Esta exposición, que alberga el Museo Nacional de San Carlos, es un ejemplo en más de un sentido: la vinculación con la Generalitat valenciana ha probado ser fructífera en alto grado y gracias a ello la muestra, que puede considerarse ``de camera'' (se asume como tal, no tiene otras pretensiones) va acompañada de un libro bien editado que se convertirá en pieza de colección. El que haya pocos Zurbaranes originales, más algunos en colaboración con otro pintor, otros de taller, varios de obrador e incluso copias -malas y buenas- añade interés a todos aquellos observadores que tienden a examinar las diferencias entre original y copia, entre obra de varias manos y obra de autor único, entre original y falsificación. Esto último no queda ilustrado en la muestra, aunque no hubiera estado mal incluir algún falso Zurbarán, que los hay, si bien sabemos que eso es difícil, pues a diferencia de los ingleses (recuérdese la exposición FAKE, en el British Museum) no somos capaces aún de reírnos lo suficiente de nosotros mismos.
Sé de un ``Zurbarán'' que se ostentaba como original en un museo del estado de México, que fue realizado por el pintor Roberto Parodi, quien a su vez eligió tema zurbaranesco para participar en la exposición Encuentros, que tuvo lugar en el MAM, en 1992.
Una de las experiencias más didácticas y a la vez gratificantes que el espectador puede obtener de exposiciones como la de San Carlos, es pararse a distancia de los cuadros, permanecer así un rato y esperar a que empiecen a ``guiñar el ojo''. Luego hay que acercarse para verificar si el guiño corresponde a una vinculación legítima o, por el contrario, si sólo se trata de un flirt pasajero. Recibí un guiño más que legítimo de la que quizá sea la mejor pieza exhibida, el San Jerónimo traído del Museo de San Diego, que es un Zurbarán excelente. Junto se encuentra el mismo santo en versión de obrador, traído de la colección de las capuchinas de Castellón de la Palma. Magnífica idea exponer esta obra: permite calibrar una buena pintura junto a otra, exacta en distribución de elementos, ejecutada con torpeza. ¿Qué pasó con los copistas? Entendieron la iconografía, respetaron la gesticulación y... nada más.
Puede resultar interminable analizar los dos cuadros, excepto por el león que acompaña al santo (se ve que Zurbarán nunca vio uno) el original es masterpiece. De la misma procedencia que su copia realizada en obrador (o sea de las capuchinas) es un San Agustín mitrado, mucho mejor que el San Jerónimo, debido a que el paisaje está bien entendido. Se desarrolla allí una escena en la que aparecen dos figuras: el propio Agustín (no era santo, ni entonces ni cuando fue ordenado obispo de Hipona) dialogando con un niñito al borde de la playa. Ese detalle, que debió explicitarse en la cédula del cuadro, está referido al misterio de la Santísima Trinidad que, como bien se sabe, es dogma de invención agustiniana.
Se supone que el San Juan de Dios, del Museo Nacional de San Carlos, no es obra de obrador, pero la verdad son cosas difíciles de discernir, aunque existan diagnósticos positivos al respecto. Me gusta esa representación porque el santo tiene cara de loco, acorde con el menester que acompañó su vida: el cuidado de quienes perdieron el uso de la razón y de los desvalidos. Es mejor cuadro y más zurbaranesco el San Diego de Alcalá, que proviene de la Iglesia de los Santos Justo y Pastor de Madrid. A este santo le sucedió algo que veo inconveniente: gracias a un milagro, los panes que sostenía en su hábito para repartirlos entre los pobres, se convirtieron en rosas: así es de aleatoria la hagiografía cristiana, pues sin duda los pobres esperaban los panes, no las rosas.
El visitante puede reparar en otros dos cuadros que se exhiben juntos: el que viene de Londres es horrible y, el de la colección Abello, excelente. Ambos representan a la Virgen niña, con cara de pambazo, pero eso no importa: son los detalles secundarios los que cuentan, los que hablan de una cotidianidad bien vista por el maestro, patente en un cuadro zurbaranesco, hasta donde sé, de colección mexicana, estudiado por Xavier Moyssén. Tal vez pudo haberse solicitado para la exposición. Se titula La casa de Nazareth y los presagios de la Virgen. Cuentan con varias versiones, unas mejores que otras. Lo interesante es la buena fortuna que desde sus inicios tuvo el original, que en sus variaciones se vio fragmentado por quienes las ejecutaron. Algo similar sucedió con la Virgen niña en éxtasis, obra a la que aludí líneas atrás, de la que existen numerosas versiones, posiblemente porque el tema inspirada infinita ternura y sobre todo porque en el siglo XVII, como resultado de las políticas piadosas de la Contrarreforma, el culto mariano ofrece un repunte muy alto.
El anónimo seguidor de Zurbarán que realizó El arcángel Adriel (serviría para ejemplificar el mito del andrógino) debió haber sido un avezado pintor. Esa pieza está entre las más gratas de todo el conjunto aunque el nombre del autor se haya perdido.