Agitación en Moscú, por rumores de su inminente dimisión


Yeltsin, en el ocaso

Juan Pablo Duch, corresponsal, Moscú, 9 de septiembre n Empezó como uno de tantos rumores en esta capital. Y pese a los desmentidos oficiales, la pregunta sigue en el aire: Ƒrenunciará el presidente ruso antes del próximo 19 de septiembre por motivos de salud, de hecho quebrantada desde hace tiempo?

Obviamente, no es que Boris Yeltsin quiera, con ello, sumarse a la celebración del 15 aniversario de La Jornada, pero hay razones de peso para no descartar su dimisión y la convocatoria de elecciones presidenciales anticipadas.

La decisión no está tomada aún y dependerá de sopesar varios factores. Al mismo tiempo, no cabe la menor duda de que dicha posibilidad está siendo considerada como una de las maquiavélicas combinaciones que diseñan los estrategas de la oficina de la presidencia con un solo propósito: asegurar la supervivencia del primer círculo de Yeltsin, tema especialmente prioritario en el contexto del actual escándalo por corrupción.

La fecha no es fortuita. El domingo 19 de septiembre vence el plazo para impedir el acceso de los principales grupos de oposición a la nueva Duma (Cámara baja del Parlamento), sin necesidad de dar un golpe de fuerza o de tomar medidas al margen de la ley.

Ello debido a que la legislación electoral establece claramente que, en caso de que se retire, por el motivo que fuera, uno de los tres primeros integrantes de las listas de partido ya registradas, la coalición -toda- queda imposibilitada de participar en los comicios, previstos para el próximo 19 de diciembre.

Es de suponer que si Boris Yeltsin renuncia antes del 19 de septiembre y si Vladimir Putin -el actual primer ministro- asume la jefatura de Estado interina y convoca a elecciones presidenciales anticipadas en el plazo de tres meses fijado por ley, al menos Evgueni Primakov, Guennadi Ziuganov y Grigori Yavlinski no dudarían en competir por la presidencia.

De tal suerte las coaliciones Patria-Toda Rusia, de Primakov; Por la Victoria, de Ziuganov, y Yabloko, de Yavlinski quedarían automáticamente fuera de la jugada. En otras palabras, el nuevo Parlamento no tendría oposición de centro-izquierda, de izquierda y de centro-derecha, o sus respectivos líderes verían canceladas sus aspiraciones presidenciales.

Esa perspectiva, que abriría de par en par las puertas de la Duma a las coaliciones de derecha, sólo podría ser contrarrestada por una alianza opositora, que en Rusia no sería más fácil de lograr que la que buscan en México los partidos de la Revolución Democrática y Acción Nacional. Dos de los tres candidatos naturales de la oposición tendrían que abandonar la carrera a favor de uno, y los tres se creen con méritos suficientes para ser elegidos.

Hay quien sostiene que la eventualidad de quedarse fuera del Parlamento podría favorecer un entendimiento y, en ese supuesto, sólo uno de los tres sería registrado como candidato a la presidencia.

Hoy por hoy, el político más popular es Primakov y es él, precisamente, quien tendría mayores probabilidades de ser nominado, lo cual representaría un triunfo para el Kremlin, ya que se eliminaría así la estructura organizativa que con tanto esfuerzo ha venido construyendo su principal enemigo: el alcalde de Moscú y número dos de la coalición Patria-Toda Rusia, Yuri Luzhkov.

Los estrategas del Kremlin no temen que Primakov sea el candidato presidencial de oposición. Saben que se llevaría de calle al premier Putin, pero tienen guardada una sorpresa más: el lanzamiento del general Aleksandr Lebed, a quienes algunos consideran el hombre idóneo para suceder a Yeltsin.

Carismático y populista, Lebed -con el impecable apoyo logístico al servicio del Kremlin- podría ser un digno contendiente de Primakov, pues pocos conocen los vínculos encubiertos que mantiene con el magnate Boris Berezovsky y con otros miembros de la familia de Yeltsin.

Berezovsky está convencido de que la renuncia de Yeltsin sería la mejor opción política en este momento, pero todavía falta convencer al propio Boris, cuya desmesurada vocación de poder sigue siendo el principal obstáculo para ejecutar el plan.

Es tan determinante esto último que no sorprendería que la iniciativa sea archivada, como tantas otras que no resultan del agrado de Yeltsin. Más todavía: podría provocar el efecto contrario al buscado por sus promotores e incluso costarle el puesto a Aleksandr Voloshin, el titular de la oficina de la presidencia, y a otros de sus allegados, en una nueva purga en la cúspide del poder ruso.