Mucho se ha dicho acerca del riesgo que corre el PRI de fracturarse si el innovador proceso de selección interna que se lleva a cabo, y que entrega a la sociedad la decisión de elegir a quien será su candidato a la Presidencia de la República, no resuelta en los términos deseados.
Igualmente, hace apenas unos meses lo mismo se vaticinaba si mantenía el método cerrado que por muchos años impulsó y que confiaba dicha decisión a unos pocos. Se decía, no sin razón, que el profundo cambio de la sociedad, su nueva configuración y creciente capacidad para participar en los asuntos que la impactaban terminarían por despojarlo del poder.
Ambas consideraciones ejemplifican de manera nítida lo que puede definirse como un falso dilema: si cambias y te democratizas, el resultado será la fractura, y por ende, la derrota; si no lo haces y te niegas a entender que la sociedad es ya muy distinta, el resultado será también la derrota.
Como toda construcción humana, la democracia implica riesgos que es necesario correr y también superar, ya que al ser, como quería Churchill, el menos malo de los instrumentos hasta ahora encontrados para dirimir la lucha por el poder político, está siempre sometida al enorme desgaste de servir como medio para dar cauce a la lucha de contrarios, de soportar el choque de fuerzas antagónicas que buscan hacerse con él.
Aun en sociedades de sólida tradición democrática, los episodios que documentan la lucha por el poder dejan claro que ésta nunca ha sido tersa, ni mucho menos amable, como también expresan que la garantía de que ella no devenga en caos está precisamente en preservar la credibilidad de quien vigilará la correcta emisión de los votos.
A muchos ha impactado negativamente el duro lenguaje empleado para defender una posición o para atacar la del adversario, como es muy probable que a más les hubiera decepcionado el privilegiar la cortesía en momentos en que está en juego el poder.
Lo importante es mantener la perspectiva y no poner en riesgo lo mucho que sin duda se ha avanzado. El PRI es ya un partido competitivo, que ha convertido el debate en el medio privilegiado para que la sociedad pueda diferenciar su oferta; que está dispuesto a hacer uso de los medios de comunicación para encontrar a esa sociedad a la que aspira gobernar.
Es posible que hayamos presenciado excesos que valdría la pena evitar, pero todo aprendizaje implica riesgos que es difícil evitar si lo que de verdad se quiere es evolucionar hacia ejercicios políticos para los que se carece de experiencia. Si se logra la transparencia electoral y, con ella, la credibilidad, es poco probable la fractura y lo avanzado se traducirá en un peso electoral cuantitativa y cualitativamente diferente.
Resulta, pues, fundamental lograr un proceso interno limpio, que garantice la realización de elecciones transparentes, donde todos los votos cuenten, y se cuenten bien. En la limpieza y la transparencia del proceso interno se apoyará la credibilidad del mismo y del partido, y, como consecuencia, la eficacia de la convocatoria política a la sociedad. Por ello es indispensable que la jornada electoral interna sea una acción de contenido superior, tanto por su calidad como por su magnitud.
La democracia mexicana avanzó, con la relevante presencia de un partido al que se le negaba la posibilidad de colocarse a tiempo con su tiempo, y el cual lo hizo decidiéndose a correr el riesgo de aprender.
Culminar la tarea con éxito dependerá de la pulcritud con que realicemos la fase final que ya se anuncia.