Lo eterno y lo humano siempre serán más atractivos y más instructivos que lo temporal y mutable. Escribir historia con un gran corazón significa más que la modificación de un mapa en lo que va de tal época a tal otra. Mucho más que determinados guarismos o análisis de hechos puntuales.
El libro de Jorge Turner, Treinta Latinoamericanos en el recuerdo (Ediciones La Jornada/UNAM, 1998), suscita una serie de inquietudes que a vuelo de chips paso a esbozar. En primer lugar, veamos quien es el autor. Hay apellidos que revelan la estirpe de quien lo lleva. Turner por ejemplo, quiere decir "tornero" y viene del inglés "to turn" (volver, dar vuelta). Pero si en el escudo nobiliario figura la bandera de Panamá, que a nadie se le ocurra llamar "George" a Jorge Turner.
Hombre sin vueltas y más bien de revueltas, Jorge Turner ha descrito en el libro de marras la vida de una serie de héroes que son afines con su propio modo de valorar las cosas. Una voluminosa biografía puede encerrar en sus autores a pequeños césares. Pero si el sentir es hondo e impetuoso será el anhelo del corazón lo que induzca a la descripción certera del personaje.
Quien escribe suele sentir que puede obrar y quien obra siente a menudo la inclinación a escribir. Todo esto no se aprende en las aulas. Flota entre el genio y la vida, entre la intuición y la experiencia. La novela que invente poco, será mala novela. Y la biografía que invente una sola cosa será mala biografía. Se debería exigir responsabilidad al que inventa tratando de la verdad histórica, lo mismo en el sentido de añadir que en el de ocultar.
Sin embargo, en Treinta latinoamericanos... Turner no escribió ni la una ni la otra cosa. Lo que hizo fue pintar retratos de una galería de personajes que, afines al autor, como dijimos, se negaron a contemplar la vida desde el mostrador.
La vida entonces, no revela ser lo opuesto de lo que aparenta y la realidad siempre está en transformación. Por esto, si los treinta del recuerdo de Turner fracasaron en las circunstancias políticas en las que les tocó actuar es porque se negaron a entender que la práctica de la democracia girase dentro del mezquino círculo de los imperativos pasajeros.
En historia como en arte, toda descripción presupone una selección. La selección siempre es subjetiva. Y nadie puede determinar qué parte de ella se acerca más a la verdad de los hechos. Saber interpretar las fuentes es arte y no ciencia transmisible.
Hoy, cuando el esquematismo historiográfico de importación degrada la compleja realidad de nuestros días, abundan aquí y allá personajes que creen haber descubierto la llave de la sabiduría en una colección de fórmulas de valor universal y fáciles inducciones de los hechos. Pero estos fríos instrumentos de investigación, que divorcian la ciencia de la vida y hacen del cosmos un gigantesco cadáver, no van con el espíritu de Turner.
Memoria de tornero, Turner ha labrado en este libro el perfil de personas insignes con las que intimó, vivió, conoció y compartió ideales. Estadistas, poetas, escritores, revolucionarios, militares patriotas, líderes indígenas, historiadores, diplomáticos, periodistas y mártires. Vidas concientes que antes de partir nos dijeron que los "buenos modales" nada tienen que ver con la democracia y los fríos "demócratas" ilustrados que sugieren quiénes deben vivir y quiénes deben morir.
Turner le ha dicho no al historiador que practica el funcionalismo pueril y mañoso, no al divertido anecdotario de acontecimientos que con el pretexto de "demitificar" a los héroes borra las huellas que le dan sentido, no a las usinas criollas que elaboran malas copias de la globalización y sienten vergüenza del pasado patrio.
En el prólogo, Humberto Mussachio dice que la primera vez que vio a Turner le pareció estar frente a un "perfecto caballero inglés". Es cierto. Faltó añadir que los caballeros ingleses usan corbata y que en el caso de Turner no hubo ni habrá imperio que le obligue a usarla.