La Jornada Semanal, 5 de septiembre de 1999


Marie Guichoux

(compiladora)


El brasier


Este fin de siglo y de milenio nos ha arrojado a la confección de todo tipo de listas que alimenten nuestra nostalgia instantánea. Borges decía que los elementos que definen una cultura prácticamente desaparecen, como el camello, al cual nunca se le menciona en Las mil y una noches. En las próximas semanas presentaremos -a partir de esta frontera íntima y cada vez más sutil: el brasier- algunos objetos emblemáticos del siglo XX, tan próximos a nosotros que a veces se vuelven invisibles.

Contiene a los fuertes, sostiene a los débiles, reúne a aquellos que están separados.'' Aunque usted no lo crea, esta frase no se refiere a Supermán: estaba escrita en la vitrina de una corsetera en la Francia del siglo XIII. El sostén es uno de los artículos representativos del siglo XX, pero su premisa fundamental, el famoso ``levanta y separa'', era ya una necesidad básica, por decir lo menos, de la mujer medieval.

Madre y puta

La historia de la ropa interior en el siglo veinte registra el ingreso de la retórica y los artificios de la mujer ligera al hogar conyugal. Con ella se borra la frontera entre la sexualidad sin deseo ni placer de la esposa-madre y el erotismo experto de la prostituta.

Farid Chenoune, autor de Les dessous de la féminité.

Así hablaba la corsetera de Colette: ``¡No tenga miedo! le voy a explicar con un trozo de tela. Se atrapa el seno, mire, así, y se dobla por abajo, recogiéndolo lo más posible a los lados. Encima se pone un pequeño sujetador: mi 14-bis, ¡un amor! No es propiamente un sostén: es un pequeño tejido elástico, para mantener el seno en su posición. Y, encima de todo, se pone mi corsé, mi gran 327, la maravilla del día. Y héla aquí con una silueta divina, sin más cadera, vientre ni trasero que una botella de vino del Rhin y, sobre todo, ¡un pecho de efebo! Todo está en tener un pecho de efebo.'' Era 1910; el pecho ya no estaba de moda.

Las pruebas de ropa perdieron definitivamente todo su carácter traumático, y el siglo termina con gran cantidad de relleno y realce. Los senos más altos y redondos. Un poquito a la Pompadour, o bien totalmente libres bajo la transparencia. Todo ha cambiado, excepto el rito de iniciación. Primer sostén, primera feminidad. Cuatro mujeres del siglo lo cuentan.

La revolución del confort

Ida Sidelsky, 91 años, trabajó en el oficio de las pieles en París. Hoy vive retirada entre Cannes y Charenton: ``Tuve mi primer sostén a mi llegada a París en 1923; yo venía de Lituania. Vivíamos en Belleville, y mi cuñada me llevó a una tienda que vendía de todo; la vendedora tomaba la medida de debajo del pecho y te encontraba un sostén. No era un objeto trabajado como ahora; era simplemente una venda blanca, sin ballena ni armadura, que sostenía las dos cosas.

``Mi cuñada me compró dos, para usar uno cuando lavara el otro. Yo tenía unos pechos muy pesados, y el sostén me hizo bien. Estaba muy contenta, podía correr, moverme. En Lituania no tenía los medios para comprar lencería, a pesar de haber menstruado desde los diez años. Un día que había subido a un árbol, bajé llena de sangre. Mi madre me dijo: `No te preocupes, pequeña, no es nada. Tendrás eso todos los meses'.

``En París gané dinero trabajando en los frigoríficos, en la plaza Clichy (yo examinaba los huevos a contraluz). Como había adelgazado, fui a las galerías Lafayette y me compré sostenes de algodón de la mejor calidad, en rosa, azul y blanco; esos modelos no cambiaban mucho.

``Conocí a mi esposo -yo tenía dieciséis años y medio-; él era elegante como un príncipe, yo era deportiva. El era sastre: en la noche salíamos al cine con trajes nuevos. Fue así como me volví coqueta. A él le gustaba que fuera todo igual de bonito por encima que por abajo.

``Durante la guerra, escapamos a la montaña con los partisanos italianos. Ya no teníamos nada, ni siquiera un pañal para mi hija que acababa de nacer. Mucho menos ropa interior...

``En los años cincuenta llegó el nylon. Algunas mujeres no lo soportaban, a mí me gustaba: se secaba rápido. Mi marido sólo disfrutó de unos pocos meses de nuestra jubilación en Cannes, pero a mí me gusta seguir siendo elegante, me gusta aún el negro con encajes. ¿De qué marca? No lo sé. ¿Hay marcas? Yo los compro ahora en el mercado de Cannes. Tienen sostenes formidables y más baratos que en las tiendas.''

El pudor y las fantasías

Eliane Deschamps, 65 años, profesora de italiano en Normandía, vive actualmente en Bretaña: ``Mi padre era obrero, mi madre costurera. Por ella fantaseaba con los sostenes, porque además de las burguesas, entre su clientela había mujeres de poca virtud. No se me admitía en sus pruebas de ropa, pero mi madre, fascinada, me contaba de su ropa interior formidable, con brasieres escotados, satines, colores. Pero yo ¡no me acuerdo de nada!

``Sólo un sostén contó en mi vida, porque me dio un sentimiento de culpa: tenía un vestido color ladrillo con profundas aberturas bajo el brazo y busqué un sostén que combinara. Dudé durante mucho tiempo y casi me desmayo: era rojo y caro -185 francos (en los años ochenta). Era magnífico, de encaje. Lo guardé en el fondo de la cómoda como un objeto de lujo y de remordimientos. Los que uso, quiero que sean de algodón, confortables, y que permanezcan bien blancos.

``En los años setenta, me empleé a fondo en la planificación familiar. Milité en el PSU, al que sigo afiliada. Algunas feministas no usaban sostén, eran más liberadas. Para mí, el sostén era un elemento de pudor, no me sentía lo suficientemente bien hecha para enseñar. Mi cabeza era el juez de mi morfología. Hay también una forma de persuasión colectiva que pretende que la feminidad pase por esos atributos. La feminidad, para mí, consiste en un par de guantes, una bonita bolsa y zapatos bonitos.

``En la planificación familiar, las mujeres venían a informarse sobre los métodos anticonceptivos, pero tras esta simple petición se ocultaba a menudo un problema de relación con el compañero. Sucedía que un compañero fantaseaba con la ropa interior que había visto en las películas eróticas y la mujer, insegura, se preocupaba por la imagen que podría transmitir.

``Mi padre llegó un día con un paquete para mi madre. Había ahí un sostén rosa, muy hermoso y de su talla. ¿Cómo le había hecho? Nos respondió: `Me presenté frente a la vendedora y le hice así.' Mostró sus palmas abiertas y curvadas. La vendedora dijo: `Ya veo.' ¿Mi esposo? Nunca me ha ofrecido ropa interior. ¿Me gustaría? Quizá.''

El erotismo domesticado

Carole Camille, 41 años, fotógrafa, parisina y con dos hijos (18 y 5 años): ``De mi primer sostén, yo me sentía a la vez orgullosa, muy intimidada y un poco avergonzada. Además, mi abuela lo sintió a través de mi ropa, en la espalda, y se lo dijo a todo el mundo. Quise que me tragara la tierra. Tenía 12, 13 años. Después del 68, le entré a todo, Pink Floyd, mariguana, conciertos, pantalones de pata de elefante. En aquella época, los sostenes representaban a los padres, las obligaciones, pero las chicas que tenían pecho seguían usándolos. A mí me venía bien: a duras penas alcanzaba la talla 32-A. Mi madre tenía un busto muy bello, un 34-C, a veces D.

``Los brasieres eran una cosa que no tenía que ver conmigo; tenía unos pequeños senos hermosos y me gustaban. Mi feminidad era una evidencia. Amaba a los hombres, a las mujeres también. La época era unisex.

``Seguí embobada con la onda cool hasta tarde. Durante los años ochenta, junto con el padre de mi hijo mayor, nos fuimos a vivir a un molino en Yonne; compramos patos, gallinas, teníamos un jardín ecológico. Mi ropa interior se volvió mucho más importante cuando me casé con un hombre, uno verdadero en el sentido en que mi primer esposo era más bien adolescente. Este hombre me regaló un corsé y un calzoncito; me puse a comprar brasieres en las grandes tiendas. Sentía que algo me faltaba, con mis pechos pequeños. El discurso imperante marcaba un regreso de la feminidad, una reivindicación más clara de las diferencias. Luego vinieron los ampliformes, con sus consecuentes rellenos. Cuando apareció el Wonderbra, ya no usé más que eso. Me había convertido en una bulímica de los sostenes.

``Con la llegada a mi vida del padre de mi segundo hijo, para quien la feminidad es algo extremadamente importante, comencé a tener un complejo. No estaba ligado a sus demandas, sino más bien a una relación que yo hacía en mi cabeza con mi madre, la cual ponía sus pechos por delante. Los pechos representan el calor, la dulzura, la madre, la mujer, el sexo, todo. Mi nuevo hombre hace fotos de desnudos en las que las chicas tienen en su mayoría los senos operados; pude hablar con ellas, tocar, hice una verdadera encuesta duranteÊun año. Y entonces di el paso: desde hace un mes, es genial, soy 34-C. Me compré un sostén sublime en Rien.''

La generación de la segunda piel

Julia Longavesne, 19 años, estudiante de comunicación y mediación cultural en París-I-Sorbona: ``El primero era una cosita ridícula, blanco con conchas encima. Como yo no me atrevía a hablar de eso con mi madre, le dije a una amiga: fue ella la que me pasó en principio sus sostenes. Además, mi madre no usaba: es una negativa que le viene de mayo del 68; ella apenas ahora comienza a usar. Una vez tuve que comprar uno con ella, en Inno, pero voy a las tiendas con mis amigas. Las primeras veces íbamos a Tati porque ahí tenían medias Dim. Este periodo de los 12 o 13 años no es un buen recuerdo; quería verme mayor, provocar, me teñía el pelo, me hacía falsos piercing, iba a muchas manifestaciones: contra la guerra del Golfo, luego contra el sida. A los 14 años era vegetariana.

``Antes hacía mucho deporte; mis brasieres debían ser cómodos, con la espalda en Y. Ahora estoy en la moto y aprecio los ``segunda piel'', que son transparentes, no se ven bajo la ropa. El Wonderbra no me tienta, realmente. Igual que las cosas de encaje, eso evoca la provocación, una mujer más excitante, aunque sí hay cosas bonitas: de hecho, puede que me atraiga un modelo, podría incluso comprarlo, pero no me lo pondría. Además, tengo un compañero que no le pone atención a eso.

``Voté por primera vez en las elecciones para el parlamento europeo: Cohn-Bendit. No quería votar como mi familia, pero bueno... Mis padres han idealizado tanto el 68 y las vacaciones con la Combi... Para mí, ese es el pasado. No están de acuerdo con una relación larga a mi edad, y además mi amigo es de los celosos. Por mi parte, no siento que esté yendo para atrás.

``Tengo una decena de sostenes pero me pongo todo el tiempo los mismos tres, de escote, algodón, en color. Guardo los otros para las grandes ocasiones. Están ordenados en una cajita de madera en mi armario.''

Tomado de Libération

Traducción de Ana García Bergua