Ha poco tiempo, en una librería del viejo San Juan, me topé con una traducción al inglés de La gaya ciencia, de Nietzsche. Dar con la versión inglesa -la primera, según creo- era ya una novedad. El título -demasiado machadiano en español; ¿recuerdan lo del gay trinar?- en inglés sonaba deslumbrante: The Gay Science. La sorpresa se confirmó al percatarme de que el libro estaba entre otros cuyas portadas mostraban fotos de efebos desnudos, manuales de autoestima gay y estudios de queer literature. El hallazgo del libro de Nietzsche en tan impensada compañía trajo a mi mente las palabras que Guillermo Cabrera Infante dice que dijo Virgilio Piñera, para explicar su aversión por los amantes educados: ``Los hombres de verdad no leen libros. La literatura es mariconería y para maricón, yo.''
En efecto, parecería que la industria editorial gay ha hecho realidad el sueño de Virgilio, y no el romano. Hasta hace poco Wilde, Lorca, Gide, Wittgenstein... interesaban por geniales, no por homosexuales; como Quevedo, Cervantes o García Márquez interesan por lo mismo, quiero decir por sabios, no por feos, mancos, cegatos o heterosexuales, en caso de que lo sean, lo que me importa poco.
Hoy, sin embargo, se escribe con el cuerpo, me dirá alguna conversa. La escritura es deseo, replicará otro devoto. Tales eslogans no son del todo falsos. Yo, por lo menos, escribo con la mano derecha, agente del cuerpo y del deseo -pues con ella cojo lo que pueda-, pero agente también de la inteligencia y de la historia -que por supuesto ya casi me han convencido de que no existe- y de las ideologías, aunque primero me la corto (la mano) que convertirla en pergeñadora de propagandas, a sabiendas. Y hablando de cortar, antes se decía -si era macho el hablante- primero me lo corto que permitir tal cosa. La intención -siempre metafórica, excepto en un cuento castrante del puertorriqueño René Marqués donde es literalmente simbólica- revela la posibilidad cultural y vital de anteponer un principio, un valor, una idea al deseo. Una suerte de ascetismo machista en el cual la virtud -o el prejuicio, que a veces se parecen tanto- reclamaba sus fueros ante el falocentrismo imperante. Antecedentes literarios los hay porque a veces la folk culture y la alta cultura no andan muy despistadas la una de la otra. Decía que los antecedentes existen en los caballeros castos que, armados de platónicas espadas, estaban siempre dispuestos a cortárselo antes que faltarle a su Dama o a su Dios, que para el caso era lo mismo.
Ahora que los viejos moldes patriarcales cambian; y la cultura, antes falocrática deviene culocrática, el capitalismo -que no tiene sexo- amasa millones con el tema del género, y no del gramatical. El capital (y su gemelo el poder) determinan lo que es políticamente correcto o incorrecto. Cuando los revolucionarios cubanos, al falso amparo del marxismo, organizaron aquel operativo moral conocido como la Noche de las Tres Pes contra las prostitutas, los proxenetas y los pederastas de La Habana, a muchos les pareció justo y necesario. Que algunos artistas y escritores hubiesen caído en la redada fue algo lamentable, pero después de todo ellos se lo buscaron por andar escribiendo con el cuerpo y no con una pluma, aunque de ganso fuera. Ahora que las piedras fundamentales de la sociedad puertorriqueña -Pedro Roselló y Pedro Toledo- han hecho lo propio en las calles de Santurce, a muchos también les parece realmente justo y necesario. ( A las locas de la calle San Juan nadie las defiende, ésas son las hijas de Bitola, que se defendía sola.) Ironía de ironías en este mundo transexual, transcaribeño, transgenérico.
Yo, pobre lector, que admiro el genio de Dalí y aprecio de corazón algunos poemas de Lorca, no pude, hace unos días, resistir la tentación -porque la lectura es también deseo- de comprar un libro de Ian Gibson titulado Lorca-Dalí. El amor que no pudo ser. El libro cumplió la promesa del título: un novelón de amor (travestido de investigación) donde lo más interesante resultan ser algunas fotos de Lorca calzado con zapatillas de ballet en una playa. Que el novelón aparezca bajo el sello de Plaza y Janés no es extraño, como tampoco que Siglo XXI publique una serie de fascículos escritos por Paul Strather que se titulan, según el caso, Descartes en 90 minutos, Platón en 90 minutos, Wittgenstein en 90 minutos, etcétera, dedicados a demostrar, a la brevedad posible, que algunos de los grandes filósofos de la humanidad también eran homosexuales. ¿Y qué?
El poder es el poder. Si pensar críticamente la revolución durante los años del estalinismo cultural era incurrir en política incorrección, hoy, escribir estas divertidas anotaciones al rescoldo poscolonial de la industria cultural gay puede implicar el ostracismo literario de un autor. Que no es poco poder casi convertir a Nietzsche en un precursor de los queer studies. Por tanto, que cada cual escriba (o lea) como le guste. Con la pija o con la pluma, con el colon o con el corazón. Pero no olvidar (y ahora, un sentencioso final) que la escritura, si no es respiración, es basura, aunque se escriba a favor de los pobres o de los homosexuales de la tierra.