El gravísimo conflicto en la UNAM está poniendo en la discusión pública la reforma en la estructura de gobierno de la universidad. Sin embargo, estoy convencido de que la reforma que debe tener prioridad es la académica, encaminada a alcanzar que toda actividad de la UNAM sea de elevado nivel, tanto en la docencia como en la investigación. El régimen de gobierno debe ser el más adecuado para que la universidad desempeñe sus funciones con la más elevada calidad, y debe estar al servicio de estas tareas.
Estoy convencido de que el principal problema que enfrenta la UNAM en el plano académico es la gran heterogeneidad de la calidad de la docencia. Esto se manifiesta en que de la universidad egresan estudiantes con un nivel óptimo de formación, pero, simultáneamente, en algunas escuelas está en condiciones de completar su carrera gente que de ninguna manera tiene el nivel de calificación requerido.
Todas las grandes universidades del mundo aspiran a que sus egresados lleven su sello de calidad. O sea, que el haber egresado de una de esas universidades constituya una garantía de elevado nivel de preparación. Lamentablemente, con el egresado de la UNAM esto no ocurre. De no resolverse rápidamente este problema, las dificultades a las que se están enfrentando los egresados de algunas facultades para insertarse en el mercado laboral serán crecientes.
Generalmente, se señala que la causa de este problema está, en primer lugar, en los estudiantes. No comparto de ninguna manera esa opinión. El nivel de formación de los estudiantes está, en primer lugar, determinado por la calidad del profesorado. La elevada heterogeneidad de los egresados es el reflejo de la gran disparidad en la calidad del personal docente. La UNAM cuenta con una gran proporción de personal académico de la más elevada calidad, comprometido con sus tareas de docencia e investigación, y que está formando estudiantes de elevado nivel. Lamentablemente, estoy convencido de que en algunas facultades hay no pocos casos de docentes que no cumplen con estos requisitos, y el mejor reflejo de esto son los malos estudiantes.
El lograr un nivel homogéneo de elevada calidad requiere trabajar en programas intensos de actualización del profesorado, ligar más estrechamente la investigación con la docencia, acotar en forma precisa la libertad de cátedra, que al ser entendida por algunos como el derecho de enseñar lo que el profesor quiera, está permitiendo que no se cubran los programas básicos de los cursos.
Para mejorar la calidad de la enseñanza es imprescindible que exista un sistema de control de la calidad de la docencia, cuyo objetivo central no debe ser la persecución de los profesores, sino el perfeccionamiento de la planta docente. En esta tarea es imprescindible la participación de estudiantes y profesores. Los primeros deben evaluar a los segundos, y esto debe dar como resultado medidas concretas que conduzcan a eliminar las deficiencias que ellos perciban. Para ello, es también fundamental, particularmente en el caso del personal docente joven, que los profesores más experimentados asistan a las clases que aquéllos impartan e, inevitablemente, si un profesor es sistemáticamente mal calificado, tendrá que abandonar la enseñanza.