La Jornada Semanal, 5 de septiembre de 1999
yo hablé con el pedazo de mi madre
por la esgrima de fuego que sostuvo
yo pude hablar con esa jarra fría
y a ese trozo de oído que latía
a ese tercio de madre que me resta
a ese frasco de fe que me cedieron
adiós pequeña
que no quería morir se resistió
fue el potro que pierde la cordura
y es nervio cercenado ante la muerte
tuvimos que enterrarla maniatada
de sangre que se muere
yo vi un dios reventado vi una estaca
de pólvora en su pecho
como una seda sacra
como el último barco
como el pulso final de flama de una astilla
y pesa más que el mundo
y es el diamante hirviente
que entierro entre mis ojos
clementes cirujanos desolados
le pude hablar
decirle
duerme
no habrá bestias feroces entre la oscuridad
Podría jurar que no había visto antes
Para ser más franca en honor a la verdad
Puedo asegurarte que siempre viene desnudo
la extrema delgadez de esta hora
el día sí me visita seguido
y sin horas en los brazos.
Al otro lado de este bosque inmenso
me espera el mundo. Todo lo que he visto
sólo en mis sueños tiene que esperarme
al otro lado de este bosque. Es hora
de ponerme en camino, aunque el viaje
se lleve varios años de mi vida.
De pronto escucho aullar la voz de siempre,
la que siempre ha logrado detenerme:
``Al lado de este bosque, niña,
sólo espera la casa en la que mueres.''
El peine, las horquillas, las fíbulas de marfil
en el armario.
Oh tristeza dulcísima.
Oh variación en las distancias del alma.
Noche y día vago, te llamo
y no aconteces.
¿Dormirás ahora?
Sobre el armario de tu desamparo
el rasgado cielo
deja caer sus agapantos
para alumbrar los días.
¿Dormirás ahora?
Nuestra la tierra, la miel de los vientos,
el refulgente ojo que te aguarda
como la carne en el lecho.
Merendar anhelos tibios
Así debería transcurrir la vida
tomar poesía
decirle al sol
qué brazos tan anchos tienes,
comprar con el salario de tres meses
chocolates en triángulos
de barra
o cuadrito
para regalarle a Susana
a Leticia
al policía que no habla,
y luego dormirse
para mañana
otra vez
comer chocolates
vestirse con tela de sol
beber poesía
y oler a almendras y a ciruelas y a tonto;
con los labios y las rodillas abiertas
y el corazón hirviendo sobre la estufa de los días.
mayra santos me dijeron una vez que me llamaba,
la que me parió sentada en un sillón
enardecida con su nueva virginidá de madre
recobrando sudores, pataletas en pleno olor
trincándose alrededor de nalgas adversarias.
mayra santos
y hasta el sol de hoy
con ese montón de vocales accidentadas
arriba como órgano inaudito.
la cabeza retorcida en siete vueltas
si algún grito paralelo estalla
(aida, jaiba, laira, caiga)
el cuello como para traspasarse
como cuando una se acerca a un charco claro
y allá al fondo se desreconoce.
mayra santos me dijeron una vez que me llamaba
mi madre me lo dijo, y yo le creo con dificultá.