José Antonio Rojas Nieto
El mercado eléctrico europeo

Madrid/Toulouse Ť Al menos dos profesores del área de Estructura Económica y Economía del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Madrid, y un especialista del sector eléctrico francés, coinciden plenamente en que la experiencia de reforma de los sectores industriales en los que tradicionalmente se había registrado el control o, al menos, la participación estatales, deberán experimentar un proceso en el que deberá haber muchas rectificaciones. Es el caso de las comunicaciones, sobre todo las telecomunicaciones; pero también de la infraestructura urbana, que incluye servicios tradicionalmente públicos, como drenaje y alcantarillado, bombeo y entrega de aguas potables, bombeo y extracción de aguas negras, y suministro de electricidad. Y para este último, también aseguran que, independientemente del mayor o menor acuerdo que por el momento se tenga con las directrices generales de la Unión Europea (UE), en adelante se deberá hablar de un mercado eléctrico europeo y de una creciente capacidad de regulación, a pesar de que países como Francia parecen resistirse a esa nueva realidad, lo que se manifiesta, por ejemplo, en las altas cuotas de porteo (transmisión de electricidad ajena por las líneas propias), que cobra Electricidad de Francia a los usuarios de otros países europeos comprometidos en la formación de la UE.

Otro de ellos -un profesor con casi 20 años estudiando la estructura industrial española, su estructura energética y, más particularmente, su industria eléctrica-, apoya su reflexión en una tesis sobre el cambio, pues asegura no creer en la gradualidad: ``En casos como el español -me sospecho que también en el mexicano, dice con cuidado-, el gradualismo es sinónimo de permanencia de las viejas estructuras, entre otras cosas porque -con mayor o menor cobertura ideológica-, sirve para frenar cambios que rompen con viejas estructuras de poder y viejos controles, entre ellos el de funcionarios gubernamentales que han controlado el sector de energía durante muchos años, y el de dirigentes sindicales corporativos. Los ingleses -añade- tuvieron el mérito de cambiar de un día para otro; de otra forma no lo hubieran hecho nunca. Y a pesar de que se equivocaron en algunos aspectos -el del pool, por ejemplo-, han ido resolviendo sus problemas gradualmente, e incluso en estos momentos preparan un cambio más radical''.

Con esto sugiere que conviene más lanzarse al cambio y corregir sobre la marcha que detenerlo; de otra manera no hay transformación. Sin embargo, no sugiere que en el caso de México el cambio deba ser exactamente en el sentido planteado por el gobierno, aunque habría que cuidar que lo que se llama defensa de la nación, de una empresa sólida y del servicio público no sea coartada para quienes desean mantener privilegios, y menos aún que la reforma lo sea para nuevos privilegiados, empresas privadas, monopolios nacionales y extranjeros, y nuevos funcionarios. ¿Cómo evitarlo? La clave, según el especialista español, es la regulación. Incluso, más importante que la discusión de lo público o lo privado, está la necesidad de una sólida e impecable regulación estatal, que supone no sólo técnicos y personal altamente especializados, sino la conducta intachable, con capacidad política para enfrentar tanto a las compañías privadas o públicas como a los funcionarios gubernamentales, que siempre tendrán la tentación de ``hacer de las suyas''.

México cambiará -se lo aseguro-, pero no en el sentido que puede imprimir el remate de los activos nacionales, sino de una impostergable decisión nacional; con amplia base social, porque todos anhelamos un sector eléctrico fuerte, sin vicios, sin corruptelas, con solidez técnica y empresarial, pero con hondo sentido social, imprescindible en éstos y otros servicios públicos en un país no sólo en desarrollo, sino con una profunda desigualdad social y con más de 20 millones de pobres. Esta -le insisto- es una diferencia fundamental con España, Francia y todos los países de la UE.