ALGUNOS COMENTARISTAS INVITAN a precipitar un balance del gobierno de Ernesto Zedillo, como si éste ya hubiera concluido, cuando aún le queda a don Ernesto el último tramo de 15 meses (fatídicos para los cinco presidentes que le antecedieron), en los que se dará el desenlace del sexenio, del siglo y del milenio. Es muy pronto para saber la huella definitiva que Zedillo dejará en la vida pública, pero podemos identificar algunos rasgos de lo que Cosío Villegas llamó el estilo personal de gobernar.
Resalta una contradicción mayor: frente a la rigidez en la política económica, nos encontramos una política política contradictoria y zigzagueante. La económica se ha ajustado a un paradigma que pudiera resumirse en que es más importante el aparato financiero que el pueblo. La gente debe pagar el costo y mantener un modelo económico. El sufrimiento y las carencias colectivas se justifican como el precio que pagará esta generación para que otras gocen de la modernización económica. Razonamiento básicamente idéntico al que justificó a las tiranías fachista y comunista.
En cambio, la línea política resulta discontinua y contradictoria. Revisemos: en el primer momento de su mandato, Zedillo parece inclinarse por una reforma a fondo y logra convencer a los distintos partidos políticos para firmar un pacto y arrancar la "transición".
Después rectifica, destituye al equipo reformista de la Secretaría de Gobernación y da por terminada su obra con una reforma electoral que hoy resulta incompleta. En desacuerdo consigo, el mismo Zedillo autoriza o tolera que toda su obra reformista sea atacada de modo sistemático: el IFE independiente, la Cámara de Diputados plural, la jefatura de Gobierno del Distrito Federal, son objeto de presiones y golpes laterales que hacen mucho más difícil su funcionamiento. A partir de 1998 regresan prácticas para coaccionar e inducir el voto en los procesos electorales muy competidos, e irremediablemente las impugnaciones de los opositores.
Ernesto Zedillo pone "una sana distancia" del PRI, pero después interviene en el nombramiento de sus jefes; permite una decimoséptima asamblea muy independiente, pero luego incumple sus propuestas. Decide un proceso de selección del candidato del PRI con rasgos de gran originalidad. Pero impulsa a un candidato oficial al que el aparato de Estado favorece.
En el tema de Chiapas, al principio pareció inclinarse por una solución diplomática, después intenta aprehender a líderes guerrilleros; abre la negociación de San Andrés, pero no honra sus resultados. Y esto da origen a tensiones continuas. Las fuerzas priístas paramilitares realizan una matanza en Acteal que horrorizó al mundo. En la UNAM el Presidente provoca, por mal cálculo, un episodio de huelga pero luego lo deja podrirse.
Pone en el exilio y la cárcel a los Salinas, pero no toca a la red de interés que construyó Carlos desde la Presidencia, lo que le permite desafiar a Zedillo y al proceso de cambio político. Su honestidad personal hace un duro contraste con un acto autoritario, impensable en ninguna democracia normal: se niega a dar información sobre los mecanismos de rescate bancario por los cuales se impondrá al pueblo de México una carga de cerca de los 100 mil mi-llones de dólares.
ƑPor qué este estilo zigzagueante de gobierno? Para empezar, la ideología: Zedillo es un liberal sincero, creyente en la existencia y en la eficacia de la mano invi-sible que actúa aún en la política. Ha intentado dejar que los factores de poder tomen sus propios equilibrios, lo que tiene que ser corregido constantemente. Zedillo avanza, se retira, regresa, hace experimentos maquiavélicos.
Luego, una deformación profesional y la falta de oficio. No sólo es un devoto de la macroeconomía, sino parece que es lo único que ha entendido y practicado toda su vida. Es lo que los jóvenes llaman un nerd. Un joven tecnócrata de gabinete, que ha hecho toda su carrera, como profesor, investigador y alto funcionario del Banco de México y de ahí saltó sin transición a los niveles más altos de la política. Llegó a la Presidencia del modo más trágico e inespe-rado para él mismo.
Padece además de la falta de grandeza, característica en los presidentes mexicanos desde Avila Camacho. Carece de visión, audacia histórica y capacidad y voluntad de influir en las estructuras de larga duración de la vida mexicana. Su horizonte se reduce a su propio sexenio y a su misión de rescate financiero. Incluso parece querer abdicar anticipadamente. De ahí que ya se hable de un balance.
Pero no podrá. Tendrá que ser el timonel hasta la mañana del primero de diciembre del año 2000. Es el plazo de 15 meses donde está su oportunidad histórica. Si garantiza una competencia política leal e impone la banda presidencial a quien la haya ganado en una elección libre y justa, podrá tener un reconocimiento mayor de sus coetáneos que el que hoy podemos imaginar. *