Ť Los militares ''son una guerra'', afirman
Para el gobierno somos extraño enemigo: delegados del EZLN
Ť Realizan mitin frente al Palacio Legislativo de San Lázaro
Ť En el recinto, Diódoro Carrasco comparecía ante diputados
Hermann Bellinghausen Ť Según los delegados de las bases de apoyo del EZLN que visitan la capital, el gobierno les da trato de ''extraño enemigo'', siendo que se reivindican como mexicanos. Y traen un mensaje recurrente, en dos puntos: ''Que se salga el Ejército federal de las comunidades de Chiapas, y se cumplan los acuerdos de San Andrés'', como lo resume Gabriel, que es el que más habla de los cuatro.
Nada que no se haya oído ya, pero con carácter de urgente. Los cuatro indígenas, cubiertos sus rostros con pasamontañas, vienen de las dos comunidades más lastimadas por la militarización en las semanas recientes.
Dondequiera que se paran, Gabriel, Verónica, Marín y Luisa son testimonio vivo. El mediodía de ayer, dando la espalda al Palacio Legislativo de San Lázaro, mientras el secretario de Gobernación comparecía ante los diputados mostraron con sus palabras, y su simple presencia, que todavía falta mucho por ''acercar las palabras de los zapatistas a los oídos del gobierno'', como expresó Gabriel.
''Los militares en nuestra comunidad son una guerra'', diría Verónica.
Eso es lo que separa las palabras del gobierno federal de las acciones gubernamentales concretas que perciben las comunidades en resistencia. Les hablan nuevamente de paz, cuando más los hacen sentir la amenaza de represión y la guerra.
Efectos de la militarización
''Nosotros venimos aquí para explicar de la militarización'', lo pone así de simple Gabriel, en entrevista con La Jornada. ''Nos ha invitado la sociedad civil a que ellos, habitantes de esta ciudad, se enteren en nuestras propias palabras de la verdad de la militarización en Amador Hernández, y también San José La Esperanza''.
Con voz firme y la boca apenas visible en la cerrada ranura del pasamontañas, Gabriel agrega: ''Venimos a decir que el Ejército federal está destruyendo la selva, contaminando el agua. Hicieron un campo de helicópteros cerca de la milpa que todavía empezaba a ser elote cuando la destruyeron los soldados. Ya no se puede hacer nada por esa milpa. Se va a perder''.
Tzeltalero de Amador, Gabriel relata que cuando los soldados se instalaron no presentaron ninguna notificación. ''Nada. Dijeron que ellos tienen derecho de ir donde ellos quieran, que son el Ejército Mexicano, eso nos dijo su mando, y nosotros le dijimos que tenemos el derecho como ejidatarios y no queremos que vengan a destruir nuestra parcela y cerrarnos el paso''.
Respecto a las amenazas que habrían recibido los ingenieros topógrafos en Amador Hernández, Gabriel acota: ''Es totalmente falso. Es un pretexto para que el gobierno pueda meter su ejército, para así avanzar la comunidad de Amador y hacer su cuartel ahí''.
En consecuencia, ''lo que más padecen las mujeres, los niños y los hermanos hombres es que ya no tenemos tranquilidad de trabajo'', prosigue. ''Tenemos acostumbrado a ir todas las mañanas a la milpa con nuestro machete y nuestro pozolito. Eso ya no lo podemos, porque el Ejército nos detiene a revisar, interroga que dónde vamos, quiénes somos, a qué hora vamos a regresar y qué trabajo estamos haciendo. Y nosotros muchos no sabemos hablar el español'', dice Gabriel, asumiendo la voz plural de otros, pues él se expresa también en castellano. ''Y tenemos miedo que nos empiecen a molestar, a golpear. Nunca habíamos tenido que rendir cuenta. Trabajamos libremente, y regresamos tranquilos''.
En este punto, toma la palabra Verónica, mientras pasa a los brazos de Gabriel al pequeño hijo de ambos, Pedro, que se está tranquilo a lo largo de la entrevista. ''Las mujeres seguimos en nuestro plantón en Amador Hernández. Hemos protestado pacíficamente, y vamos a seguir resistiendo ahí donde está el cerco militar, y exigiendo que se retire el Ejército. Las mujeres les decimos que no necesitamos su presencia, que trae muchas cosas, la prostitución, destruir los bosques, todo eso, y amenazándonos. Lo manipulan el arma como queriendo disparar. Las mujeres rechazamos completamente la presencia de los militares''.
En seguida, Marín se refiere a la situación de su comunidad, San José La Nueva Esperanza, después de ''la balacera que hizo el Ejército Mexicano, como ya lo explicamos, fue porque querían pasar a la comunidad''. Asegura que el día que salió de su casa para viajar al Distrito Federal proseguían los rumores de que el Ejército federal ''iba a tratar de entrar otra vez''.
Prosigue: "La gente está al pendiente, trabajando no mero normal. Desde el 25 de agosto no hay tranquilidad. Los compañeros que estuvieron detenidos quedaron muy golpeados, uno está golpeado de su cabeza, otro está cortado de machete en la mano, y otro está quebrado de una costía. No pueden seguir su labor, todavía les afecta''.
De su compañero Herminio, herido de bala ese día, dice: ''Todavía sigue grave. Lo están atendiendo, pero no se ha puesto bien todavía''.
Solidaridades cruzadas
Para este aterrizaje en tierras capitalinas, los delegados zapatistas repartieron sus días, uno con la comunidad de la ENAH, otro con las coordinadoras de la consulta, el FZLN y las organizaciones sociales, y uno tercero, con los estudiantes huelguistas de la UNAM. Al respecto, dice Gabriel: ''La sociedad civil nos ha recibido bien. Y los estudiantes allí lo demostraron en el Zócalo que rechazan el Ejército federal en nuestras comunidades''.
Y sentencia:
''No aceptamos, como indígenas que somos, que el gobierno nos amenace. Como mexicanos que somos el gobierno no tiene derecho de amenazarnos.
''El Himno mexicano que cantamos, y el propio Ejército lo canta, dice de defender México de un extraño enemigo. Yo no soy extraño. No soy extranjero. Soy mexicano, nada más que soy indígena. También ellos. Ahora el gobierno nos hace extranjeros, y lo hace como mexicanos a los extranjeros que traen dinero. Está todo al revés.
''Venimos a solidarizarnos con otras luchas porque su causa es la misma, por el país, que no lo vendan, que no lo privaticen ni lo quiten de los mexicanos. Los estudiantes defienden la educación, que debe ser gratuita. Por eso ayer les dijimos en el Zócalo que no están solos''.
Verónica habla, mientras imperceptiblemente comienza a amamantar a Pedro, que así cualquiera se está tranquilo.
''Los observadores por la paz los necesitamos. Ellos van a decir las cosas. Que el gobierno ocupó el ejido, pero paga para que se den malas informaciones''.
ųSe dijo que los estudiantes llegaron a manipular a los campesinos, a agitarlos.
ųSí, eso es lo que se dijo ųreplica Verónica con cierto fastidio airado en la voz.
''Pero nosotros hace muchos años hemos estado resistiendo. Si no hubieran llegado estaríamos haciendo lo mismo: rechazar los soldados''.
Interviene Gabriel: ''Cuando llegaron los estudiantes en Amador Hernández nosotros ya habíamos rechazado los dos asaltos de los soldados, y uno en el terreno de helicópteros que se hicieron. Ahora la gente lo sabe que los soldados nos están dañando''.
Y dice, confiado, mientras Pedro regresa a sus brazos, beatíficamente dormido y con los cabellos revueltos: ''La sociedad civil también le dice al gobierno que en vez de mandar sus soldados, que cumpla los acuerdos de San Andrés, mejor que dar el dinero para que se mueva el Ejército''.
En relación con la carta abierta de Gobernación al EZLN, dicen que ésta se hizo pública cuando ellos habían dejado sus comunidades. ''No hemos hablado con los compañeros, porque estamos de camino. Tenemos que ver qué dice la gente de los pueblos. Sólo hablamos de lo que conocemos. Por eso cuando hablamos, lo hacemos por todas las comunidades. Esa es nuestra responsabilidad''.
Luisa, quien ha permanecido en silencio, dice: ''Los niños tienen miedo de los helicópteros, y los aviones día y noche. Nosotros hemos estado opinando por la paz. Eso le hemos dicho al Albores, que supuestamente es el gobernador del estado de Chiapas''.
Para Verónica, ''los militares son una guerra nada más, no importa si el gobierno manda mensajes. Queremos que nos entienda el gobierno. Estamos allí porque son nuestras tierras''.
Tan cerca y tan lejos
Al mediodía, frío y opaco, frente al Palacio Legislativo de San Lázaro Luisa diría con voz calurosa: ''Hay que echarle ganas a nuestra lucha y nuestro trabajo. Vamos a trabajar luchando''.
Mientras el secretario de Gobernación comparecía ante los diputados, a un centenar de metros, sobre un barandal de piedras que les servía de templete, Gabriel, Luisa, Verónica y Marín se dirigían a unas cien personas, entre ellos y la avenida. Los automovilistas tocaban sus bocinas al ver a los encapuchados.
De manera simbólica, miembros de organizaciones civiles colocaban alambre de púas sobre la reja de San Lázaro, recordatorio de lo que ocurre en Amador Hernández, justo cuando Diódoro Carrasco explicaba las buenas intenciones del gobierno federal.
Y Marín diría, contra el aire cortante, mirando hacia la Candelaria de los Patos: ''Todos tenemos un dolor. A todos nos duele la vida. No es posible que tengamos que dar la vida por el derecho. Eso no puede ser''.
Nunca antes estuvo tan cerca (físicamente) el secretario de Gobernación de unos zapatistas de carne y hueso, y sin embargo tan lejos. Hasta púas los separaban. De los altos techos de San Lázaro empezaron a llover cientos de cuartillas blancas sobre la explanada desierta, que mediaba entre el mitin callejero y la comparecencia del funcionario. En una cara, las hojas decían: ''Fuera Ejército de Chiapas''. Y en la otra, ''Zapata vive''. Y al fondo, el gigantesco escudo nacional de piedra verde, que adorna la fachada del Palacio Legislativo.