DISQUERO

Flores de un día

hit wonders Es tal y tan espeluznante la cantidad de compactos que inundan los anaqueles de novedades, que quien se diga al día miente. La mismísima MTV está chupando faros apostando por el lado más mercachifle del rock y el pop. Pruebas: entre otras, la repetición ad nauseum de ese numerito tan grotesquín como un yuppie dizque bohemio y dizque cantando a José Alfredo: Maná con la rolísima Te solté la rienda, del maestro José Alfredo Jiménez. Ya ni decir de la antigua Biblia del rock, la revista Rolling Stone, vendiendo su portada al ídolo prefabricado en escritorios, también latinou: Ricky Martin. Pero tampoco es para hacerle al redentor ni rasgarse las vestiduras, pues desde siempre el rock ha sido un negocio, purititita industria. Así como en el medio está el masaje, en la cabecita loca de cada quien está tocho morocho. Maná y el rico Ricky Martin le pueden gustar a quien quiera. Ya lo dijo el filósofo sordo: la mejor música es la que te gusta. Todo esto viene al caso porque entre los muchos recursos de los que se vale la industria fonográfica para, diría el poeta de la inopia, mantener el flujo de su liquidez, está la modalidad de los discos "acoplados", que no son otra cosa que álbumes misceláneos y sucedáneos, a su vez, del tipo "grandes éxitos". El compacto titulado Hit Wonders. 70-74 (Sony Music), compilado por Leticia Toriz, inicia una serie, ideada por Rebeca Espinosa de los Monteros, que rescata de entre los polvos de muchos lodos materiales que, dirían los clásicos, hicieron época. Rolas que quedaron de grupos de los que nadie se acuerda. Sumamente divertido, con breves alucines, inclusive.

A toda máquina

roch for the road Un "acoplado" similar al anterior es el álbum Rock for the road. Vol. 1 (Universal), aunque mejor en cuanto a su consecución, pues su punto de arranque es una idea que por sencilla resulta contundente. El título de este primer volumen es su propia idea motora: aquella música que lleva implícita una sensación de movimiento, de preferencia motorizado. No solamente la noción cinéfila de la road movie, también la literaria: he allí, por ejemplo y como meras referencias, algunos pasajes de Tres tristes tigres o bien La Habana para un Infante enjuto, donde don Memo Cabrerísima Infante pone música en la radio o la casetera de la máquina (auto, chico, auto) que transita los renglones a toda velocidad. Son sones los que escuchan los personajes cabrerianos. El disco que aquí referimos contiene, en tanto, rock y muy sabroso también. Los Allman Brothers, Steppenwolf, Night Ranger, Rod Stewart son algunos de los protagonistas en este primer volumen, nacido de la mente experta del maestro Jorge Soto. Música esencialmente eléctrica, no sólo porque están enchufados los instrumentos, sino porque conecta con, otra vez, sensaciones de lo que los clásicos de antaño llamarían prendidez. Música voltaica, pues. Con grandes peros, como el disco de aquí arriba, el porcentaje de placer para oídos exigentes está garantizado. Cierto, hay rolas hiperfresas, concesiones, cuasi baraturas, riesgos de la democracia, pero hay también exquisiteces tales como The thrill is gone, ese rolononón que bien podría firmar Charles Baudelaire y que ejecutan Lucille y don B.B. King. De pelísimos.