Alguna vez, en una de esas entrevistas que pretenden descubrir el lado humano de un presidente, Carlos Salinas dio una respuesta inolvidable. Le preguntaron que si bebía y él respondió, con seguridad aconsejado por su asesor moral, que a veces en la noche se tomaba una cervecita. Años antes, en una charla de la misma naturaleza, Miguel de la Madrid contestó exactamente lo mismo. Algún especialista en imagen supone que una cerveza hace ver al presidente como un hombre relajado, pero a la vez estricto en sus costumbres. ¿Una cervecita?, en realidad daría lo mismo un whisquito o una ginebrita o unos vodkas como el maestro Yeltsin, todo depende de la capacidad que se tenga para beber; hay quien, después de un six pack, sigue pensando con lucidez y hay a quien una cervecita le hace el efecto de media barrica de bourbon.
``Viví cinco meses en Estados Unidos, en 1930, durante la época de la ley seca y, que yo recuerde, nunca había bebido tanto (...) La ley seca fue realmente una de las ideas más absurdas del siglo'', dice Luis Buñuel en sus memorias.
Esta idea absurda sigue aplicándose en México como si fuera una buena idea. Nuestras autoridades creen que beber quiere decir necesariamente ponerse ciego de alcohol y desde ahí lanzan, por ejemplo, esa ley seca diaria que impide a los supermercados vender bebidas alcohólicas después de las once de la noche; ¿para qué?, ¿por qué no mejor a las dos y media de la tarde?, ¿o a las siete de la mañana?
El día del Informe presidencial, como se hace por tradición, se aplicó la ley seca, ¿para quién? Para el alcohólico no funciona, porque desde antes tomó sus precauciones y se abasteció en el súper la noche anterior, antes de las 23:00 horas. Para el borrachín imprudente que maneja en frecuencia Gay-Lussac y que todo el tiempo está a punto de chocar o de atropellar a alguien tampoco funciona, porque también se avitualló desde el día anterior y a lo mejor hasta trae un bar en la cajuela.
Al que elige el 1 de septiembre para irse a comer con sus amigotes, tampoco le funciona la ley seca, porque en los restaurantes sirven bebidas con alimentos. No le sirve de nada al magnicida, que difícilmente va a emborracharse antes de cometer su atrocidad. El bebedor de ocasión muy rara vez elegirá el día del Informe para beber y el bebedor festivo tendría muy mal gusto si se pusiera a festejar las líneas de ese mensaje, frente al televisor, con una caguama entre las piernas. Un borracho que en un volantazo se metiera con todo y coche al Palacio de San Lázaro, sería más tonto que borracho y alguien que no haya bebido nunca no va a elegir el 1 de septiembre para empezar a beber.
En fin, la ley seca parece más una medida moral que práctica. O quizá lo que se pretende es que nadie se distraiga mientras habla el presidente. Si es así, entonces, habría que cambiar la fórmula del Informe en vez de prohibir la venta de alcohol. No vender alcohol para evitar desmanes ese día es una medida tan sabia como no vender automóviles para evitar que las personas choquen.
Para terminar, esta escena familiar que escribió el borrachín de Bukowski un día de ley seca: ``Vaya día de campo, el cual me hace recordar que viví con Jane durante siete años, era una borracha, la amaba. Mis padres la odiaban, yo odiaba a mis padres, hacíamos un buen cuarteto''.