Varios meses después de iniciado el esfuerzo de los principales partidos de oposición para construir una alianza que enfrente al PRI en el año 2000, ésta está en veremos. Y aunque muchos de los dirigentes de esos partidos siguen declarando su convicción aliancista, detrás de ésta se percibe el pesimismo, el desaliento impuesto por las enormes dificultades para llegar a acuerdos fundamentales, particularmente el relativo a la forma de elegir al candidato único de la convergencia opositora.
En los medios de oposición se ha creado un amplio consenso favorable a la alianza, pues la lógica política y el sentido práctico indican su conveniencia, lo que le ha dado calor a las negociaciones en la casa de Diego Fernández de Cevallos. Sin embargo, es evidente que se están imponiendo los enfoques distintos de los partidos, los intereses particulares de éstos y las también legítimas ambiciones personales, concretamente de sus candidatos.
Desde sus inicios era inevitable que las posibilidades de llegar a un acuerdo, sobre todo entre PAN y PRD, iban a depender de la voluntad política (que se necesita en grandes dosis) de los partidos y sus candidatos. Y sólo habría dicha voluntad si tuviera como base la convicción profunda de la necesidad de una plataforma común y un candidato único de la mayoría de los partidos opositores con amplio respaldo de la sociedad, como condición para asegurar la derrota del PRI, que el año próximo va a hacer todo lo imaginable -legal o ilegal- para mantenerse en el poder.
Además, la voluntad derivaría del convencimiento de que el fin de la dominación priísta y del grupo en el poder que ha manejado los destinos del país a su antojo y conveniencia, es necesaria no sólo para producir la alternancia de hombres y partido en el gobierno, sino para concretar una verdadera ruptura política por la vía electoral, y darle así un impulso decisivo a la difícil y prolongada transición a la democracia, indispensable para los grandes cambios sociales y económicos necesarios en el país. Pues si hoy amplios sectores ven con simpatía los esfuerzos en favor de la alianza, no es por el carisma de Cárdenas o Fox, sus precandidatos, sino porque la gente empieza a ver en las elecciones la posibilidad de cambios de fondo en su situación material, cada día más difícil como fruto de las políticas económicas de los últimos sexenios.
La voluntad política y la convicción de los dirigentes protagonistas del esfuerzo aliancista no parecen ser suficientes para vencer las enormes dificultades que implica el ensayo de hacer coincidir en un esfuerzo común a partidos como PRD y PAN, con historia, trayectoria, programa, cultura e intereses tan diferentes. El PAN, por ejemplo, en los últimos años, por su programa e intereses, ha estado y está más cerca del grupo dominante; comparte su estrategia económica neoliberal, lo que es fundamental hoy, y sus diferencias son por la disputa del poder. Por esa razón le es muy difícil adoptar definiciones públicas claras sobre algunos de los asuntos más importantes de la agenda nacional, tal y como lo hizo y lo demandó Cárdenas en su discurso del pasado domingo.
Las dificultades programáticas para construir la alianza son evidentes, aunque los voceros de los partidos comprometidos en el esfuerzo las han reducido al método para elegir al candidato de la alianza. Impotentes para resolverlo, se lo endosan a una junta de notables que no va a hacer milagros, y tal vez sólo confirme que, por ahora, la alianza debe esperar tiempos mejores.
Aunque también es mala señal para todos que nada digan los voceros de los negociadores o digan generalidades sobre el programa común o sobre los alcances de la alianza, por ejemplo, sobre la integración del gobierno de una coalición exitosa. Eso puede indicar que la alianza de la que han estado discutiendo los representantes de los partidos se reduce a un compromiso electoral para tener candidatos comunes a la Presidencia y a las cámaras, lo que seguramente es poco atractivo y la fuente principal de las dificultades para construirla. En todo caso, está en veremos.