n Usan indígenas lenguaje y actitudes de dureza
Persiste la tensión en Amador Hernández; resisten zapatistas
n Con una obra teatral, intentan crear conciencia en la tropa
Hermann Bellinghausen, enviado, Ejido Amador Hernández, Chis., 3 de septiembre n "Los pueblos que estamos aquí les decimos hermanos a los soldados porque son mexicanos y son indígenas como nosotros", dice un campesino encapuchado empuñando el micrófono, en el recodo del río y del camino donde se realiza el plantón. Hoy se cumplen 24 días de que llegó aquí el Ejército federal a "proteger" la construcción de un camino que la Secretaría de Gobernación declaró suspendida, y 23 días de la protesta de centenares de tzeltaleros de la región y un número variable, de pocas decenas, de estudiantes que los acompañan.
No obstante las palabras del principio, el lenguaje y las actitudes no han dejado de generar tensiones entre los soldados destacados en este ejido y los indígenas al otro lado del alambre. Esta crispación no es una fiesta.
Los lenguajes que cruzan la cerca
El nuevo episodio de la militarización intensiva en las cañadas de la selva Lacandona sigue encendido. La ocupación de dos hectáreas del ejido se mantiene. Bajan helicópteros. Un campamento militar, con su arsenal más bien oculto, encara todos los días a los indígenas de rostro cubierto.
Cuenta Abraham, vocero de los indígenas, que hace pocos días "llegó un helicóptero del que no bajaron nada, ni comida ni equipo, sólo bajó un oficial que no había venido, y fue al campamento". A partir de entonces los soldados "empezaron a ser más agresivos y (a) hacernos burla".
"Se tapaban la cara con su casco, como imitando, y gritaban: Viva Zapata". En una de esas fue que los soldados, detrás de la Policía Militar, cortaron cartucho y apuntaron a los indígenas sus armas largas.
Otro momento de esta acción de resistencia fue cuando, también en días pasados, los zapatistas que hacen guardia en un promontorio, cerca del campamento militar, recibieron en un caset un mensaje del subcomandante Marcos, y otro del mayor Moisés, este último en tzeltal.
Teniendo como rúbrica y fondo canciones de Pedro Infante, y para concluir Caballo prieto azabache, el subcomandante Marcos les mandaba decir a las bases de apoyo del EZLN: "Esos soldados que están frente a ustedes defienden una causa injusta, arbitraria y criminal. Esos soldados saben, lo mismo que nosotros sabemos, que no están ahí para ayudar al pueblo o para traer un mejor nivel de vida. Esos soldados están ahí para que la guerra del mal gobierno tenga un camino por donde atacar a las comunidades que no se rinden".
El mayor Moisés, por su parte, recuerda Abraham, se dirigía a los indígenas: "Todo lo que está pasando con ustedes está llegando a todas partes del mundo, decía el mayor. Hay preocupación de mucha gente por ustedes, que se están movilizando en otros lados. Y que debíamos seguir el plantón, pues".
En otra parte de su mensaje, el subcomandante Marcos decía: "Cuando las carreteras traigan paz y no soldados y tanques de guerra y alcoholismo y prostitución y miseria y enfermedades y miedo, entonces los zapatistas seremos los primeros en el trabajo para construirlas".
Cuenta Abraham, luego: "Les pusimos por el micrófono a los soldados las partes que hablan de ellos. Eso los encabronó, a sus mandos. Pero sacaron grabadoras y cámaras y lo grabaron, y estaban atentos porque tuvieron que oír".
Sorprende el temple de los indígenas que montan guardia, hombres y mujeres de todas las edades, pasando días y noches más duros que en el pueblo de donde proceden. Por las noches, la lluvia cae torrencialmente. Hoy tan siquiera comieron un buen caldo de pollo con arroz, recaudo de carne (aquí el recaudo es la carne) y pasta de letras.
Resistencia también quiere decir aguante. Por eso se rotan, van y vienen de sus comunidades. Para compartir el esfuerzo de la resistencia.
Otros ingredientes
El ingrediente estudiantil del plantón indígena se deja oír continuamente. Una muchacha entona, puesta entre los indígenas y la Policía Militar, como si nada: "Señor policía, qué lástima me das, teniendo tú las armas, no puedes protestar". Y los campesinos corean las mismas palabras.
En medio de la algarabía que sube y baja de tono, de pronto un hombre descalzo atraviesa el plantón por el camino real, arreando una mula cargada con costales, y se introduce en el pueblo Amador Hernández.
En efecto, el camino está abierto. Las serpentinas cortantes se reubicaron a orillas del camino, a ambos lados, para resguardar el helipuerto y el campamento, el cual a su vez aparece oculto tras una apretada barda de ramas que se empiezan a marchitar.
En la pista de los helicópteros se encuentra apostado un batallón de soldados en actitud acechante, armados y vestidos para combate. Pero ya se puede caminar hacia el sur, hacia Nuevo Chapultepec, por ejemplo.
Según Abel, ejidatario de Amador Hernández, los topógrafos y los civiles siguen ahí con los soldados. Y se pregunta que para qué, si ya dijeron que no se va a hacer la carretera.
En otro momento, un orador más hace referencia al Informe presidencial del día primero: "ƑDónde están la atención médica y la educación que dice con su discurso? ƑCuál libertad?, si para nosotros nomás salir a San Quintín o La Soledad y ya te están pidiendo identificación como si no estuviéramos en nuestra casa".
Los tzeltaleros serios, y las tzeltaleras de ropa multicolor y limpísima en medio de tanto lodo, miran de un modo tremendo. Sus ojos, subrayados por el embozamiento del paliacate o el pasamontañas, son de una redondez desconcertante. Por lo general no muestran ánimo de sonreír. Es la mirada de los que defienden su vida con su propia vida.
Los niños que están en el pueblo juegan. Los que están en el plantón en el vado de Amador, en ningún momento.
Una mujer indígena entona: "Soldado mexicano, no mates a tu hermano", y enseguida: "Soldado de pantalón y cachucha, ya métete en la lucha".
Y entonces, de los estudiantes salen ecos del CGH, con la tonada de Sacaremos a ese buey de la barranca, que ya también ha sido himno de los barzonistas: "Sacaremos al Ejército de Chiapas", seguido de un "meteremos el Ejército al cuartel".
Teatro de protesta
Ayer por la tarde hubo una representación teatral de los indígenas zapatistas ante el cordón militar: púas, escudos, cascos y garrotes, y un paso atrás, armas largas y lanzagases.
Uno de los estudiantes funge como maestro de ceremonias, pero la obra la idearon, representan, y sobre la marcha la improvisan, un grupo como de 15 jóvenes tzeltaleros.
Mezcla de teatro campesino, parodia política y manifestación de protesta, con repentinas participaciones de los cientos de indígenas que, además de los soldados, son el público.
Sin mucha prisa, la representación cuenta la historia de dos primos, jóvenes campesinos que deciden meterse de soldados en el Ejército Mexicano, aun con la oposición de su padre y su madre, que le dicen a uno de ellos:
-Ya es mucha chinga ser soldado, no vayas -dice el padre.
-Ahora quieres ser soldado para matar a tus mismos padres -dice la madre, y finalmente, el padre cede:
-Si ya pensaste bien hijo, pues nimodos.
Decididos a no quedar "aquí rascando culo o güevo, vamos a ser militar", los dos muchachos se presentan ante el general Genrrucho y el teniente coronel, quienes los aceptan: "No importa que seas chaparro con cara de indio". El micrófono pasa de mano en mano, para que se escuchen los parlamentos.
Apenas disfrazados, la familia la componen actores vestidos del diario. A los soldados los representan, encapuchados como los demás, una decena de hombres con armas de vara, con lianas; visten impermeables verde olivo y diversos tipos de sombrero, o sencillamente ropa verde.
En este tipo de cosas el lenguaje campesino no es necesariamente sutil. Los mandos en la obra, al recibir a los nuevos soldados, les indican: "Recibe el arma con que vas a matar a tu familia. ƑTe gusta tu arma?"
Estos dos primos, de apellido Soto, sufren la dura vida del cuartel, los malos tratos, las humillaciones:
-No chingues, morro. No tienes derecho de criticar a tu mando -le dice su jefe al primo que manifiesta inconformidad. Y agrega:
-Vas a limpiar el baño y vas a lamber mi culo para castigarte.
La obra transcurre en dos escenarios, en los extremos de la alambrada de púas. Vuelve a escena la familia:
-Cuando viene nuestro hijo a la casa viene muy borracho. Quedó de mandar dinero, pero no manda -dice el padre.
La madre se refiere a las prostitutas y a la vida que está llevando su hijo.
Todo el tiempo, desde la valla militar, dos oficiales filman la representación y al público.
Cambia la escena. Un estudiante, el único que actúa, hace los papeles de Clinton y Zedillo. Cambia de personaje cuando cambia de teléfono (es decir, de los trozos de rama que hacen las veces de auriculares). Dice Clinton que las propiedades de un tal mister Johnson están amenazadas, y le exige que las proteja:
-Tienes que cumplir mis órdenes. Ya no querer nosotros más indios.
Cuando los soldados de la obra reciben la orden de atacar, se aprestan a ir a matar a la familia.
La verdad, hay bastante crudeza en este juguete teatral. La familia protesta y grita "Zapata vive". Son niños, mujeres y hombres. Llegan los soldados y pum-pum, los matan, así nomás.
Un soldado se inconforma:
-Salí de soldado porque me hicieron matar mi pobre madre y padre -dice, alza el puño, y corre gritando: "Viva el EZLN" y "Zapata vive". Se aleja. Final abierto, como quien dice.
A lo largo de la representación, cuando la familia gritaba consignas, el público las coreaba, y el teatro dejaba de ser teatro y volvía a ser una manifestación.
Hasta donde las caretas de fibra de vidrio dejaban traslucir, los rostros de la valla militar se mantuvieron duros. Imposible ver sus ojos. Tras ellos, sus mandos, y elementos de inteligencia militar, veían, oían, grababan y filmaban al detalle. Momentáneamente, algunos soldados sonrieron.
Un estudiante, que vestía una camiseta azul con el escudo del ave bifronte de la UNAM, había comentado las incidencias:
-A ver, soldados, esta obra de teatro no es en su honor sino para que ustedes la vean.
En el momento de la masacre teatral, el estudiante, otra vez al micrófono, diría:
-Ahora los militares van a atacar, en su noble tarea de masacrar indígenas.
Por rústico y naif, no menos teatro shock, la representación ocasionó, en algún momento, el relevo, uno a uno, de los policías militares en la valla, atrás de la serpentina cortante.
Desde el camino, o trepados en los árboles, los campesinos zapatistas vieron la obra. Y apoyadas contra un tronco, o bien en primera fila, las mujeres hicieron lo mismo y gritaron su parte.