La Jornada Semanal, 12 de septiembre de 1999
Suena la fuente aérea del teclado
y en ella la fijeza de otros
días
desdobla sus esferas, torna al agua
que circula en la
música -morada
de las yemas- una estampa: tenía
un libro de
viajes, una novela
con dibujos a tinta y carboncillo,
un antiguo
tablero de ajedrez
y piezas de marfil en miniatura.
El tiempo
era el relente a la deriva
de la higuera y el piano en que se
oían
las cúpulas del sol. Hoy reconozco
las huellas de Satie en
los acordes
que llegan de otra estancia y se abren paso,
debajo
de la piel, a la memoria.
Escucho entre las notas el
crepúsculo
y en sus pausas el viento y la hondonada
similar al
paisaje que encendió
el aroma secreto de aquel libro.
Afuera
en el desierto, se extinguían
las nubes en racimos amarillos
y
la tarde era lenta en el tablero
y veloz en la fuente y
amarilla
también, como el grabado en que caía
el cielo a
semejanza de la arena
de un reloj que asediaba la partida.
Se
borraron los años. El olvido
sabe a frutos de niebla y me
concede
imágenes disueltas de una estancia
con caballos y torres
en combate
y vitrales abiertos y cerrados
aldabones de
bronce. La terraza
se cubría de polvo y de palomas
y el mundo
era ficticio, pero hermoso,
como el patio mojado y el reflejo
de
los pies de Mireya y de su blusa
en la nítida luz, como su cuerpo
corriendo hacia el viñedo, rezumando
carbúnculos de seda en
cada punta.
Se han vaciado tinieblas en la sala
donde todo
seduce a la belleza
de las tardes inmensas, cuando vienen
las
ráfagas del aire a despejar
un instante rugoso que fue
terso
manantial de qué pájaros. Ahora
esa música surge, aquí,
dispersa
su destello detrás de los jardines
-jardines como
puertas canceladas-,
golpeando entre los dedos que acarician
la
misma oscilación al deslizarse
por las Gymnopédies hasta que
acaban
el agua y sus aljibes por ser una
levedad que concluye o
se dispone
a entregarse a la sombra.
En su equilibrio
no hay
variación posible. Todo tema
tiende a romperse o nace roto,
se
consume a sí mismo y es estéril
que pronuncie las cosas que ya
fueron
materia calcinada, inmóvil llama
que se apaga otra vez
para rozar
la pulpa de los higos, los palpados
rumores de una
lámina en que suena
la fuente de metal, oscura y seca.