sino como denuncia contra los gobiernos que han expoliado al pueblo. Leo, en ese tinglado, y en el de los pobres que enferman cada vez más por no poder atenderse dignamente, el informe de Juan Ramón de la Fuente y su equipo. A nivel personal me consta que medicar contra la enfermedad y la pobreza es muy complejo; a nivel nacional, se acerca a lo no posible.
Los ''datos duros'' expresados por De la Fuente son impresionantes. Destacó algunos. Durante este gobierno más de 16 millones de ciudadanos se han incorporado a los servicios de salud. Para lograrlo se construyeron 156 hospitales y 2 mil 806 clínicas y centros de salud y se contrató a más de 45 mil médicos y enfermeras. Se otorgó un ''paquete básico'' de salud a nueve de cada diez mexicanos que en 994 no lo tenían. Se promovió la descentralización, por lo que en 1999 las entidades federativas ejercen más de 70 por ciento del presupuesto, mientras que en 1995 era 21 por ciento.
En este periodo se logró el mejor esquema de vacunación de nuestra historia: 98 por ciento de la población entre uno y cuatro años fue vacunada, amén de haberse duplicado el número de vacunas, pues mientras en 1994 se aplicaban seis ahora se suministran 12. Asimismo, disminuyeron 47 por ciento las muertes por diarrea entre menores de cinco años y por infecciones respiratorias 30 por ciento. Descendieron también las infecciones por cólera, tuberculosis y paludismo. La salud de la mujer mejoró: se incrementaron 50 por ciento las consultas prenatales; más de 11 millones de parejas, 21 por ciento más que en 1994, usaron algún método anticonceptivo y aumentó notablemente el uso de pruebas para la detección de cáncer cérvico-uterino. Finalmente, el presupuesto de la Secretaría de Salud aumentó 1.7 veces en comparación con el de 1994, lo que implica que el gasto en salud creció cinco veces más en comparación con el gasto programable del gobierno federal.
Los números an-teriores impresionan: por lo que se hizo y por lo que no se hizo en las décadas previas. Si bien los datos demuestran que algunos problemas infecciosos han disminuido es probable y deseable que los beneficios sembrados se vean en los próximos años. Están los edificios y la materia. Pero éstos no dependen del esfuerzo de De la Fuente y su equipo, sino de la honestidad de este gobierno y los venideros. No basta el esqueleto; se requiere continuidad, moral y apego por el pueblo.
Los programas enumerados funcionarán sólo si se hace menos pobres a 40 por ciento de los connacionales. Los pobres no son sanos. Sin esas condiciones nada de lo construido servirá. Y si los consultorios no se dotan continuamente el avance será onírico.
En siete décadas, los gobiernos priístas deberían haber sabido que invertir en salud, al igual que en educación, es una de las mejores formas de economizar y un sine qua non para hablar de justicia. No lo sabían o no les importaba. *