La Jornada Semanal, 12 de septiembre de 1999


Catherine Coroller

Un siglo de olores

Aztecas y romanos tenían buenos hábitos de limpieza y evitaban, gracias al uso de yerbas aromáticas, que sus axilas ofendieran gravemente al entorno. Los pueblos europeos, en cambio, se dedicaron a apestar a diestra y siniestra por siglos y siglos, hasta que Mum y Odorono se propusieron ``para evitar las molestias del baño'' y para perfumar los acercamientos corporales. En nuestros tiempos que extienden ``su alergia a todas las exhalaciones molestas'', nos dice la periodista francesa Catherine Coroller, ``el hombre se ha propuesto erradicar todos los olores''. El desodorante es el pionero de estas luchas para cambiar el pehache y dar a la humanidad sensaciones de ``limpieza y frescura''. Todo esto con baño, pues de lo contrario seguiríamos frente a la horrible mezcla de peste y perfumes con la cual Doña Isabel la Católica esperó la caída de Granada.

Cómo habrá reaccionado el emperador Moctezuma frente a la peste a cuero, metal y ajo del conquistador Cortés? La limpieza de los nobles aztecas era proverbial; se bañaban en el temazcal hasta tres veces al día y recurrían al uso de hierbas aromáticas que se pasaban por las axilas. Tal énfasis en la higiene es una costumbre provechosamente explotada hoy en día por los fabricantes trasnacionales de desodorantes.

En los años cincuenta había un eslogan llegado de la Madre Patria que decía: ``evítese las molestias del baño, use Mum''. En los años setenta el desodorante en aerosol desapareció debido a que se detectaron los primeros daños a la capa de ozono. En las dos últimas décadas, los desodorantes aromatizados con fragancias tomadas de la perfumería tuvieron mucho éxito. Entre las mujeres se volvieron muy populares los deoperfumes, desodorantes corporales que se anuncian como perfumes.

Moderadamente limpios

Esta cifra hace desesperar a los industriales franceses: 81% de las mujeres y 67% de los hombres en Francia confiesan utilizar un desodorante, de los cuales un 65% lo hace diariamente, contra los nueve de cada diez estadunidenses de los dos sexos. El desodorante, que empezó a abrirse paso en los Estados Unidos a fines del siglo XIX, en Francia aún no acaba de tener un éxito total, cien años después. A este respecto, así como en lo relativo a la higiene corporal, Francia es un país latino. Moderadamente limpio y más bien de los que se atacan de la risa al narrar a extranjeros asqueados la pestilencia de Versalles en la época de Luis XIV, o la anécdota de Napoleón escribiéndole a Josefina después de su victoria en Marengo: ``Estaré ahí dentro de tres días; no te bañesÉ'' A pesar de esa reputación de suciedad que se les pega a la piel, los franceses, sin embargo, van progresando. ``Desde los años ochenta, se preocupan más por su higiene corporal. Este interés creciente es resultado de la presión de las normas sociales, del ascenso del individualismo y del cuidado de sí mismo'', analiza la Sécodip, una sociedad de estudios de mercado. En teoría, este cambio en el comportamiento de los franceses se debe, principalmente, al anuncio de un desodorante difundido en la televisión en los años setenta. El guión: un joven guapo se acerca a una bella joven y luego se da la media vuelta, haciendo gestos. El eslogan: ``A la primera olfateada, son las cinco de la tardeÉ'' La moraleja: no basta con asearse en la mañana para oler bien durante todo el día; también hay que utilizar un desodorante. Con el público, el humor da en el blanco. Y las ventas despegan.

No obstante, sería un error pensar que la supresión de los olores corporales es una obsesión moderna. Ya a fines del imperio romano, los hombres llevaban bajo el brazo, después de sus abluciones, pequeñas bolsas llenas de plantas aromáticas: ``Es una tendencia que aumenta a medida que las sociedades satisfacen sus necesidades más inmediatas y más urgentes'', señala André Holley,(1) profesor de neurociencias de la Universidad Claude-Bernard, de Lyon. ``El hombre desarrolla una gran desconfianza ante las manifestaciones biológicas de la animalidad. Y los olores corporales son percibidos así, salvo en ciertas situaciones. Pero lo que es admisible durante las relaciones íntimas, eróticas, y que incluso puede reforzar la relación amorosa, deja de serlo en la vida cotidiana. Los olores corporales se perciben como manifestaciones incongruentes de la intimidad, de ahí el uso de desodorantes.'' Según Francoise Dolto,(2) el desodorante pudo haberse inventado, de plano, ``para que el olor de cualquier hombre y de cualquier mujer no provoque en el otro una tentación de coito que la persona no desea; para que esos rebaños humanos que usan los transportes públicos no se vean sometidos a una erotización en la que el solo cuerpo está comprometido, sin el corazón y el espíritu''.

A fines del siglo XIX, los estadunidenses perfeccionan los primeros desodorantes modernos. ``La mayoría de las veces están hechos a base de alumbre (sulfato de potasio y de aluminio) cuyas fuertes propiedades astringentes detienen casi por completo la transpiración'', según un folleto de la Federación Francesa de Perfumería. Uno de los primeros se comercializa en Estados UnidosÊen 1898 con la marca Mum. En 1919 aparece, también en Estados Unidos, el celebérrimo Odorono en dos versiones: versión cremosa, en frasco azul, con un pequeño orificio, y versión líquida, en frasco rosa con atomizador. La publicidad, que se atreve a mostrar una axila de mujer, provoca un escándalo. Después de aparecer en Ladies' Home Journal, doscientas lectoras anulan su suscripción, pero las ventas aumentan 112%. En Francia habría que esperar hasta 1945 para que el Odorono estuviera finalmente disponible, y sólo en las farmacias. Pero su éxito sería tal, que su nombre se convertiría en un genérico, como Kleenex, aunque en forma menos duradera.

A principios de los años cincuenta se lanzaron los primeros desodorantes a base de sustancias antibacterianas. Contenían un antiséptico que destruía las bacterias responsables de la degradación del sudor. A partir de entonces, el mercado de desodorantes se escindió en dos productos: los bactericidas (86% de las ventas de L'Oreal) y los antitranspirantes (14%), que reducen la secreción de sudor con ayuda de sales de aluminio astringentes. Al extender su alergia a las exhalaciones molestas hasta el infinito, el hombre se ha propuesto erradicar todos los olores. Desde entonces, la lista de los desodorantes es casi infinita. Desodorantes corporales para las axilas, los pies, la higiene íntima, el aliento -estos últimos en forma de spray, pastillas, gotitas que se ponen bajo la lengua, lip gloss (brillo para los labios)É Desodorantes para el aire, la ropa, el pelo: ``si su cabello se ha impregnado de olor a cigarro o a papas fritas, Mugler ha hecho uno que funciona súper bien y creo que Shiseido tambiénÉ'', se entusiasma Laurence Baciliéri, presidenta del Cosmetic Research International, departamento de ventas. Desodorantes contra el mal aliento de los perros. Desodorantes-desinfectantes del ambiente: ``en lugar de tomar antibióticos o de pegarle su catarro a todo el mundo, vaporice su aire con Healing Garden o Cold Therapy'', aconseja la misma Laurence Baciliéri. Asimismo, desde principios de los años noventa se vio llegar al mercado tejidos bioactivos, capaces de luchar contra los microbios y, sobre todo, contra su corolario más molesto: el olor. El principio de todos estos absorbentes es más o menos el mismo: contienen moléculas, generalmente de zinc, asociadas a una fórmula antibacteriana, que atrapan los olores en formación, con mayor o menor eficacia, y liberan un aroma, para algunos, deliciosamente sintético. En el mismo orden de ideas, la mayoría de los productos para el hogar que se venden actualmente están perfumados. En efecto, el consumidor puede tener la impresión de que su piso o su ropa están limpios si huelen bien.

Sin embargo, periódicamente los desodorantes corporales son objeto de ataques. Detener el sudor es considerado antinatural, lo que desata todas las fantasías paranoides del consumidor. En Internet abundan los grupos de discusión que hablan de la relación entre los antitranspirantes y el cáncer de seno. ``Los antitranspirantes impiden sudar y, por lo tanto, impiden que el cuerpo se libere de sus toxinas'', puede leerse. ``Pero esas toxinas no desaparecen mágicamente. Puesto que no puede deshacerse de ellas, el cuerpo las deposita en los nódulos linfáticos que están bajo los brazos, lo cual ocasiona una fuerte concentración de toxinas y acarrea una mutación de las células que provoca el cáncer.'' En su entrega de mayo de 1999, la revista Que Choisir surfea en la misma ola de temores. En un dossier dedicado a los efectos del aluminio sobre la salud, el articulista recuerda que se ha demostrado la toxicidad de este metal para el cerebro; admite que, en cuanto al hombre, no se ha probado nada, principalmente en lo relacionado con el desencadenamiento del mal de Alzheimer, pero aconseja abstenerse de utilizar cacerolas, vacunas, antitranspirantes y desodorantes que contengan aluminio. A estas acusaciones, que son refutadas por una buena parte del cuerpo médico, L'Oreal responde que un antitranspirante no tapaÊlos poros, sino que ``permite regular la transpiración, sin bloquear el proceso natural, y esto de una manera parcial, ya que un antitranspirante disminuye el flujo sudorífico de un 30 a un 60 por ciento''. En Internet, otro rumor evoca los lazos que hay entre los desodorantes vaginales (en spray o en polvo) y el cáncer de ovarios.

Más allá de estas polémicas queda otra pregunta: a fuerza de desodorizar brutalmente las partes del cuerpo que más exhalan, ¿no se corre el riesgo de suprimir toda atracción sexual entre los seres? Uno de los productos que más se venden actualmente en el mundo es un perfume que contiene feromonas sexuales sintéticas: ¿el regreso de cierta animalidad? Tal vez, pero fabricada en laboratorio y sin olor.

(1) André Holley es autor de Eloge de l'odorat, éd. Odile Jacob, que se publicará en octubre de 1999.

(2) Francoise Dolto, Fragrance, en Sorciéres, 1976.

Tomado de Libération

Traducción de Luis Zapata