ƑQuién controla la corrupción en la ciencia?
Luis Benítez Bribiesca
La corrupción, una práctica antisocial que altera el orden, pervierte y daña, parece haberse difundido en nuestro mundo de mercado libre globalizado. No hay nación ni reducto humano que esté libre de ese mal que pudre las costumbres. Sabemos de la corrupción que ha fomentado el narcotráfico, de las corruptelas del gran y el pequeño comercio y de la alarmante sinergia entre política y corrupción. Pero había, hasta hace poco, un ámbito que por la naturaleza misma de su objetivo parecía inmune a cualquier práctica corrupta: el de la ciencia.
La empresa científica está orientada a la búsqueda objetiva de la verdad y sujeta a una estructura rígida que permite la verificación o falsificación de sus resultados y postulados. Cualquier desviación intencional es, sencillamente, anticientífica. Parecía impensable que algún hombre de ciencia en sus cabales buscara el engaño, la simulación o el plagio para triunfar en su empresa. Empero, desde que la investigación científica se profesionalizó, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, aparecieron señales de alarma.
El caso más sonado, y que finalmente abrió la caja de Pandora, es el de los ratones pintados de William T. Summerlin, en el Instituto Slogan Kettering. Ese lamentable episodio demostró que se podía cometer fraude científico al más alto nivel académico. Le siguió el de Mark Spector, quien pretendió descubrir el origen molecular del cáncer; después se descubrió el de John Darsee, en Harvard, y luego el de Marc Straus, en Boston University. Aunque Peter Medawar, al atestiguar y analizar el caso de Summerlin en 1974, aseguraba que esos episodios de fraude científico son anecdóticos y extremadamente raros, hemos sido testigos de cómo, en los últimos 20 años, aparecen más y más casos de todo tipo de corrupción científica: datos inventados o maquillados, plagio, duplicación de publicaciones, investigaciones sesgadas por grupos elitistas de poder, intereses comerciales, autorías falsas y violación a los principios éticos de experimentación humana.
El asunto ha alcanzado tales proporciones que ya existen numerosas publicaciones y libros que analizan profundamente el tema del fraude y la conducta inadecuada en el quehacer científico. En la mayoría de las naciones científicamente desarrolladas han tenido que establecer comités de supervisión de la actividad científica para investigar cualquier caso de deshonestidad.
Cai-Decheng señala: "No debe haber tolerancia alguna ante la deshonestidad, sentir lástima daña al propósito de la ciencia". Las razones de esa conducta anómala son múltiples, pero generalmente se deben a la creciente competencia por prioridad, fondos económicos, premios, patentes y puestos académicos.
No es secreto que en México somos campeones en corrupción. Ese mórbido comportamiento se ha infiltrado en todos los estratos de la sociedad. Pero, Ƒtambién ha alcanzado nuestro incipiente establecimiento científico? Oficialmente nada se sabe. No existe una sola denuncia; la prensa no ha informado de ningún caso ni se sabe de investigadores enjuiciados por algún comité académico. Aunque la competencia a la que debe enfrentarse el científico mexicano es idéntica a la de otros países, con la agravante de que aquí los recursos disponibles son menores, el fraude y la deshonestidad parecieran no haber corrompido a la ciencia mexicana, al menos públicamente.
Nadie se atreve a mencionar esa posibilidad abiertamente. Cualquier intento de denuncia es rápidamente soslayado o ignorado por las instituciones. Parece haber una consigna de preservar el status quo y pretender que aquí no ocurre lo que en otros países científicamente desarrollados. Lamentablemente, la experiencia de los miembros de comités de evaluación, los consejos editoriales y numerosos investigadores de grupos científicos activos revela, siempre sotto voce, un panorama muy diferente.
Se han encontrado casos de plagio y duplicación de publicaciones; se rumora de falsificación de artículos; se comenta la fabricación de resultados e ilustraciones; algunas investigaciones clínicas o en animales parecen no apegarse a las normas internacionales de ética; existen publicaciones que incluyen a autores que nunca contribuyeron al trabajo científico, y algunos otros pecadillos menores pero siempre significativos.
Ante la creciente competencia por obtener fondos, reconocimiento académico y becas del SNI, no sería extraño que la corrupción científica se incremente en nuestro país, sobre todo si carecemos de sistemas eficaces de evaluación de la honestidad científica. Por ello sería prudente que organismos como el Conacyt, el SNI y la Academia Mexicana de Ciencias atendieran frontalmente el problema. Más vale prevenir que lamentar.
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