Mil 500 comensales convocados por la Canirac


En San Angel, una noche de gula y gala con sentido social

Salvador Castro n Noche de gala. Noche de gula para mil 500 comensales que celebraron en honor a la vigésima muestra gastronómica de San Angel. Repetición del ritual en el cual se entremezclan orgullos cocineriles, destreza de anfitriones, arquitectura culinaria, decoraciones surreales y belleza comestible. Ingredientes agregados al devenir de una gran confección metafórica de la multitudinaria torta de las vanidades.

Fiesta convocada el martes pasado por la grey de restauradores de la Cámara Nacional de la Industria del Restaurante (Canirac), en el feudo más apropiado: el Salón del Bosque, que emerge discreto en plena avenida San Jerónimo.

Curiosa congregación de hombres y mujeres rigurosamente uniformados, coronados con el gorro blanco, aunque los tiempos modernos han impuesto excepciones de naranja o azul chillante.

Con el ánimo de la bacanal, los convidados asisten puntualmente a las siete de la noche, como pocas veces sucede en la vida, para conocerse, intercambiar miradas, verse, rencontrarse, husmear por las veredas de fogones portátiles de alcohol sólido sobre los cuales se mantienen los platillos a la temperatura adecuada, a brindar con los destilados de grano, de uva y de caña de azúcar.

Multiplicidad de propuestas, las hay, pero la torta de las vanidades se inclina a las modas, impone sus criterios dietológicos o sencillamente monta la cresta de la ola vanguardista, ahora china moderna, mandarín o japonesa con toda la crudeza de definición; mañana, tal vez, thai o mexicana de siempre.

Media hora más tarde, cuando ya se ha establecido una cómplice relación entre las preferencias personales de la muchedumbre y los antojos, la pléyade de organizadores toma el estrado, y en pocas palabras reafirma el mensaje del festejo: recaudar, mediante donativos, una considerable aportación para preservar el Museo del Carmen. En esa edición casi 300 mil pesos alcanzó la promesa.

Una vez más los restauranteros de San Angel, pero en general todos los de la ciudad de México, demuestran con acciones concretas el sentido social de la industria, ahora teñida del concepto de turismo gastronómico.

Una mirada a vuelo de pájaro nos describe el espíritu de la celebración, de la gula y el placer de los sentidos: bajo la dirección del chef Jesús García, el Mandarín House ha resultado ser el puesto más solicitado por los comensales, pues en sólo minutos han dejado limpias las tinajas de pollo Hunan, con su característico sabor de ajonjolí dulce; las alitas chinas con su toque de picante, los vegetales que quiensabequién nombró Buda y el arroz frito mixto.

Como siempre, desde hace una década, los sushies del Sushi Itto están presentes en el gusto y la memoria de una juventud propuesta a dejar de lado la obesidad y mantener un cuerpo en armonía. Pero la lista de lugares presentes y bocadillos aún es larga: el New Orleans, con sus medallones de pechuga; el New York Deli & Bagel con su sangüich Aloha con queso cottage y piña; Los Irabien, con alta cocina mexicana del siglo XVIII; La Cabaña con cortes de vacuno; el Antiguo San Angel Inn, con su cocina elegante y de pescados; el Correo Español con sus callos a la madrileña; la Gruta del Edén, con tabule y garbanza; La Casserole y su francesa inspiración; Los Cabuches, con esos platos tan bien presentados que parecen obras artísticas; La Buena Fe, el pub inglés; el Mesón Taurino, con la parrilla de los despojos de la bestia; el Adetto, con ese espagueti a la putanesca arrabiatta; La Fonda San Angel, con sus platos inspirados en la creación de Toño Martínez Camacho; La Taba con asado de tira y sabor argentino y una selección de vinos de Domecq y el Club del Gourmet.

Como todo fin de fiesta, la risas cruzadas, los ánimos cálidos y el deseo de que otra vez se repita el encuentro, quedan en el aire bajo el dulce timbre de un último entrechocar de copas.