A Vinicio lo traía loco la obsesión. Eso, y la mitología griega. Habría una hora imposible que, momentánea como toda hora, imposible que, momentánea, como toda hora, era inminente. Siguió el tema en las noticias. Hubo quien hablara de caos financiero, enloquecimiento de las máquinas numéricas, efecto sacacorchos en las memorias, pasmo del tragamonedas digital. Pero en general nadie le dio importancia. Las nueve de la mañana del día nueve del noveno mes de un mil novecientos noventa y nueve. Algo así como un eclipse total de los transcursos de las cuentas.
Por lo tanto el teléfono amaneció cortado por exceso de pago y cualquier otro número solicitado quiso sonar ocupado o a cargo de una grabadora robot, y en los charcos de las esquinas no se habla igual, la conexión intercontinental se anula en ceros y un satélite de telecomunicaciones allá en su órbita tiene un pequeño acceso de hipo o al menos es lo que parece, visto de la luna.
La mañana se obstinaba en el gris a causa de un sol que amaneció roñoso. Ni calor ni frío, ni chicha ni limonada, lo mismo aclara que llueve que las dos cosas; de esos días.
ųƑTe acuerdas de los anuncios del ungüento 666?
ųEn cada tienda de cada pueblo, Ƒpor qué?
ųPor los nueves.
ųAh. No veo la relación.
Sonia nomás lo estaba picando. El zaguán, de par en par. En el arroyo nadie sabía si tener prisa o dejarse llevar por la corriente calma, haciéndose la chicha, engañosamente plácida. La gente en la calle trotaba abrigada y atónita.
ųƑLlevaré el paraguas? ųle había consultado a Sonia, eterno indeciso, y Sonia le respondió su merecido: que pensara con agilidad y no como pingüino. Nunca lo hubiera dicho.
El idioma entre personas que se conocen seriamente, siempre tiene algo de críptico, de íntimo, de clan. Para no sentirse todavía más estúpido, Vinicio había dejado el paraguas en su sitio, tras la puerta, con el recogedor y las escobas. Se despidió de beso en la frente de la señora Bernárdez, pero a Sonia sólo le agitó la mano desde la puerta. Fuera a írsele un manazo a cualquiera de los dos.
ųA ver si hoy sí encuentras un trabajo que te merezca ųle salió gritar desde la ventana del baño Sonia, por desahogarse, cuando él acabó de bajar las escaleras y estaba por cruzar la calle.
El ya ni volteó. Iba rumbo a los nueves.
Dos horizontes se superponían en las calles hoscas, llevadas por un tufo a gas y no obstante olor a tierra mojada y flor, mojada también. Un panorama de altas crestas, olas negras, patas que en la punta abren sus garras y se disponen a caer, y detrás una radiancia limpia que desmentía la tormenta, y un naranja tirando a violeta.
* * *
Se dejó venir un airón muy raro tirando hojas húmedas de los árboles, pegajosas. Ni modo de distinguir si detrás del primero y segundo planos venían mayores nubes o un claror blanquecino, semidiurno, que fue lo que siguió. Los rayos luminosos se disfrazaron de plateado, y eso lo leyó Vinicio como un signo a su favor. La silueta de los edificios, las montañas y las chimeneas eran sólo un adensamiento de la neblina.
El que pisa raya pisa su medalla, jugaba para su interior pueril, caminando en desorden por la banqueta.
ųƑY ora ese? ųpreguntó en voz alta un cuidador de coches que lo estaba observando.
* * *
Regresó muy noche. La señora Bernárdez se calentaba agua para un té en la cocina. Sonia desde qué horas se había ido a dormir.
ųƑY? ųindagó la vieja, golpeando el colador contra la mano para sacar a las hierbas las últimas gotas de infusión.
ųFui a ver los pingüinos al zoológico ųexpuso, como si sonara lógico, Vinicio. Pero la señora Bernárdez lo conoce y entiende mejor que Sonia o de lo que llegó a conocerlo su pobre madre.
ųƑY?
ųA pataleo, dando vueltas, un poco así las alas, me dieron a entender que aguante, que mi horizonte laboral es alentador, y que me olvide del paraguas.
En un escucharlo a medias, la señora Bernárdez lo interrumpió:
ųPor cierto, dijo Sonía que te recordara que los niños necesitan para los útiles. Tú ya sabes la cantidad.
Como si no hubiera oído, Vinicio prosiguió con su visita a los pingüinos, los tienen en vitrina, eso sí, muy limpios. ƑY sabe que fue lo más raro, doña?
La señora Bernárdez años tiene de haberse hecho a la idea de que Vinicio no tiene remedio, y es impermeable a sus prolijidades.
ųNi idea.
ųNueve, con la cría. ƑSe da usted cuenta?
La señora Bernárdez se daba, sí que se daba.
ųMe doy ųdijo, y se levantó, remojó la taza en el fregadero, y fue a intentar dormirse. A ver si apagando la lámpara del corredor.