Ť Rivera Garza escribió Nadie me verá llorar
En busca de las respuestas de los más débiles, los desquiciados
Ť Matilda Burgos protagoniza la novela, premio José Rubén Romero
Angélica Abelleyra Ť Hace cinco o seis años la escritora Cristina Rivera Garza (1964), se sintió observada por unos ojos de mujer en una fotografía. Fue ''una seducción a primera vista" por aquella sonrisa discreta y socarrona de la retratada, un acento en los labios que parecía no pertenecer al de una interna de un manicomio como La Castañeda.
A partir del retrato, las preguntas y la falta de respuestas generaron el impulso primero de Nadie me verá llorar (Tusquets/CNCA), una novela sobre la vida de esa loca: Matilda Burgos, sus impulsos truncos y a veces derrotados, que llegaron con la compañía de otra mirada, la del fracasado fotógrafo de prostitutas Joaquín Buitrago, bautizado de esta manera por las dos iniciales de un retratista que a principio del siglo XX tuvo frente de sí a mujeres públicas que captó en una serie de fotografías rescatadas por el coleccionista Ava Vargas del mercado de la Lagunilla.
Cuentista y poeta, Cristina alió su ejercicio escritural a la historia que ejerce de manera poco ortodoxa y trató de ''explorar el desarrollo y las texturas de los lenguajes de la siquiatría y de la locura a principios del siglo XX"; una tarea que se inscribe en lo que se ha dado en llamar ''nueva historia cultural" en la que los límites entre literatura e historia se diluyen para crear un espacio fronterizo, amplio y flexible.
Presentada a mediados del pasado agosto, Nadie me verá llorar obtuvo el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero 1997. Otros reconocimientos a la autora nacida en Matamoros, son: para su primer volumen de relatos, La guerra no importa, recibió el Premio Nacional de Cuento en 1987 y su primera novela, Desconocer, fue finalista del Juan Rulfo en 1994.
Entre la historia y la literatura
Cristina Rivera vive en San Diego, California, donde imparte clases de historia de México en la San Diego State University, mientras otras instituciones de enseñanza en EU publican sus investigaciones, como Mad encounters (Encuentros demenciales), editado por la Universidad de Nebraska con un estudio sobre La Castañeda, la Nación y las clases sociales de principios de siglo en nuestro país.
La narradora ha escrito ''una especie de ejercicio de velocidad" que lleva el título de Cruzar el Atlántico con los ojos vendados, reunió algunos cuentos desperdigados en Hombres frágiles, dedicará más tiempo al poemario Yo ya no vivo aquí (por el cual recibió una beca del Fonca) y continúa en la confección de un libro sobre la arquitectura de La Castañeda.
Con quien espera ''sobrevivir todos estos intentos" realizamos esta entrevista, por la vía del correo electrónico.
ųTu novela es confluencia de historia y literatura. ƑCómo enriquece la ficción a la realidad?, Ƒqué limitantes genera la realidad para la invención?
ųDesde hace algunos años la mayor parte de mi trabajo se mueve entre la historia y la literatura de manera más bien fluida. Más que ir de un lado hacia el otro, como si ambos campos tuvieran límites firmes y rigurosos, mi trabajo se guía por preguntas que conciernen a los dos, creando un espacio interdisciplinario, fronterizo, que no sólo me parece rico sino también amplio y flexible. Así, mi trabajo histórico es poco ortodoxo. Me baso en los expedientes del manicomio de La Castañeda para tratar de explorar el desarrollo y las texturas de los lenguajes de la psiquiatría y de la locura a inicios del siglo XX. En la novela, claro está, la relación con el lenguaje adquiere una tensión distinta. Tal vez porque mi interés por la literatura precede en mucho a mi entrenamiento como historiadora, la segunda no ha constituido un obstáculo para la primera. Al contrario, mi trabajo histórico parece convertirse en una fuente, una vía más para llegar a la primera.
ųAntonio Saborit comentó en la presentación de Nadie me verá llorar, sobre los orígenes de las fotografías que rescató Ava Vargas y que te inspiraron en gran medida. ƑCómo conociste el material?, Ƒqué te interesó recrear de él?
ųEl libro nació de la seducción de un retrato ciertamente, aunque no uno de la colección de Ava Vargas; eso llegó un poco más tarde. Me explico: los expedientes del manicomio La Castañeda incluyen, además de las historias médicas de los internos, datos de identificación básica, como las fotografías que aparecen en el extremo superior izquierdo de cada documento. Así, antes de entrar al expediente, tienes que enfrentar la mirada a veces distraída, a veces fija, de la persona que merodeas. Fue de esta manera que me vi vista por los ojos de la mujer que terminó llamándose Matilda Burgos. Después llegó la vida del fotógrafo Joaquín Buitrago, que nació, él sí, de las dos letras que firman los retratos que encontró Vargas en La Lagunilla. Cuando vi esas fotografías, que buscaba para documentar un artículo sobre prostitución, supe de inmediato que en ese enigma, en ese anonimato, se encontraba algo que necesitaba.
ųƑPor qué insistir en la vida de finales del siglo XIX y principios del XX?
ųTal vez todo sea resultado de una deformación profesional. O no. Durante los años que van de finales del porfiriato al inicio del México revolucionario se efectuó un gran debate nacional en el que participaron por igual personas importantes y otras anónimas, cada quien a su manera. Las preocupaciones eran abundantes, pero podrían resumirse en una gran pregunta: Ƒqué tipo de nación queremos? Muchos y muy buenos historiadores han respondido a esta interrogante desde el punto de vista de los generales, los educadores, los burócratas, los trabajadores y, aun, las mujeres. Yo busco las respuestas de los más débiles entre todos ellos, aquellos cuya condición socioeconómica y médica los llevó a formar parte del contingente de los desquiciados. Los desvaríos, los tartamudeos y, a veces, la lucidez de estos pacientes son parte de las muchas voces que trataron de definir la modernidad mexicana durante estos años cruciales.
La voces de La Castañeda
ųƑQué te ofrece la vida de los locos?
ųLa locura ha fascinado a más de uno, se sabe. Pero, más allá de romanticismos fáciles, el mundo de La Castañeda es social y culturalmente relevante porque constituyó una arena, un foro, donde siquiatras y pacientes debatieron ideas acerca de lo que constituye una conducta normal y, por tanto, una conducta anormal. La discusión de estas definiciones ųvisible en la construcción de historias médicas en los expedientesų fue en especial importante en una era de profundo cambio social. Las voces de La Castañeda, además, nos permiten oír una historia alternativa de la modernidad mexicana; una versión en la que impulsos truncos y, a veces, derrotados, muestran los ángulos más incómodos de lo moderno. Si se usa una visión que mira ''hacia atrás", como dice Walter Benjamin en sus tesis sobre filosofía de la historia, estas voces ayudan a cuestionar la naturalidad con la que a veces se presenta el devenir histórico. En este sentido, estas voces ponen en duda interpretaciones teleológicas de la realidad y, por tanto, adquieren una relevancia no sólo literaria sino también política.
ųƑAsumes, como uno de tus personajes, que el mundo es un lugar sin solución?
ųUna lectura de la modernidad como destino usualmente retrata al mundo como una línea ascendente de triunfos y logros. La mirada de un fotógrafo fracasado, Joaquín Buitrago, en cambio, captura las fracturas y los golpes de una ciudad que lucha ferozmente por convertirse en algo moderno. Buitrago, un verdadero hijo de la modernidad, nos recuerda que muchas de las posibilidades de la nueva era descansan sobre otras tantas imposibilidades. Es una cuestión de puertas que se cierran para que otras se abran. En la medida en que él no encuentra un sitio en el nuevo contexto social, el mundo se convierte efectivamente en un lugar sin piedad ni solución. Bien visto, el mundo que heredamos de estos años revolucionarios parece hoy darle la razón