Con ese título el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca rinde uno de los varios homenajes a Rufino Tamayo en su ciudad natal. No es la única exposición que el MACO presenta, se exhibe también una preciosa colección de dibujos de Tamayo, seleccionada por Juan Carlos Pereda. Punto cardinal es una colectiva temática (dispareja como suelen ser este tipo de exposiciones) en torno de un cuadro que es masterpiece del siglo XX, Las músicas dormidas, del maestro oaxaqueño. El original está exhibido con las veneraciones rendidas por varios pintores y algunos escultores. El mejor cuadro, hecho ex profeso para esta muestra es Las musas ausentes, de Francisco Castro Leñero, que sin apartarse un ápice de sus modos consabidos de configurar, logró una composición evocadora del original, valiéndose de una sola imagen glosada exactamente en la misma posición que ese elemento ųla mandolinaų guarda en la obra de Tamayo. Todo allí está pensado en términos de espacios. Hay concepto y hay factura cuidadosa en esta obra.
Entre los pintores de Oaxaca convocados a participar está Juan Alcázar, que muestra la imposibilidad absoluta de replicar la obra tamayesca; no sucede lo mismo con Alberto Ramírez, quien ''actualizó" la composición del maestro añadiéndole un collage tomado de un ejemplar actual del periódico Le Monde, mismo que comentó Las músicas, cuando se exhibieron en París el año de su ejecución, 1950. Ramírez le añadió un elemento chicano que consiste en la adherencia de algo que parece ser piel de leopardo sintética, es decir, trabajó con humor y con modas muy contemporáneas, eso ya es algo. De Vicente Rojo se expuso acertadamente una obra de 1959, a la que le veo aun influencia de Enrique Climent, que quizá por casualidad corresponde, debido a la distribución de algunos de sus elementos formales con el cuadro homenajeado.
Otra pieza lograda hecha ex profeso es la de Gabriel Macotela, que llevó a un contexto escenográfico los volúmenes virtuales de ciertos elementos presentes en el cuadro. De Miguel Castro Leñero son dos técnicas mixtas sobre papel, sígnicas, bien realizadas, que se connotan por su título; es La música que está dormida, no Las músicas. El paisaje Tierra oscura, de Irma Palacios, en cuanto a color recuerda en algo Paisaje serrano, de Tamayo, no así tanto a la pieza homenajeada. Boris Viskin planteó sagazmente en una cactácea en forma de órgano, trazada sobre superficie oscura, bien modulada al óleo tres collages: a la derecha está la gitana del Aduanero Rousseau, a la izquierda una figura yacente de Picasso y al centro, arriba, la reproducción del cuadro de Tamayo. Fuera de las obras que menciono, de algunas otras que requirieron pensar sobre el asunto, por ejemplo la Trovadora, de Filemón Santiago; la Variante, de Roberto Turnbull, y el escenario tamayesco trepado sobre piedra volcánica de Jorge Yáspik, sólo Francisco Toledo pagó tributo directo al cuadro en una pieza tipo arte-objeto realizada en mica, madera y acuarela, en varios planos. Se titula El espía. Es él, en visión anamórfica, que espía a las músicas de su admirado coterráneo.
Hay otros cuadros buenos, pero no guardan relación con el tema propuesto por quien convocó a los artistas, el director del MACO, Fernando Solana Olivares. Entre los más afortunados están el de Ilse Gradwhol, que no se desprendió un ápice de sí misma en Durmiendo con música; el fresco en tonos azules de Sergio Hernández, sobre todo por el firmamenteo, sí tamayesco, trabajado con sutileza, y la pintura de Rodolfo Morales que hace alusión no a éste, sino quizá a otro cuadro de Tamayo: Reloj olvidado. De Gilberto Aceves Navarro debió solicitarse Don Rufino alumbrando a sus músicas dormidas, de la colección MAM. La pintura que realizó parece derivativa de Philip Guston, pero no es eso lo malo, sino que ese maestro tiene obras mejores. El temple de Demián Flores es elegante y bonito y la escultura de Paul Nevin, Cabeza con sueños musicales (1995), posiblemente recibió este título para la presente exhibición, aunque es cierto que hay ritmo en ella. Franco Aceves Humana envió una Naturaleza muerta con tamayos (1993), que ostenta trazados algunos motivos tamayescos. La escultura de Jesús Mayagoitia, impecable en su geométrico despliegue en blanco y negro, puede evocar lejanamente las notas de un piano.
Estos dos homenajes a Tamayo: el de sus propios dibujos y el que comento se complementan con una exposición fotográfica de Rogelio Cuéllar, con tema de Tamayo y su estudio de San Angel. Constaté que esa muestra es muy visitada, cosa natural, es algo que se entrega con suma facilidad al espectador a lo que se añade la incidencia cada vez más intensa de las exposiciones fotográficas en los museos de arte.