Ugo Pipitone
La difícil construcción europea

LAS AUDIENCIAS PARLAMENTARIAS iniciadas la semana pasada para evaluar a los futuros miembros de la Comisión Europea, se han convertido en un campo de batalla. La derecha alemana e inglesa intenta acotar el poder de la Comisión encabezada por Romano Prodi. Manifestando sus críticas a uno u otro comisario se intenta poner a Prodi en una posición defensiva y obtener concesiones en parte destinadas a reforzar el papel del Parlamento y en parte a obtener privilegios nacionales específicos. En la mezcolanza de temas y motivaciones está el deseo de parte de la derecha inglesa y alemana de incrementar la presión sobre sus propios gobiernos socialdemócratas.

Lo más probable es que la guerrilla parlamentaria no tendrá consecuencias importantes sobre las líneas de gobierno de la futura Comisión. Y sin embargo es el síntoma de una situación que tiene dos rasgos fundamentales. En primer lugar, el carácter todavía transitorio de las instituciones europeas y, en segundo lugar, el peligro que la construcción de Europa sea periódicamente cuestionada por razones de rivalidad política al interior de las representaciones nacionales. Tratemos de aclarar los términos del problema.

La Unión Europea tiene tres grandes instituciones rectoras. El Parlamento, constituido por 626 miembros, la Comisión Europea, compuesta por 19 miembros además del presidente, que es el gobierno unitario, y el Consejo de Ministros que reúne a los jefes de gobierno de los 15 países miembros. La anomalía de esta arquitectura institucional reside fundamentalmente en el hecho de que la Comisión depende mucho más del Consejo que del Parlamento.

Hace algunos meses, cuando la anterior Comisión, encabezada por Jacques Santer, tuvo que dimitir en bloque, el nombre de Romano Prodi, como futuro presidente de este órgano, no surgió del Parlamento sino de un acuerdo político entre los jefes de gobierno de los 15 países miembros. Es evidente aquí un diseño: la voluntad de construir un gobierno europeo más sobre la base del consenso entre gobiernos nacionales que a partir de las variables mayorías políticas al interior del Parlamento.

Y sin embargo, la renuncia de la anterior Comisión se debió, por primera vez en la historia de la Unión, a un conflicto duro con el Parlamento, que hizo propias las críticas de nepotismo e ineficiencia dirigidas a la Comisión. Aún sin tener los poderes legales para exigir la renuncia, la presión política fue tan fuerte que terminó por forzar a las dimisiones de la Comisión encabezada por Santer.

Las elecciones europeas de junio pasado, que, por cierto, se caracterizaron por un elevado abstencionismo, dieron a la derecha una clara victoria. Y hoy, el nuevo Parlamento, en el cual se registra la alianza entre conservadores y liberales (284 votos sobre 626), hereda del anterior una voluntad de restringir los márgenes de autonomía de una Comisión a mayoría socialdemócrata. Sin embargo, no es probable que esta mayoría pueda ejercer una presión considerable. Por dos razones.

La primera es que el Parlamento no tiene la facultad formal de rechazar a los miembros del gobierno europeo. La segunda es que la propia derecha está dividida. En efecto, los miembros españoles, italianos y franceses del Partido Popular Europeo (en centro-derecha) apoyan en forma irrestricta a los futuros comisarios.

Digámoslo rápidamente: Europa está condenada al consenso. O, dicho de otra manera, a la concreción de grandes alianzas entre las mayores fuerzas políticas. Es evidente que si no fuera así el gobierno europeo podría ser más expedito, pero es igualmente evidente que dejar afuera de la toma de decisiones importantes fuerzas políticas agigantaría el riesgo de conflictos, políticos y sociales, capaces de debilitar en el largo plazo la construcción europea. Compaginar la voluntad popular, así como se expresa a través de los equilibrios parlamentarios, y una acción de gobierno plurinacional es uno de los mayores retos de las próximas décadas.

Dos riesgos deben ser evitados: un decisionismo sin amplias bases políticas y una fragmentación de intereses partidarios nacionales que podría socavar la construcción europea. En el punto de equilibrios entre estas tensiones de signo opuesto deberán erigirse las instituciones de la Europa unida. Una tarea endiabladamente compleja. *