En un sentido estricto, el Informe rendido por el Presidente ante el Congreso el pasado primero de septiembre debería ser discutido no por lo que contuvo, sino por lo que omitió. Este es un aspecto relevante del entorno político prevaleciente en el país, es decir, el desencuentro entre la nación y su gobierno. Nadie pareció reconocerse en el discurso del Presidente, ya sean trabajadores o empresarios, jóvenes que aspiran a una mejor educación, familias que exigen más oportunidades, campesinos que tienen cada vez menos posibilidades de vivir de la tierra, grupos sociales marginados que enfrentan fuertes conflictos en sus localidades, en varias partes del país, o la mayoría de la población que se entera todos los días de que el costo del rescate bancario es cada vez más grande y que se hipoteca el futuro.
Una de las limitaciones más visibles del gobierno en lo que dice y hace, es la incapacidad de ampliar las perspectivas de vida de los mexicanos; y frente a un horizonte que se cierra de modo continuo, las alternativas parecen igualmente ausentes. Pero no se pudo siquiera concentrar la atención en lo que significa ese desencuentro, que es grave no sólo por lo que significa para la gestión de este gobierno sino, especialmente, por lo que representa en el marco de lo que se está fraguando como una conflictiva sucesión en el poder. En México estamos viviendo el final de un régimen con muchas fricciones y riesgos.
La atención del entorno político a raíz del informe se centró en el discurso del diputado Medina y en la feroz reacción de los diputados y senadores priístas. No es ya necesario detenerse mucho para calificar uno u otro; en un sentido rigurosamente político, ambos son de gran pobreza, en buena medida tramposos, y no pueden convertirse en la manifestación de lo que la gran mayoría de los ciudadanos exige como práctica de la conducción de una sociedad en la que los enfrentamientos crecen. En México, la política --aun si es vista estrictamente como una necesidad-- se está convirtiendo en parte del conflicto nacional y no de su superación.
La ceremonia del Informe se convirtió en una multitud más que en una asamblea de la República. Esa multitud parecía sin dirección, cuando menos visiblemente, y la presenciamos con cierta vergüenza. Desafortunadamente en esta ocasión forma y fondo coincidieron en su miseria. Otra vez queda claro a todos la debilidad de las instituciones, en este caso manifiesta y exhibida en el terreno político, como en los meses recientes se ha expresado en materia de las leyes y de los mercados. Así es muy difícil establecer los acuerdos a los que, dicen, se quiere llegar para conducir al país. Ni los rompimientos que puedan surgir de las cuarteaduras en el PRI ni las políticas de alianza de la oposición llenarán ese vacío.
En el momento político actual, el mensaje del presidente Zedillo tampoco permitió a muchos mexicanos reconocerse como electores ante un gobierno, unos representantes políticos y unas organizaciones partidarias que se sitúan cada vez más lejos de aquéllos a quienes habrían de convencer para recibir su voto. Ante la incapacidad de virar y proponerle a la nación un programa que la convoque, la política en la visión de muchos de sus participantes se está yendo por el camino vulgar de la fuerza y sin la razón, como si fuera un combate de máscara contra cabellera, de machos y valientes, o un asunto de farándula barata. En la visión de esos políticos parece que se considera a éste como un pueblo con bajo nivel de cultura, pero no debían equivocarse y suponer que es un pueblo de débiles mentales.
Lo ocurrido el día del Informe no es un hecho aislado, fue una expresión fehaciente de la fragilidad del quehacer político, que se ha ido acumulando de manera crónica en el país. Expresa, también, las restricciones que existen para la mayor participación efectiva de la sociedad. La observación clara y lúcida de lo que pasa y la manera en que se reventó la situación en el Congreso el día primero, es una condición indispensable para elaborar un pensamiento que pueda situar a este país en una ruta de arreglo. Los escenarios de desgaste y rompimiento están a la vista.