La irresistible carretera Tlapa-Marquelia en La Montaña de Guerrero
Verónica Villa Arias
En el oriente de Guerrero, la región de La Montaña y la de Costa Chica han estado pobladas por nahuas, mixtecos, tlapanecos y amuzgos por lo menos desde el siglo xii. Antes, ese abrupto territorio fue la región de los yopes y tlapanecos, los indígenas más fieros y más antiguos del estado.
En la parte más alta de La Montaña hay bosques mesófilos, caracterizados por la espesura de la niebla, por los prehistóricos helechos arborescentes, y varias clases de bromelias, que cubren las ramas de los árboles como si les enrollaran estolas de plumas verdes. Más abajo el bosque se colma de soberbios pinos y encinos, y ya muy cerca del mar la vegetación se vuelve selvática y los árboles menos serios y más exhuberantes. Hay burceras, acacias y mangos, hasta llegar a las palmeras de la costa amuzga.
Esas tierras indias se despliegan paralelas al mar, y la sucesión intermitente de montañas y cañadas que van desde la Sierra Madre del Sur hasta el Océano Pacífico, ha hecho siempre muy difícil la circulación de sus habitantes y de sus riquezas materiales. (Tal vez esto explique por qué en La Montaña de Guerrero se encuentren varios de los municipios indígenas más miserables de México.) Sin embargo, durante la Colonia la ruta de La Montaña hacia el mar fue muy importante, y los comerciantes, tanto indígenas como españoles, desafiaban la serranía convencidos de que quien dominara la salida al mar tendría asegurado el éxito de sus negocios. En esa medida, en La Montaña pudo desarrollarse una economía suficiente para que los pueblos de la región crecieran y exportaran sus mercancías hacia el Atlántico, hacia el centro y hacia el Pacífico. Esta situación prevaleció mientras Puebla se mantuvo como uno de los enclaves fundamentales del Virreinato, pero cuando la ciudad de México se definió como la urbe más importante para la Nueva España, la salida al mar se emplazó en el puerto de Acapulco, y la consolidación de un camino que conectara La Montaña con el Pacífico fue quedando en el olvido.
Desde entonces, la necesidad de caminos es muy grande en esta zona rica en culturas y en árboles. Los lugareños suelen decir que, como el tlacolole, las carreteras también son de temporada. Pueden transitarse bien durante la sequía. Después, aunque los aguaceros son bienvenidos en las milpas, los poblados van quedando incomunicados en la medida que los deslaves se vuelven más aparatosos cada día de lluvia.
Hace más de 20 años que algunas organizaciones indígenas y campesinas están tratando de gestionar la construcción de una carretera que comunique a Tlapa con el pueblo de Marquelia en la Costa Chica. Esta carretera, que rememora las rutas comerciales de los yopes y tlapanecos durante La Colonia, descendería de la Sierra Madre hacia la playa comunicando muchos pueblos de los municipios de Malinaltepec, Metlatónoc, Atlamajalcingo del Monte, Zapotitlán Tablas, San Luis Acatlán. Sin embargo, a esta gran necesidad los gobernantes la volvieron motivo de presión política o pretexto económico, ya fuera para asegurar votos o para asignar mayores o menores recursos a los ayuntamientos involucrados. Incluso la carretera comenzó a aparecer en varios reportes oficiales como terminada. Seguramente ha sido el sujeto en las oraciones demagógicas de muchos políticos locales.
Literalmente lleva siglos este camino nunca terminado. Al pasar por los tramos transitables, se perciben la historia del aislamiento, la pretensión frustrada de llegar al mar, la respuesta furiosa de los cerros ante las cargas de dinamita, la resignación de los campesinos a vivir arrinconados, sin poder responder a la alevosía de los transportistas privados, los únicos que desafían con su doble tracción los interminables lodazales.
Al paso de las aplanadoras y los trascabos han ido surgiendo en los últimos 20 años precarios asentamientos de peones mixtecos y tlapanecos. En las partes más antiguas, las primeras que se desmontaron, los campamentos indígenas se volvieron colonias al margen del camino, pueblos de mecánicos, talachas y vulcanizadoras para arreglar las máquinas y automóviles de los ingenieros, tienditas bien surtidas de cervezas y cigarros, fondas donde comen los trabajadores, los topógrafos y funcionarios que van de cuando en cuando para inspeccionar la obra; una ínfima capilla, a veces un aula de escuela.
En esa parte de Guerrero pareciera que acaba de pasar que los indios huyeron de la esclavitud española a las serranías. Como si todavía se estuvieran instalando en este trabajoso exilio. En el monte se ven las tierras del tlacolole, milpas fecundadas aún con instrumentos prehispánicos. En un vallecito, un campesino arrendando un potrillo, como si lo hubiera encontrado en su estado salvaje, allá, en el bosque, donde todos dicen que "hay tigre" y se nos desmesuran los ojos. ƑPor qué debía ser tan difícil creer que aún hay tigre si se menciona a la menor provocación? En peticiones de lluvia, en fiestas de santos patronos, en mascaritas de juguete para los niños, en máscaras serias para los antropólogos, en el nombre de las misceláneas, de las cervecerías, de los equipos de fútbol llanero. ƑCómo no va a perdurar el tigre a fuerza de tantas evocaciones de los pueblos?
Mientras sólo las comunidades estaban interesadas en la construcción de la carretera, siempre hubo largas para terminarla. Sin embargo, en 1997 se reactivó de manera oficial el viejo proyecto, y se rebautizó rimbombantemente Carretera Interoceánica Veracruz-Puebla-Tlapa-Marquelia. El presidente se compometió a terminar el trazo y el recubrimiento, e incluso se aprobaron recursos para completar 38 kilómetros de carretera, aunque de entonces a ahora sólo se han pavimentado trece. Al disparejo desarrollo económico de Guerrero no le había importado consolidar la conexión entre los pueblos de la Montaña y la Costa, pero en este sexenio de inmensas deudas, privatizaciones, megaproyectos y corredores interoceánicos, la poca o mucha riqueza de la región debe explotarse al máximo. Ahora sí les van a construir su carretera.
"Cuando terminen la carretera se va a poner buena", dice un joven mixteco que viaja hacia Morelos para trabajar en los campos de ejote. Y se entusiasma: antes tardaba un día en salir del pueblo, ahora ya son menos horas (quince, doce tal vez). Y cuenta que desde que se acuerda se está construyendo la carretera, pero está seguro de su terminación, tiene la misma confianza de hace 20 años. "Dicen que el nuevo gobierno sí la va a terminar. Y se va a poner buena."
Y si en serio se cumple elcompromiso presidencial, Ƒde verdad mejorará la vida de los habitantes de La Montaña, desesperados hace décadas por tanta miseria creciente, obligados desde que nacen a trabajar a cambio de lo que sea? Con la carretera será más fácil la expulsión de mixtecos hacia los campos de concentración de jornaleros en Morelos, Veracruz, Sinaloa o Baja California. ƑO acaso podrán arraigarse a su pueblo cambiando su exilio agrícola por el infierno de las maquiladoras? Además de vaciar a La Montaña de su riqueza demográfica, con la carretera será más fácil también que los muchos árboles fuertes que quedan en el bosque salgan más pronto a los aserraderos. Y debajo de los árboles, la riqueza mineral de La Montaña, aún incuantificada. ƑSerá un mejor destino el del café de Paraje Montero, los comales de barro de Malinaltepec, los sombreros de palma de Mixtecapan?
Al ver la dificultad del terreno, la necedad con que los cerros se resisten a los cortes, a ser esculpidos con una forma diferente, uno piensa tontamente que sólo Dios puede terminar esta carretera. O el capitalismo, me corrigen mis compañeros de viaje, y bajamos nuevamente de las redilas, como hacen todos los días los campesinos, en diferentes tramos, para pelear con las palas contra el inmenso gajo de tierra del último deslave.