En sus labios todo era compromiso.
Inquebrantable vocación democrática de don Emilio; luchó por un auténtico estado de derecho en México.
Para Yola, Marce y Gaby, mi afecto.
Sirvan como semblanza de Emilio Krieger las siguientes notas de Heberto Castillo: "Emilio y Yolanda, su esposa, habían seguido el movimiento con mucho interés y participado en algunas manifestaciones. Emilio, como otros universitarios, brindaba toda la solidaridad que podía a los perseguidos del 68. Después sería el abogado defensor, con Carlos Fernández del Real y Carmen Merino, de muchos de nosotros".
Mientras el gobierno buscaba a Heberto en el extranjero, en la selva Lacandona o en lugares inaccesibles, Emilio Krieger le daba asilo en Coyoacán a unas cuantas cuadras de la casa de la familia Castillo.
"Esta es tu casa". Y en labios de don Emilio no era formalismo sino todo un compromiso. Así, Heberto tuvo refugio y la familia también. Vendría después la tenaz lucha del abogado constitucionalista para establecer en nuestro país un auténtico estado de derecho.
Dedicó todo su empeño a la creación de la Asociación Nacional de Abogados Democráticos. Le importaba, desde luego, reivindicar la abogacía. El desprestigio de esa profesión, por su relación y dependencia del poder, se agudizaba más en medio de regímenes autoritarios como el de Díaz Ordaz. Don Emilio tuvo el valor de enfrentarlo con las armas de la ley y dignificar así su profesión.
A fuerza de honestidad y de compromiso con las causas más nobles del pueblo mexicano, don Emilio se convertiría en un referente jurídico para las luchas sociales, indígenas, sindicales y en defensa de la soberanía nacional y de nuestros recursos naturales. Podemos decir que en nuestro país no existe ninguna organización progresista que no haya consultado al licenciado Krieger.
En sus conferencias magistrales, así como en conversaciones informales, donde hacía gala de su agudo y fino humor, el respeto a las garantías individuales era la piedra de toque. Su inquebrantable vocación democrática, su consecuencia y su generosidad lo hacían un mexicano ciertamente ilustre.
Inútil, desde nuestra posición, es referirse al movimiento del 68 sin que venga a nosotros el recuerdo del licenciado Krieger.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, decía Pablo Neruda. Pero en mucho, nosotros, los de entonces, somos hijos del 68 y nos fortalecemos en cada gesta cívica. Mientras haya memoria y utopías, habrá futuro.
Mucho le debemos a don Emilio. Su ausencia, prematura como la de todos los buenos hombres, ha de llenarse con voluntades emanadas de su ejemplo.