n Encuentro de Narradores Jóvenes Hispanoamericanos
Impone el mercado su rapacidad y exige que el escritor sea pasivo
n La competencia es tan despiadada como el negocio del futbol
n Carece de validez hablar de generaciones literarias
César Güemes n La mesa redonda fue vía telefónica. Días antes del comienzo del segundo Encuentro de Narradores Jóvenes Hispanoamericanos, que ayer ocurrió en el Claustro de Sor Juana, La Jornada estableció contacto con algunos de los participantes anunciados. La charla versó acerca del concepto de generación y respecto de lo que el mercado le implica a los escritores, con un promedio de edad de 30 años, que llegan al ámbito editorial.
La pregunta inicial es, Ƒexiste entre ustedes el concepto de generación?, y más allá, Ƒsirve de algo, funciona?
Carlos Cortés (Costa Rica), abre fuego: ''Ya no tiene validez hablar de generaciones literarias. Quizá en algunas décadas algunos seamos considerados como la 'generación del fin de siglo' o del 'tercer milenio'. Pero, etiquetas aparte, en la actualidad yo no lo veo claro. Sin embargo, puede ser que tenga sentido en algunos países y en otros no. De las últimas antologías -la de Lengua de Trapo, por ejemplo, Líneas aéreas, en la que participo, o en la de Julio Ortega, de Siglo XXI-, necesariamente incompletas, tampoco se desprende la vigencia de este concepto positivista. Además, colabora el hecho de que la literatura latinoamericana, a partir de los años ochenta, se ha vuelto a 'localizar' en nacionalidades, es más tribal la tribu sudaca y es menos cosmopolita y 'universal' (Ƒqué es la universalidad ahora?) que en los años sesenta. Hay pocos criterios de generalización porque lo macro, a pesar de lo global, va de capa caída''.
Desde Perú, Rocío Silva dijo: ''Se puede hablar de una nueva forma de escribir después del boom latinoamericano. Por supuesto que no es homogénea, pero plantea entradas diversas: la incorporación de elementos nuevos de la cultura 'massmediática', la fragmentación en función de una sensibilidad fragmentada; el uso de rupturas en el lenguaje, la ruptura con reglas tradicionales de la narratividad. En fin, los mundos nuevos propugnan nuevas búsquedas''.
Mario Jurisch, desde Colombia, disiente: ''No me gusta pensar en términos de 'generación'. Quizá de modo involuntario la palabra arrastra la idea de uniformidad y esa idea, a su vez, produce una distorsión en el fenómeno que intentamos dilucidar. Si hablo de la 'generación del 27', pareciera que Jorge Guillén, Luis Cernuda, Vicente Alexaindre y los demás poetas agrupados bajo ese rótulo compartieran un mismo punto de vista. No obstante, si uno abre sus libros, los lee y compara, concluye que es mayor y más atractivo lo que los diferencia que lo que los une. Pensemos en McOndo, la antología preparada por Alberto Fuget y Sergio Gómez. Su lectura nos llevaría a concluir que a todos los cuentistas de América Latina les interesan MTV, las hamburguesas de Mc Donald's, el rock y las computadoras. Me permito ponerlo en duda.''
Temer a la lista de ''los más leídos''
Enlazada desde Argentina, Matilde Sánchez contrataca: ''Existen las generaciones a pesar de que vivimos intentando distinguirnos de la experiencia común. Pertenezco a una generación de porteños influidos por la crítica francesa y sus objetos favoritos (me refiero a la lectura apasionada de Thomas Bernhard o Duras), que soslayaban el boom latinoamericano por sus usos políticos y entraban en misterioso tándem con hallazgos o redescubrimientos locales, como Puig, Osvaldo Lamborghini o Gombrowicz. La generación que emergió tras la dictadura buscaba con desespero poner en práctica la autonomía de la literatura, frente a las presiones ya un poco desleídas del texto de compromiso, dicho con todas las ambigüedades. Uno siempre se siente un poco estúpido buscando rastros de pasto en la leche de la vaca: nuestro alimento siguió los caminos íntimos de la digestión''.
Dante Liaño, desde Guatemala, ironiza para argumentar: ''El concepto de generación literaria se manejó en la crítica de los años treinta, tomado de la escuela alemana de historiografía literaria. Luego se volvió un relajo, porque cada quien manejó su propio concepto. Propongo que lo tiremos por la ventana por pura economía de pensamiento. Y ahí que se las arreglen los críticos para ver cómo clasifican a la especie 'escritores'. Por ejemplo, toda la polémica sobre la Generación del 98 le ha dado de comer a 'generaciones' de críticos.''
Silva señaló: ''ƑPor qué nuestro deseo tiene que pasar por el mercado?, Ƒpor qué cuando se reúne un grupo de escritores se les pregunta por sus ventas? Los escritores no somos editores: interesa que nos lean, por supuesto, pero no necesariamente vender. Cada libro tiene sus lectores; ellos le corresponden y a ellos correspondemos. Los libros tienen una velocidad de escape alucinante y muchos autores le temen a la lista de 'los más leídos' y su condición efímera. Gran falacia: ni siquiera los libros más comprados son los más leídos, no hay ninguna garantía de ello, las estadísticas mienten. El mercado impone su lógica perversa y le exige al escritor una actitud pasiva y ambigua: ese lugar no nos compete, la literatura está en otra parte.''
ƑParticipación anémica?
Mario Jurish aclara: ''La respuesta depende del país. Si nos referimos a Colombia, diría que la participación de los escritores jóvenes en el mundo editorial es casi anémica. Pero, para ser justo, debo decir que no es sólo una cuestión de voluntad. Aquí apenas existen dos suplementos culturales de circulación nacional, ambos poco generosos, y los restantes ocupan una mínima fracción del medio que los alberga. Así, hay una gran actividad literaria en Colombia, pero visible no en los periódicos ni en las revistas de gran tiraje sino en la proliferación de talleres, en la tenacidad de las publicaciones marginales o en las casi inverosímiles cifras de asistencia a recitales de poesía''.
Carlos Cortés atisba un futuro poco promisorio, pero vislumbra una salida: ''El grupo de escritores del que me siento parte, en Costa Rica, se educó sentimentalmente con Cortázar y con la serie El Volador, de Mortiz y con libros baratos de Alianza, los Breviarios del Fondo y Bruguera. Generaciones anteriores lo hicieron con Losada o con editoriales argentinas, que ya no son ni sombra de lo que eran. La situación actual yo la compararía con la competencia despiadada que libran los clubes de futbol: pagan lo que sea por unos jugadores que viven de su estrellato efímero hasta que se queman. Acabo de ser 'fichado' por Alfaguara, porque es la única forma de salir del ámbito centroamericano, e incluso de acceder a él, y evadir el proverbial aislamiento cultural costarricense. Así que quizá no deba ni puedo decir esto que digo, pero me pregunto, Ƒno nos estamos fagocitando unos a otros por la venta inmediata e hipotecando el futuro literario?''
Abrirse paso en la Babel de lecturas
Matilde Sánchez, quien ya no asistirá al encuentro, como les sucedió a otros por falta de fondos o porque, como dice, ''la bajaron del avión", afirmó: ''Los argentinos asistimos a la caída completa de las editoriales familiares que trabajaban con autores de fondo y a la desnacionalización de la industria. La concentración es tan fabulosa que uno mismo debe abrirse camino en la Babel de lecturas y es siempre incierto a qué conjunto de la literatura el propio libro queda adherido. Esta incertidumbre nos da una paradójica impunidad: como escribía Borges, yo no hago caso, sigo con mi traducción de sir Thomas Browne, que todavía no sé si daré a la prensa''.
Liaño sostuvo: ''En Europa, para ser competitivos los escritores tienen que usar los medios del espectáculo. Conozco a un excelente narrador que hizo una presentación de su libro en pelotas (él, no el libro). Otros darían cualquier cosa por aparecer en un talk show que garantice la venta de miles de ejemplares sólo por el hecho de aparecer en la televisión. Dice la leyenda que la fortuna editorial de Susana Tamaro comenzó con una aparición en la tele. En cambio, más astutamente, Umberto Eco casi nunca aparece. La calidad se está midiendo por el número de ejemplares vendidos o por la popularidad mediática del escritor. Hay una especie de fatalismo en la aceptación del libro como producto de la industria cultural, en sustitución del libro como trabajo individual. Con el libro funciona sólo el tiempo como juez. Por más piruetas, será mucho después que se sabrá cuánto valía''.