José Cueli
UNAM: ¿pelear o razonar?

¿Por qué nos paraliza el irracional conflicto político que tiene por rehén a la UNAM? ¿Será que las desdichas que produce y ha de producir aún son superiores a la capacidad de lograr acuerdos?

Los daños empiezan a repercutir en los jóvenes universitarios y sus familias que contemplan pasivos el ``dime y direte''. Todos sentimos el temor lógico de que estos daños han de acrecentarse cada día. En los temblores, inundaciones o epidemias -que azotan el país y en especial a los demás desposeídos- consideramos la desdicha no buscada como algo traído por un ciego azar, mientras que en este conflicto vemos la adversidad provocada por la libre voluntad humana. Unos y otros pelean -no razonan- porque así lo quieren los móviles políticos o económicos o los desordenados apetitos de poder.

No hay que confundir el dolor que debe producirnos tanto estrago, con el espíritu de solidaridad de que nos sentimos poseídos ante las pérdidas -emocionales, económicas, culturales, académicosas- (no buscadas), por la terquedad y la imprevisión. Pero hay algo a lo que se ha dado poca importancia: ¿cuál será el destino de una generación que ya perdió un semestre y va a perder otro?, ¿de quién será esa grave responsabilidad de dejar a cientos de miles de jóvenes en la pasividad, la flojera total, en la nada? Jóvenes abandonados por el egoísmo social, fruto de la incultura. Las consecuencias no han sido sopesadas ni menos meditadas. Miles de jóvenes universitarios al margen del conflicto se encuentran en pleno proceso adolescente, etapa crucial de desarrollo, caracterizada per se, por la búsqueda de identidad personal y vocacional, formación de carácter, consolidación de la personalidad, planteamiento de metas y búsqueda de ideales y valores.

Esta compleja conflictiva por resolver no esta exenta de ansiedades, temores, tendencias regresivas, confusión y dolor. La tendencia a la actuación es característica de los adolescentes y ésta se ve potenciada cuando no encuentran un contexto referencial y una estructura sólida (familiar, social y académica) que los contenga. Los duelos propios de esta etapa no pueden ser elaborados sin un esquema de contención y las fantasías se tienden a actuar. El yo se ve desbordado y afloran los impulsos agresivos, manifestados tanto en la auto como en la heteroagresión. La capacidad creativa se ve amenazada y el adolescente siente perder el rumbo, navega sin brújula y se convierte en presa fácil de toda clase de abusos.

Perdida la esperanza no quedan más salidas que adiciones, la transas las violencias. Estás circunstancias se ven gravemente potenciadas por los momentos convulsivos por los que atraviesa nuestro país. Carencias, crisis económica, inseguridad social y para colmo la ostentosa vulgaridad del proceso político mexicano, amén de la ineptitud de las autoridades que dejan a los estudiantes a la deriva entre la holgazanería y el vicio, solapando la incubación de la intolerancia, en la que lejos de crecer en el ámbito académico lo que se promueve es la actuación de la agresividad y la violencia sin medida ni control, la actuación de fantasías parricidas ante las autoridades.

¿En qué recuerdo, ideal y valores, en qué estímulo de gratitud podrán hallar los jóvenes universitarios un engarce que revierta el desprestigio, las pérdidas y los oriente a la cultura, la investigación, la política, que hoy les están vedados? ¿Quiénes seremos los responsables?