Teresa del Conde
Zurbarán: las santas y la moda en San Carlos (Segunda y última parte)

El que haya visto la exposición del obrador de Zurbarán, en el Museo de San Carlos, seguro reparó en las damas de alcurnia, engalanadas, con tipos muy españoles que parecen mirar de reojo al espectador aunque en actitudes siempre decorosas. Todas son ''vírgenes de cuerpo entero", según la documentación acerca de tales pinturas. La Santa Casilda, del Museo Thyssen (Madrid, ausente en San Carlos), es una de las más atractivas y típicas; se recoge la ampulosa falda y sostiene en sus manos una primorosa canasta de frutas. Ante tanto santo de ojos pasmados y rostros atribulados, que los discípulos y seguidores del maestro realizaron en el obrador, es una delicia contemplar algunas de estas damas, cotejando sus modas con las de las sibilas o las de la Virgen María.

Santa Bárbara, de Ignacio de Ries, artista con personalidad, que no debe considerarse entre los muchos otros que integraban el taller, pues fue ''oficial de Zurbarán", es una de las mejores pinturas de esta índole, pero sucede que siempre se sabe que el emblema de Bárbara es una torre, alusiva al hecho de que su pagano padre la encerró allí para protegerla de numerosos pretendientes. Ella no renunciaba a su fe. Su padre la mandó matar y un rayo venido del cielo lo convirtió en cenizas. Por eso su plegaria: ''Santa Bárbara doncella, líbranos de un rayo o de una centella".

En la representación de De Ries, la dama tiene como emblema una espada y eso me hace pensar en que quizá debe haber existido otra santa del mismo nombre que no se encuentra registrada ni en el santoral ni en la leyenda dorada, o bien el pintor se equivocó de emblema. Otro dato interesante sobre esa pintura es que la joven no tiene facciones zurbaranescas, como tampoco las tiene una figura femenina más del mismo pintor: Santa Casilda, de cara regordeta, obra de muy buen nivel.

En los obradores de la época, la tramoya era importante como lo ilustra el filme sobre Artemisa Gentileschi. En la pintura de Santa Bárbara, el brocado de la falda, el manto, la chaquetilla de mangas acuchilladas que remata en óvalos enmarcando joyas, son detalles realizados con sumo cuidado; ésa era la moda femenina a mediados del XVII. Contrasta su atuendo con el de la Sibila Eritrea, atribuida a Francisco Polanco, que va vestida como pastora y lleva entre sus brazos un animalito que es emblema cristológico: el cordero.

Otra Santa Virgen deleitosa de mirar (podría ser una cortesana) es Margarita de Antioquía, patrona de las parturientas porque fue engullida por el dragón demoníaco que aparece a sus espaldas. Ella perpetró función de partera en beneficio de su propia persona, valiéndose del callado que empuña. Tanto su sombrero de paja, como el bolso que cuelga del brazo izquierdo, son indicativos del alto nivel artesanal alcanzado en esos tiempos. En el original de la National Gallery, de Londres, el rostro es arquetípico de Zurbarán; se corresponde con fisonomías de otras santas e incluso con rostros de la Virgen María. La versión de obrador que se exhibe en San Carlos es de medio cuerpo y la fisonomía es distinta, obedece a un tipo sicológico opuesto en cuanto a la expresión (muy coqueta) de sus ojos saltones.

Los detalles del vestuario son propios del maestro. Por ejemplo, las escarolas que rematan cuello y mangas, los lacitos colgando en el pecho, el devocionario con cubierta de piel que lleva en la mano y que parece haber sido un objeto que se constituyó en punto de partida. Los personajes, santos y no tan santos de la iconografía zurbaranesca, con frecuencia entreabren el libro con un dedo, para proseguir con la lectura de los textos sagrados. Se trata de gestos que crearon una maniera.

El libro catálogo que complementa la exposición está muy ilustrado y es utilísimo para los zurbaranistas y para todos los que se interesan en saber cómo fue que algunas piezas del maestro y muchísimas del obrador tuvieron amplia demanda en América, principalmente en Lima y en México. Pese a su calidad editorial (está hecho en Valencia) me llama la atención que la mejor de las pinturas que posee San Carlos, del pintor extremeño, no haya quedado reproducida, cuando que se ha prestado para exposiciones internacionales. Me refiero a Cristo en Emaus (1639), que es mejor versión de otra pintura con el mismo tema en colección madrileña.

En México hay obras de Zurbarán, de su mano o de obrador. En Guadalajara, en los museos de San Carlos, el Franz Mayer y el Bello, de Puebla, y en dos monasterios franciscanos: Tlanepantla y Tlaxcala. Hay algunas en acervos particulares. Con excepción de Emaus, calificada de original por Diego Angulo y otros especialistas, siempre será difícil saber si hay piezas de una sola mano. La gran mayoría no lo son.