4:00 PM. En el taxi que nos saca del Centro Histórico, después del segundo Informe de Cuauhtémoc Cárdenas, el tonto del pueblo consulta sus notas, oyendo en la radio las noticias sobre la muerte de Mario Ruiz Massieu: en la capital de México hay 18 millones de metros cuadrados de pavimento, o sea, 18 mil kilómetros de calles y avenidas: si pudiéramos colocarlas en línea recta, construiríamos un puente de Texcoco a Novo Sibirsk, en Siberia Oriental, pasando por Nueva Orleans, Nueva York, Dublín, Estocolmo, Helsinky, Moscú y el macizo de los Montes Urales. En 1997, después de Espinosa Villarreal, sólo 4 mil kilómetros de asfalto se hallaban en condiciones ``razonables'' de servicio: el tramo del puente que va de Texcoco a Nueva York; el resto eran topes y baches. En 21 meses -pese a las trabas financieras opuestas por el presidente Zedillo y la coalición legislativa del PRI y del PAN-, el primer gobierno electo por la ciudad consiguió repavimentar 5 mil kilómetros más: poco menos del tramo de Nueva York a Dublín.
-Fíjate -me dice el tonto, lápiz en ristre, hablando alto para que lo oiga el chofer-, en estos 18 mil kilómetros de asfalto hay 340 mil arbotantes de luz. Un famoso alcalde de Madrid dijo una vez que para combatir a la delincuencia lo primero que había que hacer era iluminarla. ¿Cuántos metros de pavimento hay por cada arbotante?
-Pues yo -dice Emma Thomas- prefiero la teoría de don Gabriel Figueroa: ``iluminar es el arte de oscurecer''. En México, lo único que nos queda es oscurecer al PRI para que la delincuencia se vea más clara.
11:00 AM. Dos mil personas gritan y agitan banderas del PRD en la esquina de Donceles y Allende. La policía ha intervenido para desalojar a unos 200 manifestantes de Antorcha Popular, que habían ocupado las escalinatas desde las cinco de la mañana. Ahora, los militantes del engendro creado por Raúl Salinas de Gortari, protestan en el Eje Central. Mirando tras una de las puertas del viejo ex teatro porfiriano, Alejandro Gertz Manero, el primer intelectual que dirige la policía preventiva de la ciudad, comprueba que el dispositivo de seguridad funciona sin tropiezos.
Una nube de fotógrafos anuncia que está llegando Rosario Robles, que en breve ocupará el puesto de Cárdenas al frente de la administración. A lo largo de toda la ceremonia, Robles recibirá toda clase de discretos detalles: los representantes del Legislativo y del Poder Judicial de la ciudad se detendrán a saludarla al entrar y al salir del salón de sesiones. El remplazo de Cuauhtémoc, a lo que se ve, ha quedado resuelto.
Gertz Manero habla con el tonto acerca de la miseria que vive su corporación. ``Tenemos que pelear hasta por la comida; las llantas de las patrullas andan con las cuerdas de fuera; un policía de crucero tiene tres o cuatro familias; cierras un camino de corrupción y al día siguiente ya te abrieron otro. Es un fenómeno interesantísimo'', observa, dice, feliz de hacer lo que está haciendo. ``Hemos acabado prácticamente con los asaltos bancarios y en varias regiones hemos bajado muchísimo los asaltos a negocios'', agrega. Pero el tonto contrataca: ``Si hubiera un policía dentro de cada uno de los microbuses de la madrugadaÉ''. Gertz lo interrumpe: ``Son 60 o 70 mil microbuses. ¿Cómo le hacemos?''.
11:30 AM. Ahora están llegando los delegados. Ramón Sosamontes con sus tres amenazas de bomba por haber disuelto en Iztapalapa una red de prostitución infantil. Salvador Martínez della Rocca, El Pino, con la misma chamarra de vaquero que llevaba el día que brincó una barda para rescatar una casa del PRI, que hacía 18 años no pagaba la renta, y convertirla en el primer centro especial de atención a mujeres golpeadas de Tlalpan, que hoy es modelo de trabajo para toda la ciudad. Juan N. Guerra, apenas instalado en Milpa Alta, donde quitó las puertas de su despacho para borrar la mala imagen de su antecesor, que no solía recibir a nadie. Ricardo Pascoe, vencido por la corrupción de la Plaza México, pero satisfecho por haber ideado la famosa ``vuelta a la izquierda'' de Insurgentes y Río Mixcoac -``tu último viraje a la izquierda'', como le dice, burlón, Adolfo Gilly-, ingenioso invento que será citado por Cárdenas, pues eliminó la necesidad de los pasos a desnivel y que pronto será reproducido en otros ocho dramáticos nudos viales, muy lejos de la Benito Juárez.
Entra ahora Iván García Solís con sus múltiples aparatos de comunicación a cuestas, apremiado a toda hora por las desgracias y tragedias de la Venustiano Carranza. No menos agobiada parece Laura Itzel Castillo, que palidece ante los cien mil problemas cotidianos de Coyoacán, cuyo centro colonial es merced a ella más transitable, incluso los sábados y domingos, cuando las plazas Centenario e Hidalgo se transforman en escenarios de Calcuta. Y allá va Jorge Legorreta, pero el tonto se distrae porque pasan Verónica Ortiz, María Rojo, Pablo Gómez, Amalia García, Demetrio Sodi y no ve a Andrés Manuel López Obrador, que sigue firmando ejemplares de su nuevo libro acerca del Fobaproa, cuya lectura será punto de referencia indispensable en los terribles meses que la muerte de Mario Ruiz Massieu anuncia para el porvenir.
-A José Francisco Ruiz Massieu lo mataron en 1994, 23 días después de que Salinas intervino en Banco Unión y puso en fuga a Cabal Peniche. Mario Ruiz Massieu encubrió a los asesinos de su propio hermano. Banco Unión financió la campaña electoral de Zedillo. Cabal Peniche está preso. Zedillo se niega a entregar los archivos de Banco Unión -dice el tonto.
-Sí -le digo-, pero lo raro en todo esto es que la primera autopsia no reveló indicios de sobredosis de fármacos en el cadáver de Mario Ruiz Massieu. La carta que dejó no tiene firma. Los emperadores romanos obligaban a los patricios a matarse a cambio de no tocar su fortuna. Ruiz Massieu ya no tenía fortuna, sólo le quedaban los niños. ¿Fue un suicidio inducido o fue un asesinato? -me atrevo a preguntar.
Algo que suena como una horrible alarma de automóvil indica, una y otra vez, que los diputados deben pasar ya al salón de sesiones: la ceremonia está a punto.
12:15. En las primeras páginas de los diarios del viernes 17 de septiembre de 1999, en torno del cuerpo de Ruiz Massieu se amontona todo lo que, junto con el antiguo régimen, está muerto. En la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, ahora que el segundo Informe de Cárdenas ha comenzado, aparece todo lo que está naciendo. Por primera vez en la historia de México, un gobernador y un Congreso estatales se disponen a dialogar de cara a la opinión pública. El hecho es inédito.
Cuauhtémoc toma asiento a la izquierda de Martí Batres. Este informa que por acuerdo de todas las fuerzas políticas allí representadas, un miembro de cada partido expondrá sus puntos de vista al titular del Ejecutivo de la ciudad. Un señor de color verde, como su traje, a nombre del PT, organización que ha postulado a Cárdenas a la Presidencia, habla en tono socarrón, comparando algunas de las cosas que Cuauhtémoc prometió con las que ha cumplido. Al final, lo reprende en tono paternal y le externa su apoyo crítico. Luego viene un señor de color café, como su traje tan triste, y a nombre del Verde Ecologista reclama que el gobierno de la ciudad no recolecte el agua de la lluvia y la separe de las aguas negras, creo entender, desapasionado por el tema. (En su respuesta, Cárdenas olvidará mencionar que Tlalpan ha realizado una cosecha de 80 mil ollas de lluvia, reserva estratégica para futuros incendios.) En seguida, sube un señor de traje azul, como la camisa de Vicente Fox, y a nombre del PAN dice lo que usted sin duda hallará en la sección Capital de este diario, porque en ese instante me vi obligado a hacer pipí.
Cuando regresé había iniciado su perorata Oscar Levín Coppel, con su esponjosa melena calva y su bigotito de Gepetto, que minutos más tarde produciría una carcajada espontánea en las tribunas, al afirmar que Cárdenas esta pagando con el dinero del erario ``la más costosa campaña de publicidad que se recuerde en la historia del país''. Después de las risas, alguien le grita: ``¡Cínico!''. Embravecida por las faramallas del señor del bigotito, cierra la diputada Virginia Jaramillo, del PRD, y provoca aplausos al recordar que en tiempos de Espinosa Villarreal había aguinaldos de 700 mil pesos y la policía asesinaba a los delincuentes de la colonia Buenos Aires para descuartizarlos en el Ajusco.
14:00. De saco azul oscuro y corbata amarillo perredista, muy serio en todo momento pero con gran suavidad en la voz, Cárdenas empieza a leer de corrido 76 cuartillas a doble espacio. Habla de millones de metros de pavimento, de miles de nuevos postes de luz, de decenas de nuevas estaciones de metro; dice que los gobiernos del PRI nos legaron una ciudad con fugas en 45 por ciento de las redes de agua; que en 1996, hubo 154 días de ``doble no circula'', y que en 1999 ha habido 18; que con toda la basura que ha sido extraída de las coladeras del DF se podría llenar hasta arriba el Estadio Azteca (``como una lata de paté'', agrega el tonto del pueblo); que su gobierno ha creado una Secretaría de Salud para atender a 720 mil familias que no tienen acceso a los hospitales de la administración federal; que desde hace meses, 400 mil ancianos viajan todos los días gratis en el metro; que de enero a marzo hubo 53 asaltos bancarios, mientras de marzo a septiembre sólo van 5, y que han descendido los robos a comercios; que se mantiene invariable el de atracos a casas habitación y que ha subido el de los que se cometen en la vía pública. ¿Por qué? La criminalidad se duplicó en el DF entre 1993 y 1996. La lucha contra el hampa organizada está progresando, pero nadie sabe todavía qué hacer con la delincuencia no organizada, los microempresarios del crimen que el neoliberalismo multiplica día con día.
Sin detenerse, Cárdenas leyó, uno por uno, los nombres de todos los policías que han muerto en cumplimiento del deber, y entonces reparé en un señor de consistencia más bien bofa, sentado al pie del presidente del Tribunal Superior de Justicia capitalino. Era una bola de carne sin huesos, de orejas enormes, de boca hundida, que ora se rascaba la nariz, ora se desmoronaba contra el respaldo de su curul, ora ponía una rodilla sobre la mesa, ora la otra, ora se acodaba y se cubría la frente como si estuviera crudísimo, ora hablaba por celular, ora alzaba las cejas y sonreía con malicia, como diciendo ``qué hueva'', ora bostezaba otra vez. Era el diputado del PRI, Luis Miguel Ortiz Haro, y mientras Cuauhtémoc bebía uno y medio vasos de agua, leyendo 76 cuartillas, la masa amorfa consumió cuatro en la ardua tarea de escucharlo.
17:25. Al finalizar el Informe, Levín Coppel abandona el salón por tercera vez, si bien no ha dejado de intercambiar sonrisitas cómplices con su líder, Manuel Aguilera Gómez. Lo que se da, entonces, es la ronda de réplicas. Y lo que se replica, en cambio, es la mediocridad de la ronda inicial. Qué retórica más chafa. Los verdes insisten en el agua residual, el PAN en la verificación gratuita, el PRI en la ``campaña de publicidad más costosa en la historia de la ciudad''. Cárdenas, afirma el diputado Octavio West, ha comprado 21 mil segundos de espacio (¿o de tiempo?) en la televisión. A la hora de responderle, igual que a todos sus interpeladores, Cuauhtémoc dirá que, en efecto, eso le ha costado al gobierno 121 millones de pesos. Y le matará el pollo con transparente sencillez. ¿Cuánto gastan al día Labastida y Madrazo?, es la pregunta que queda en el aire.
-No, si ha sido un gobierno chingón -dice el taxista, aburrido quizá de oírnos. Pero a Cuauhtémoc le faltó recordar que, en el gallinero y en la política, los de arriba cagan a los de abajo, regla uno; y dos: huevo que no es cacareado no cuenta.