ANTE LA OPORTUNIDAD que las elecciones presentan para renovar los poderes públicos habría que preguntarse por la solvencia de un sistema de gobierno que hereda, a las siguientes generaciones de mexicanos, una inmerecida y gigantesca deuda que llegará, al final del presente sexenio, a la suma de un millón de millones de pesos. Sólo las erogaciones anuales para servir tan pesada carga rebasan y hasta ridiculizan cualquier comparación con el gasto social o de infraestructura para similar periodo presupuestal. Con ello, bien alcanzaría para financiar un imaginativo programa, a veinte años, para construir 50 universidades de 20 mil millones cada una. Con esto y entre otras cosas, se aliviaría la destemplada congoja del rector Barnés por la destrucción de los mesabancos que en CU, y según su denuncia, llevan a cabo los paristas o sus clandestinos apoyadores. Cinco UNAM se podrían iniciar cada año y así darse el espacio suficiente para preparar toda la base de sustentación de las mismas, incluidos los ávidos y suertudos alumnos que abarrotarían sus flamantes instalaciones. Durante ese lapso de tiempo se crearían incontables plazas de maestros, investigadores, albañiles, diseñadores, ingenieros, jardineros y demás.
Sin embargo, el agujero en las finanzas nacionales ya fue hecho. Es una ominosa realidad y habrá que enfrentarla a pesar de los retobos, enojos y condenas que se puedan lanzar al aire. Las oportunidades perdidas y el deterioro en la calidad de vida de millones de personas se concretarán como tantos otros extravíos y sacrificios que, como plagas de iracundas divinidades, revolotean por la historia patria. Los causantes, ejecutores o simples administradores del dispendio que inició el proceso de endeudamiento colectivo deben quedar estigmatizados por años venideros, sin que sus defensas periodísticas mitiguen la cólera social. Todos los voraces negociantes que desusaron los depósitos de los ahorradores tienen que ser expulsados para siempre de los medios creditícios y, de ser posible, encerrados en prisión. Pero los que detonaron la cruenta crisis del 95, los manirrotos supervisores del sistema bancario, los difusores de argumentos justificatorios o aquellos que buscaron salidas forzadas, discretas e indoloras para disfrazar culpas, también deben formarse en la fila de los responsables a quienes se les tiene que imputar el terrible quiebre financiero. No se olvidan los flamantes ''inversionistas'' autoacreditados y toda esa caterva de jueces, abogados, empresarios, investigadores y contralores que fueron tejiendo la telaraña donde toda esa riqueza acumulada se enredó.
En suma, se tiene que dar lugar a un recambio, no sólo de actores conocidos y contaminados por los vericuetos del escándalo o de un partido político en concreto que apadrinó y aún defiende lo sucedido, sino de todo el sistema de gobierno que hizo factible y cobijó la tragedia nacional ya bien documentada en el Fobaproa. Se trata de asegurar que un fenómeno parecido no vuelva a ocurrir.
Las próximas elecciones pueden dar cabida a la venganza ciudadana por el dolor y los daños que se le han infligido al cuerpo colectivo. Ahora es cuando se puede meditar en las formas que adoptará la esperada revancha por el horizonte de oportunidades desdibujado y por las esperanzas diluidas de incontables mexicanos. ƑQuiénes deben gobernar mañana? ƑCuáles son las credenciales que presentan los aspirantes para inocular el quehacer público contra los venenos de la rapiña, la tontería, la visión achicada y facciosa, las complicidades o los modos patrimoniales y encautatorios de la riqueza acumulada? ƑQuiénes pueden replantear el imaginario de esperanzas para hacer llevadero el esfuerzo reparador?
Todas estas preguntas y otras adicionales pueden y tienen un lugar preciso en esta temporada electiva. Se trata de definir el rumbo de una nación atribulada que ha dilapidado sus recursos. Y las causas de tan injusta situación son identificables y no hay mucho que buscar para descubrir a los causantes y a los beneficiarios de ello. Algunos se mueven con desparpajo, a plena luz de las cámaras, en la descubierta de las plazas y los affiches publicitarios.
Pensar salidas es cuestionar promesas, partidos, alianzas y candidatos. Dilucidar, ahora y no después, si el PRI puede regenerarse desde dentro y por arriba. Si Labastida puede reunir la fuerza para depositarla en la ciudadanía a través de una estructura que lo viene condicionando. Descubrir, con perspicacia, las artes cosméticas de Madrazo para verlo, con descarnada visión, en su incipiente y tramposa envoltura. Dejar en claro si el PAN puede formar las correas de transmisión para conducir un buen gobierno. Si Fox dejará de meterse en problemas y así aparecer bajo los reflectores televisivos y en las páginas de la prensa sólo para recular al día siguiente de sus desplantes envalentonados. Averiguar, aunque sea desde lejos, si los perredistas dejarán de rendir sus facultades partidarias a un caudillo para comprometerse con la ciudadanía y no con sus fantasmas de inminente redención. O, de una vez por todas, clamar por una alianza opositora que apunte hacia un gobierno de emergencia nacional. Para ello habrá que apelar, qué otra ruta cabe, a la sabiduría del pueblo para que vote por la fórmula adecuada a sus intereses muy personales. El julio del 2000 tiene etapas previas que hay necesidad de librar. Afortunadamente vendrán de una por una.