Políticas científicas

y sucesión presidencial

Juan Carlos Miranda Arroyo

Con el inicio de las campañas de PRI, PAN y PRD para seleccionar a sus abanderados y contender por la Presidencia en el 2000, los partidos se han ocupado de desplegar, en voz de sus precandidatos, las líneas políticas generales en las que expresan, con diversos matices, sus adhesiones, simpatías o discrepancias implícitas acerca de los temas básicos de la agenda nacional: empleo, productividad, industria petrolera, educación, salud, políticas fiscales, finanzas públicas, burocracia, desarrollo agrícola, seguridad, comunicaciones, Chiapas, narcotráfico, corrupción, etcétera.

También se han declarado en torno a los magros resultados de la aplicación, durante los años recientes, de las llamadas políticas neoliberales. Sin embargo, han quedado pendientes las ideas concretas sobre los contenidos de un programa específico de gobierno y la manera de aplicarlo durante los próximos seis años.

Un paquete de reformas de esa naturaleza deberá incluir, por ejemplo, una propuesta clara y sin rodeos sobre las cuestiones inherentes al desarrollo científico y tecnológico nacional. La razón de ello es muy sencilla: los precandidatos deben reconocer que un aparato de ciencia y tecnología propio constituye el eje principal del desarrollo económico y cultural de cualquier nación, y que el rumbo que adopten las instituciones encargadas de realizar investigación en los distintos campos del conocimiento tendrá repercusiones profundas e irreversibles en todos los ámbitos de la vida social.

Como se ha observado en estos meses de promoción política, los aspirantes aún no tienen respuestas a preguntas puntuales como Ƒqué proyecto de reformas ofrecen en materia de desarrollo científico y tecnológico de aquí al 2006? ƑCuáles son los alcances y limitaciones al poner en marcha una serie de reformas en ese ámbito? ƑEstán pensando en un sistema de ciencia y tecnología realmente nacional (no sólo capitalino), bien planificado, robusto, descentralizado y autosuficiente?

En ese nivel de análisis, prácticamente los proyectos de gobierno brillan por su ausencia. Es preocupante que prevalezca tal vacío de ideas porque, al menos en el caso del sector ciencia y tecnología, las políticas públicas requieren un giro total. ƑQué medidas tomarían los aspirantes en la eventualidad de adoptar decisiones trascendentes, de alcance nacional, en esa materia?

Al parecer, y por lo que indican los discursos en lo que va del presente año, ninguno de los precandidatos se ha declarado explícitamente, por ejemplo, sobre qué hacer con el financiamiento para la ciencia o la fuga de talentos y el impulso a los jóvenes investigadores, y menos aún en torno a la participación de la iniciativa privada en las actividades de investigación. En resumen, no existe una visión de política de Estado en este sector por parte de los contendientes.

Si la sociedad no ve con claridad cuáles son las propuestas de cambio que cada uno de los aspirantes ofrece en temas tan generales como el empleo o la salud de los mexicanos, es difícil que conozca los contenidos propuestos para desarrollar nuevas políticas científicas y tecnológicas. Y de ello deberán estar conscientes los precandidatos y sus equipos de campaña.

Hasta la fecha, los discursos han estado dirigidos hacia diferentes sectores de la población, sobre todo a aquellos con carencias y limitaciones económicas o que padecen un profundo rezago cultural y de oportunidades de desarrollo. Qué bueno que se ocupen de "los grandes problemas nacionales". Lamentablemente, los mensajes políticos también han estado orientados hacia las cúpulas más influyentes del país: líderes empresariales, directivos de los medios de comunicación, jerarquía eclesiástica y demás cabezas de los sectores de mayor peso dentro del esquema de poder político y económico (el Ejército, por ejemplo).

A los científicos no se les percibe como una fuerza política. Se les ve más bien como a un grupo de sujetos que actúa independientemente de las corporaciones y los actos masivos. Y quizá por ello los políticos los consideran ajenos a la lucha por el poder.

El problema de los científicos, desde la perspectiva de los políticos, es que sus dirigentes no son manipulables y su conducta es absolutamente autónoma de los intereses y directrices de los partidos. (La única instancia representativa de la comunidad científica es la Academia Mexicana de Ciencias, antes Academia de la Investigación Científica, cuya mesa directiva históricamente ha sido congruente con tal perfil independiente.)

Debido a ello, será conveniente que la academia, por su fuerza moral más que política, invite a los aspirantes de todos los signos para que expongan abiertamente ante la comunidad científica sus ideas y proyectos sobre el futuro de la ciencia mexicana, o tan sólo para dar a conocer los planes que cada una de sus organizaciones ofrece a la sociedad en este ámbito.

 

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