Ugo Pipitone
La ubicua barbarie

DESPUÉS DE LOS BALCANES, los reflectores se dirigen ahora al archipiélago indonesio. Ahí, en una isla perdida, las milicias irregulares vinculadas al gobierno de Yacarta han cosechado más de siete mil muertos en las últimas semanas. Es decir, desde el referéndum que llevó a cuatro de cada cinco timoreses orientales a votar en favor de su independencia frente a Indonesia. Los sucesores de Suharto arman miles de "patriotas" indonesios que en Timor oriental asesinan y violan bajo su mirada comprensiva. Resultado: de una población total de 800 mil almas, 200 mil están escondidas en las selvas para escapar a las matanzas y 300 mil han cruzado la frontera hacia Timor Oeste. Esa, además de los miles de muertos a machetazos, es la aritmética fundamental de la barbarie. Y ahora, šfinalmente!, la fuerza de paz de la ONU comienza a ocupar la parte oriental de la isla para restablecer condiciones mínimas de vida colectiva. Lo cual requerirá el desarme de los asesinos, con o sin uniforme militar, con o sin sagradas motivaciones potrióticas.

La historia se repite: inestabilidad en alguna región del mundo, incapacidad de los gobiernos para garantizar un mínimo de convivencia civil e intervención militar internacional para restablecer las condiciones de una convivencia sin asesinatos políticos, saqueos y brutalidad. Así entramos al siglo XXI y nada evitará que en el futuro esta pauta se extienda. La mezcla de patriotismo febril, religiosidad delirante, odios étnicos, corrupción institucional, miseria e ignorancia está abierta a un abanico infinito de posibilidades. Y frente a este escenario se ciernen dos caminos. Uno, de respeto irrestricto a la soberanía nacional, lo que podría significar la utorización tácita a varios gobiernos del mundo a cumplir las nefandeces más extremas. El otro, podría conducirnos a un intervencionismo internacional sistemático en los asuntos internos de cada país, con dos graves riesgos: encender en todos lados las llamas sagradas del patriotismo herido y abrir las puertas a usos políticos de la intervención internacional de parte de algunos países del norte.

Reconozcamos la realidad: estamos en un lío. O sea, estamos en una situación en que la normatividad global existente resulta inadecuada mientras la normatividad del futuro está aún lejos de mostrar sus perfiles. Y sin embargo, algo hay que pueda decirse y hacerse. Hace mil años, ese gigante oriental que se llamaba Abú Alí ibn Sina, conocido en occidente como Avicena, decía que, frente a una enfermedad, la primera tarea consiste en eliminar los síntomas dolorosos, para después extirpar la causa. Y si esto sigue siendo cierto, y no veo muchas razones para dudarlo, habrá que aceptar, transitoriamente, el costo jurídico asociado a la necesidad de detener la barbarie. Antes que cualquier otra cosa, hay que desarmar a los criminales homicidas. Después se discutirá, se hablará, se establecerán acuerdos de convivencia.

Estamos obligados a hacernos una pregunta. ƑCuál es el umbral de infamia y dolor más allá del cual la comunidad internacional tiene el deber moral y la obligación política de intervenir para desarmar a los asesinos? ƑCuántos muertos, cuántas mujeres violadas, cuántos retrocesos en la humanidad de los humanos deben ocurrir para que la soberanía nacional resulte menos importante que las bestialidades que en su nombre puedan cometerse? Es evidente que al estado actual de las cosas no tenemos respuestas jurídicamente fuertes. Y sin embargo, los "síntomas" deben ser controlados para evitar que la locura homicida triunfe y establezca las bases de posibles contagios globales.

En la fuerza de paz de Timor este intervendrán sobre todo hombres de Australia, Tailandia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Filipinas, Singapur, China, Malasia y Japón. Una buena seña: expresión del hecho fundamental que la conservación de la civilidad regional es tema de responsabilidad regional. Es obviamente saludable limitar las intervenciones de Estados Unidos fuera de sus fronteras para evitar una centralidad excesiva pervertida (léase Vietnam, Nicaragua, Granada, Panamá) por tentaciones y reflejos imperiales.

La presencia internacional en Timor oriental es sólo la última afirmación de una voluntad necesaria: nadie en el mundo puede estar arriba del respeto a los derechos humanos fundamentales. Si no fuera así, tendría razón el gobierno de Frey a exigir la devolución de Pinochet a la impunidad que su país le asegura. Y ahora sólo queda esperar los nuevos gritos en el cielo de las vestales paleo- marxistas que, en nombre de Bodino y de la soberanía, se desgarrarán las vestiduras para mostrar su rechazo a cualquier intervención que afecte a ese dios laico en cuyo nombre toda barbarie es tolerable: la soberanía nacional. *