Frecuentada en su mayoría por chicas gay


Anyway, ejemplo latente del "aquí nadie se queda afuera"

El cabello rubio y lacio le cubre los hombros; la tanga, apenas la mitad de las nalgas. Por sus piernas perfectas se desliza una centena de miradas lascivas y alientos sofocantes. La música se vuelve más lenta, entonces Sonia se mueve con más sensualidad, se acerca a ellas y, con un gesto, les insinúa que pueden tocar. Ninguna de ellas se atreve.

The Doors -donde no es necesario pagar cover a menos que se quiera subir al Anyway y al Exacto, en el segundo y tercer pisos, por los que se ha de pagar 40 pesos y se tiene derecho a una copa- es un ejemplo latente del "aquí nadie se queda afuera". En este lugar de la calle de Monterrey 47, la diversidad sexual encuentra la posibilidad de expresarse a su antojo.

Frecuentada en su mayoría por el mundo femenino gay, esta discotheque ofrece a la media noche los espectáculos de tanga y stripper. Antes se puede bailar en la pequeña pista todas las rolas posmodernas, o jugar billar si se desea una velada más tranquila, aunque no menos emocionante.

Una luz ámbar cubre casi todo el bar y, mientras en la pista se baila hasta la sudoración y el cansancio, algunas parejas procuran el rincón más apartado para palparse... sentirse. Al fondo, un grupo de amigas ha acaparado dos mesas de billar. Ahí estarán hasta la media noche, cuando corran a ver las tangas de Sonia y de Vanessa. Volverán al juego cuando sea el turno de Axell, el stripper.

El grupo está animado. Toman el taco, tiran. Siguen manoseando el taco. Luego suspenden el juego y se reúnen en un círculo muy estrecho, se cuchichean algo. Una de ellas, la morena de tipo costeño, desliza su mano en las nalgas de una de sus compañeras. Después, el grupo regresa al juego, entre risas y miradas de complicidad.

En una mesa apartada, unos amantes ignoran el tiempo y el espacio y las miradas de vouyeristas incógnitas. Transcurre la noche, el lugar se llena por algunas horas, entonces la cosa se pone de ambiente. Y mientras algunas parejitas, con varias cervezas corriendo en sus venas, salen quién sabe a dónde, otro par juega cerca de la barra a sentir, casi en altavoz, la locura del orgasmo.

Se acerca la media noche y anuncian el espectáculo. Las más desinhibidas corren entusiasmadas; quieren encontrar un buen lugar frente a la pista. Aparece la voluptuosa Sonia, con sus formas prodigiosas.

Con la sensualidad de una serpiente, Sonia menea la pelvis con movimientos muy suaves que poco a poco irá acelerando según el ritmo de la música. Miradas concupiscentes subirán y bajarán una y otra vez por sus piernas, su espalda hasta las nalgas, y se detendrán ahí por largos segundos. Los ojos de ellas brillan, en tanto ellos, inmóviles, observan con timidez.

Un movimiento inesperado de Sonia las sorprende. Ellas responden con gritos y aplausos. Sin dar tiempo a que se recuperen del breve espectáculo que ha dado la chica, anuncian a Axell, un moreno portentoso. Pero ellas huyen, no quieren saber nada de él. En otro contexto, el stripper habría sido bien aprovechado.

Llega el turno a Vanessa. Su anatomía es perfecta. Ellas corren a ocupar sus antiguos lugares cerca de la pista, se oye el reclamo: "šPerras!" Bromean. En breve, Vanessa se despoja de la faldita negra. Queda en tanga, ésa es la idea. Y ellas vuelven a soñar. Para entonces ya es de madrugada. (Silvia Garcilazo)