El discurso del presidente Zedillo ante el Congreso y la clase política la tarde del primero de septiembre, se ajustó a una tradición monárquica que ya no resiste la modernización espontánea de nuestra política. La contestación del presidente del Congreso, el diputado Medina Plascencia, tuvo la desagradable virtud de poner ante el espejo no sólo el carácter caduco de nuestros usos políticos, sino el verdadero ``estado de la unión''.
No es difícil encontrar las raíces de los ``informes'' presidenciales en la cultura política azteca. Recordemos que al jefe de Estado se le llamaba tlatoani, es decir, ministro de la palabra. El dignatario semidivino hablaba en nombre de todos. Era el fiel de la balanza. Sólo ``sus chicharrones tronaban''. ¿Quién se atrevería a refutarlo sin cometer un sacrilegio?
La solemnidad espesa de los informes y representaciones de los virreyes recuerdan el tono aucomplaciente de los presidentes monarcas. Nuestra vida independiente es una larga e interminable transición en la que se alterna el desorden con sucesivas restauraciones de una monarquía absoluta y patriarcal.
La ceremonia del Informe, el recinto y el montaje escenográfico en el que se produce, subrayan el carácter premoderno. El Presidente no sólo es la pieza central maestra del sistema, sino la encarnación del poder. Cuenta con el privilegio de exaltar su obra y de remodelar, según su visión, a la realidad. Zedillo se apegó a los usos y costumbres fuertemente introyectados a los que nos cuesta tanto trabajo renunciar. En uso de sus privilegios, presentó su obra ``histórica'' como cumplida y a su modelo neoliberal como un paradigma triunfante.
La réplica del presidente del Congreso, el opositor Carlos Medina Plascencia, se ajustó puntualmente a la Ley Orgánica del Congreso. Su artículo octavo dispone que ``el Presidente del Congreso contestará el Informe en términos concisos y generales y con las formalidades que correspondan al acto''. Fue una contestación breve, directa, y se refirió en ``términos generales'' al Informe del Presidente. El intento de la fracción priísta para destituir a Medina por su respuesta es una extra-vagancia ilegal. Pero la iracundia de los priístas es perfectamente explicable. Medina rompió el trato reverencial que ellos le dan al Presidente tlatoani. Hay, además, la resonancia de la exasperación. Zedillo, al acorralar a la oposición, ha logrado lo que parecía imposible hace unos cuantos meses: unirla. Por primera vez el PRI está en peligro.
¿A quién sirve el mensaje presidencial en los términos actuales? Las cifras que se manejan pueden tener granos de verdad, pero su manipulación es inicua. Hay que recordar que el organismo que elabora los datos estadísticos es una dependencia de la Presidencia que oculta, altera y disimula las cifras cuando conviene. También es inútil y costoso el ceremonial, e injustificado el despliegue de recursos para que la radio y la televisión monten un espectáculo de pro-paganda masiva. Los informes hasta hoy han carecido de solidez retórica y de autocrítica. Creo que estas ceremonias fastuosas aceleran cierto disturbio narcisista que padecen los presidentes al final de cada sexenio.
Cuando Medina Plascencia le exige al Presidente, en términos bastante respetuosos, cuentas claras y rectificaciones sinceras, parece responder a una necesidad profundamente sentida por la población. Por ello no sorprende que su discurso tuviera un índice altísimo de aprobación. ¿Por qué violentar el texto de la Constitución? El ar- tículo 69 dice que ``a la apertura de las sesiones ordinarias del primer periodo del Congreso asistirá el Presidente de la República y presentará su informe por escrito, en el que manifieste el estado que guarda la administración pública del país''.
Es una disposición sencillísima. Podríamos esperar un documento compacto que pudiera ser examinado con una actitud crítica por los legisladores y por la opinión general. Si el Presidente quisiera, po-dría producir una emocionante arenga de seis minutos rematada por una diana. El viejo rito imperial debería de ser abolido. Debería de pasar a una vitrina del museo de la historia política de México.