Miles de fans revivieron íconos en el Auditorio


šDime, jaguar!, Ƒdónde estás? Y Saúl politizó su concierto

Arturo Cruz Bárcenas n Corrió el día 9 del noveno mes de 1999. Día del ritual de Jaguares. La iconología que el grupo de Saúl Hernández ha desarrollado a través de sus canciones irradió el Auditorio Nacional, lleno hasta el tope. "šOrale, cabrones!", fue el saludo a las miles de almas que rinden culto al flaco ex caifán. La respuesta: un grito ensordecedor para los dioses ocultos en las pantallas con imágenes psicodélicas, de panorámicas de la selva donde el felino es dios. La ecología, esa casa en ruinas; el cielo, ese azul agrisado; el suelo, el relieve carretero... lo que deja de ser.

šDíme, jaguar!, Ƒdónde estás? Los caminos de Swan se bifurcan y refractan. Avanza el tiempo, esa experiencia interior; las sensaciones exteriores son el espacio. šDíme, jaguar!, Ƒdónde estás? En las dos pantallas gigantes aparecen los precandidatos presidenciales: Fox, Cárdenas, Bartlett, Roque, Labastida, Madrazo, Muñoz Ledo... "Cuéntame tu vida, cuéntamela toda". El camaleón. "Acuérdate de nosotros, de los otros, de los que no tienen nada", entona Saúl, mientras el Vampiro azulvioleta -sin menospreciar, ahora sí, en un grupo de su nivel musical- hace rechinar sus cuerdas, hasta el fin del diapasón.

De nuevo los precandidatos, los suspirantes. Nadie se salva de mentadas mil. "Acuérdate de nosotros, de los otros, de los que no tienen nada". Laberintos. Saúl pide, exige, que recordemos Acteal, Aguas Blancas, el 68. La memoria colectiva. "Acuérdate, gobierno". ƑQué noche te hace daño? La célula que explota, que nos trague el diablo, amor, que se trague su dolor. Quisiera ser alcohol, para sentir que una vez fui querido, de un jalón.

La Filarmónica de la Ciudad de México suaviza la melodía, Savo jazzea, Saúl arpegia. A más de una hora de concierto la iconología jaguariana ya logró su objetivo. Hay un orden en el desorden. De noche todos los gatos son pardos... ƑHegel o Lampedusa? La dialéctica o la permanencia, el eterno retorno de lo mismo.

"Es una reina, es una diosa, es una mujer". Y en las pantallas una bailarina hindú ejecuta sus movimientos, ese arte sin palabras. Son los reinos del jaguar, la utopía de Saúl contra el racismo, topus uranus de quienes han chingado a todos la libertad, "sobre todo a nosotros, los jóvenes".

La reivindicación: afuera tú no existes, sólo adentro. No es albur, aunque por ahí un chavo roquero grite: "šcuántos bizcochos vinieron!". Durante las dos horas y media de concierto, un uruguayo no cejó en su inútil afán de que Saúl viera su bandera nacional.

"No me culpes de la risa que mataste"; viento, llévame antes de que nos olviden; tú, déjame amarte en vida.

Es reiterativa la idea pesimista, el léxico repetitivo. Pero hace mella, más cuando Saúl hace como que se da un pericazo y la imagen aparece en las pantallas gigantes. El virtuosismo en las liras es una cortina de humo para la agotada garganta de Saúl, que tiene que soportar que un chavo audaz haya burlado la vigilancia y lo abrace eufórico. Se lo llevarán cual hilacho. Gacho.