EL VATICANO ANUNCIO que dará a conocer un documento en el que la Iglesia católica reconoce haber cometido varios errores a lo largo de su historia. Al parecer el pronunciamiento incluirá un apartado sobre la instauración de la Inquisición y la manera en que combatió a los herejes. No hay que hacerse muchas esperanzas de que la retractación vaya a ser amplia y generosa para quienes hace siglos estuvieron en desacuerdo con los jefes de la Iglesia romana.
Formalmente la Inquisición (Inquisitio haereticae pravitatis, fue el nombre oficial) debe su inicio de actividades al papa Gregorio IX, quien la creó en 1233. Pero el organismo ya existía antes de su fundación oficial, como lo comprobaron los cátaros (del griego, puros) en el siglo XII. El catarismo pugnaba por un regreso a la sencillez del Evangelio del Nuevo Testamento, criticaba a la Iglesia católica por su mundanalidad y acercamiento a los ricos y poderosos. La pre y la Inquisición ya establecida persiguieron a los cátaros sistemáticamente, los juicios sumarios, encarcelamientos, guerras y ejecuciones fueron diezmando al movimiento disidente hasta extinguirlo en el siglo XIV. Dos centurias más tarde la Inquisición sería revitalizada, para evitar que la herejía luterana se filtrara en los reinos católicos y sus posesiones en el Nuevo Mundo. Su eficaz y bárbara labor impidió que en las tierras donde dominaba se extendieran las ideas que resquebrajaron de manera definitiva a Europa en dos campos: el de la Reforma (religiosa en un inicio pero que devino en económica, política y cultural) y la Contrarreforma, que tuvo su bastión en España, donde se impidió la contaminación de la libertad de conciencia.
Me adelanto al documento anunciado por el Vaticano y creo que no estoy equivocado si afirmo que el mismo sólo va a tratar cuestiones generales, en las que no se precise la magnitud del error cometido por la Iglesia católica en cuestiones candentes para su historia como la excomunión de Martín Lutero en el siglo XVI, el silencio del Vaticano durante el holocausto nazi, la férrea oposición que sigue manteniendo al principio de libre examen (y su afán de acotarlo con las verdades oficiales emanadas de Roma) y la condena a descubrimientos científicos, que en su momento condenaron los papas en turno. En el caso del monje agustino, él no tenía la intención de llevar su desacuerdo con la escandalosa venta de indulgencias hasta el punto de romper con la Iglesia católica. Las 95 Tesis de Lutero, que fueron fijadas la noche del 31 de octubre de 1517 en las puertas de la capilla del Castillo de Wittenberg, eran una invitación a debatir con los teólogos incondicionales de Roma.
El mismo Lutero quedó sorprendido cuando simpatizantes anónimos tomaron las Tesis, originalmente escritas en latín, las tradujeron al germano, las imprimieron y distribuyeron profusamente. Fue la reacción intransigente de las autoridades eclesiásticas un factor esencial para la radicalización de Martín Lutero. En la Dieta de Worms (abril de 1521, y convocada por Carlos V) el profesor universitario de Wittenberg defiende enconadamente la Biblia como suprema autoridad para el creyente, por encima de la autoridad papal. Antes de la Dieta ya pesaban contra Lutero dos bulas del papa León X, la Exurge Domine y la Decet Romanum Pontificem. En la primera Roma condenaba las enseñanzas luteranas, en la segunda se imponía la pena de excomunión al teólogo alemán. Por cierto que el feroz arrinconamiento padecido hace pocos años por Leonardo Boff a manos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sucedánea de la Santa Inquisición, se debió más a la reivindicación que hizo de Martín Lutero y de una eclesiología muy cercana al protestantismo, que a su compromiso con la Teología de la Liberación.
Una manera de evidenciar que existen ánimos en el jefe de la Iglesia católica para relacionarse de manera diferente con quienes piensan de manera opuesta o distinta a la doctrina del Vaticano, es dejar de estigmatizar y condenar a sus adversarios. Porque de otra manera el reconocimiento de errores antiguos sólo será un arreglo, muy mediatizado, con los muertos que en vida le fueron incómodos y a quienes decirles hoy "usted disculpe las molestias que mi intolerancia le haya causado en el pasado" es un ejercicio tardío e incompleto. Sería mejor que Roma impulsara una política de auténtica tolerancia para con los herederos vivos de los condenados hace siglos por la Inquisición. Que dejara de lanzar anatemas contra quienes difieren de la ética sexual y reproductiva de la Iglesia católica. Que, finalmente, entendiera su papel como un actor más en las sociedades contemporáneas, donde la batalla cultural debe darse en la arena pública y hay que ganarse a los ciudadanos con argumentos y sin coacciones o chantajes emocionalistas. Claro que para hacer esto habría que emprender una profunda crítica histórica de las bases del poder católico romano. Y eso parece lejano del tímido documento que pronto conoceremos. *