Hoy en día, en el examen de la realidad nacional parecen prevalecer dos visiones: una es catastrofista o escandalística y otra es convencional y muy superficial. De acuerdo con la primera, el país va como un barco sin rumbo y sin timonel. En ella hay una gran dosis de exageración y un enfermizo escepticismo. No creo que las cosas vayan muy bien; a veces presiento que van muy mal, pero no al punto que nos dice esa visión. Hay materias y materias, por supuesto. Una cosa es el rumbo que la economía está adoptando y muy otro el que la política está siguiendo. Pero la esencia de este punto de vista es que todo se está haciendo mal en ambos rubros. Eso es lo que no convence.
Los análisis convencionales, que tampoco convencen, son, quizá, la mayoría. En ellos no hay nunca nada nuevo. Todo sigue su marcha en una concepción de la realidad en la que nada deja de estar previsto. Vamos bien o vamos mal, es lo que menos importa. Y aquí se juntan todas las posiciones políticas. Vamos como vamos y todo mundo lo sabía de antemano. El asunto de Chiapas no se resuelve porque el gobierno no quiere o porque el EZLN no quiere. Esa tremenda llaga en el cuerpo de la nación se da por conocida en todos sus detalles y se diagnostica, de acuerdo con las preferencias, como un caso que los actores principales no quieren resolver, como si no supiéramos eso desde hace tanto tiempo.
La visión catastrofista tampoco nos dice jamás nada nuevo. Sus análisis son siempre los mismos. En lo económico vamos mal. En lo político, peor. Es ya demasiado aburrido leer que el Fobaproa es una ruina para la nación. La única opinión convincente que he escuchado es la que expresó hace meses Carlos Slim, cuando dijo que la deuda bancaria debía mandarse a los bancos, y que ellos mismos la pagaran con sus futuras ganancias. De ahí en más no he escuchado ninguna solución alternativa, como no sea la de que el gobierno no debe avalar esa deuda, como si al sistema bancario nacional se le pudiera dejar en el aire o a su suerte.
En lo político, el catastrofismo es todavía más aburrido e insustancial. Para este modo de ver las cosas, los partidos, que son un mal necesario, se acepta, son nada más que meros hatos de imbéciles que ni siquiera saben lo que tienen que hacer ni de sus responsabilidades. El espectáculo del primero de septiembhre, en la ceremonia de entrega del Informe presidencial, tuvimos, de acuerdo con ese punto de vista, un espectáculo que México no se merecía. ¡Por Dios! Ver a esos perredistas desplegando pancartas de reprobación a la política zedillista y, luego, a esos priístas enloquecidos, gritando a Medina Plascencia sin dejarlo hablar, fue bochornoso para todos. Eso no se ve en ninguna parte del mundo. No sé en qué cabezas de chorlito cabe que la política es un asunto de buenas maneras.
El catastrofismo se da tufos de ser analista serio y muy objetivo y, la mayoría de las veces, no hace otra cosa que el ridículo. Los partidos políticos son una mierda, se nos dice, y no tienen ninguna seriedad. ¿Cómo poder creer en ellos? ¡Pobre catastrofismo! O no sabe lo que son los partidos políticos reales o les está exigiendo lo que ellos, objetivamente, no pueden dar. Y, con eso, ¿qué vamos a ganar? El catastrofismo, incapaz de una sola proposición positiva, no cree en el gobierno ni en los partidos, y menos en los de oposición. No sé en qué quiere creer, pero hasta ahora no se ha dicho.
El catastrofismo no cree en nada; pero en ello le hace segunda el conformismo convencional que se la pasa manoseando esquemas que ya no nos dicen absolutamente nada. Para este otro punto de vista, igual que para el primero, todo se resuelve en dos patadas. El asunto del Fobaproa es un desastre, y las cifras nos lo indican sin miramientos: comenzamos hace unos meses con un equivalente de más de 60 mil millones de dólares y ahora andamos en los 90 mil. Chiapas es un sumidero (no se dice nunca por qué) y el culpable es el gobierno o lo es el EZLN. No hay solución. En el caso de la UNAM, lo mismo. No hay solución. Con este tipo de análisis, andamos siempre con la cabeza metida en la penumbra.
Nos hace falta urgentemente un análisis racional y objetivo de la realidad. No se trata sólo de expresar ideas en las que creemos. Hay que dar a nuestra gente la oportunidad de razonar, analizar y decidir. Las ocurrencias geniales (que, en realidad, no existen) sólo sirven para satisfacer los egos de genios que están lejos de serlo. Necesitamos seriedad en el análisis, y eso quiere decir un compromiso con la misma realidad social. Un compromiso que debería ir mucho más allá de la expresión de convicciones sectarias y excluyentes. Un compromiso que debería reivindicarnos a todos como verdaderos estudiosos de la realidad social.