LETRA S
Septiembre 2 de 1999
Editorial
Las medidas punitivas, persecutorias, que se han querido imponer desde el comienzo de la epidemia de sida para controlarla, se han revelado muy ineficaces y hasta contraproducentes. Sobran los ejemplos del fracso de las políticas de salud que optan por el acoso, la prohibición y la restricción de derechos por encima de las campañas informativas y educativas.
Por ello, resulta inaceptable que la campaña "limpiar a Córdoba de la escoria" tenga como propósito controlar la epidemia del VIH, como afirman sus autores: las autoridades panistas de esa ciudad. Se trata más bien de uno de los argumentos espurios que suelen utilizar los funcionarios del PAN para disfrazar sus intolerancias. Es el caso de la regidora de Salud del ayuntamiento de Córdoba, Esperanza Torre Arellano, quien no puede ocultar su ánimo represor cuando se muestra "aterrada" y preocupada por el avance de la epidemia: "Ni un homosexual más en las calles ni en bares ni cantinas", exclamó. Como es obvio, lo que le preocupa realmente no es controlar la epidemia de sida; su obsesión es desterrar, expulsar, erradicar lo que a ella le produce asco y profundo disgusto: la presencia en la vía pública de los "indeseables".
Más allá de lo inhumano que significa despreciar y negar la asistencia a un grupo de personas en riesgo, sobre todo cuando esa es la responsabilidad de los servidores públicos, tratar de "resolver" un problema de salud violentando los derechos humanos y civiles de un grupo de la población, no sólo resulta anticonstitucional, sino muy contraproducente desde el punto de vista de la salud pública.
El respeto a los derechos humanos y el combate a la epidemia del sida no están reñidos. Para detener la propagación del virus del sida en la población, debemos limpiar al país de intolerancias panistas.