EXCESOS Y DESFIGUROS
Conforme la publicidad y la mercadotecnia cobran mayor importancia en la construcción de líderes políticos y candidatos, se hace más clara la disputa por la atención de los ciudadanos, y de unas semanas a la fecha, en los procesos en curso de selección de aspirantes a la Presidencia, pareciera que varios de ellos están dispuestos a lo que sea con tal de que sus respectivos nombres aparezcan en el primer plano de los medios.
Un recurso evidente para lograr tal propósito es la generación de escándalo. Esa ha sido la tónica de la campaña del priísta Roberto Madrazo, cuyos lemas propagandísticos suelen ser portadores de una carga de procacidad machista, en forma deliberada, y con los aparentes propósitos de suscitar la simpatía popular y reforzar la imagen de aspirante rebelde al sistema político del que es producto y beneficiario, al igual que Manuel Bartlett, Francisco Labastida y Humberto Roque.
El panista Vicente Fox, quien desde ayer es candidato presidencial de su partido, utiliza una táctica mediática semejante, en la cual se inscribe su decisión de utilizar un estandarte de la virgen de Guadalupe como pendón de campaña. Tal acción ųque podría, incluso, configurar delitos electorales específicosų ha generado reacciones airadas por parte de diversos actores, incluidas importantes figuras de la Iglesia católica, mandos militares, dependencias civiles y partidos políticos, así como deslindes por parte de panistas destacados. Una vez colocado en el afán de decir o hacer casi cualquier cosa con tal de situarse en el centro de la polémica, Fox respondió a las críticas de la Secretaría de Gobernación y el Ejército Mexicano afirmando que una y otro le "hacen los mandados".
La provocación del estandarte guadalupano y la bravuconada contra autoridades civiles y militares podrían considerarse simplemente expresión de una campaña política huérfana de ideas y programa, y proclive, por lo tanto, a recurrir al escándalo para subsanar tales carencias. Esta observación se aplica también para los epítetos y acusaciones que los aspirantes priístas intercambian entre sí, y que con frecuencia parecen tomados ųo robadosų del discurso opositor.
En el caso de Fox, los desplantes referidos constituyen una escala más avanzada ųsi cabeų del mal gusto político, toda vez que resultan ofensivos para sectores de creyentes, los cuales pueden considerar inaceptable que el guanajuatense pretenda identificar el fervor guadalupano con el foxismo. El gesto referido es también contrario a los principios históricos de separación entre la Iglesia y el Estado, que son, junto con el culto a la virgen de Guadalupe, elementos centrales de la identidad nacional.
Finalmente, los desfiguros como los de los aspirantes priístas y el candidato de Acción Nacional resultan indicativos de una atmósfera política transformada y contrastante, para bien y para mal, con la asfixiante inercia ritualista que imperó por décadas en el sistema político del país, pero también expresan una desoladora falta de ideas y propuestas de fondo de cara a los principales problemas de la nación.