Poesía y ciencia, últimos ámbitos del conocimiento útil para sobrevivir


Petrarca esquina con Newton

Carlos Chimal

Tengo un amigo cuya tía es un poco chola, pero cuenta historias que te dejan la cabeza en la nevera. "A ver, Ƒqué le dijo Jesús a sus discípulos en la última cena? ųnos espetó la digna señora la otra tardeų: y = 3 x 2, en verdad os digo que y = 3 x 2". Se hizo el silencio. La tía continuó: "Los discípulos apenas salen de su asombro y empiezan a cuchichear entre sí, hasta que el bueno de Pedro alza la voz y dice: 'Maestro, no entendemos...' 'Pero, Ƒqué no ves la parábola, cabeza de chorlito?', responde Jesús".

Esto me hizo pensar que, de alguna manera, todos nos las arreglamos para cruzar el vado. Hay quienes se empachan y creen que se los va a tragar un hoyo negro. Otros, menos dispuestos a dejarse arrastrar por la melancolía y el banalismo imperante, escuchan los mensajes del cielo, como Guillermo Cabrera Infante, quien me contaba el otro día su breve relación con las computadoras.

Convencido tardíamente por su familia de adquirir un artefacto similar (o "compatible", como dice la jerga), sus nietos prometieron enseñarle a componer música para una película de ciencia ficción, si él quería. Vinieron los técnicos a Gloucester Road e instalaron todo lo instalable. La noche anterior a la primera lección de los nietos, una enorme bolsa de agua venció el piso de la vecina y cayó sobre el sitio destinado a la máquina. Don Guillermo regresó a un sabio habano, a la tecla mecánica y al sólido papel.

Yo, como los números enteros, soy racional (siento que no tengo motivo de estar en este planeta si no los invito a pensar, a veces a actuar y casi siempre a jugar); la realidad a la que pertenezco se da en rebanadas y por magnitudes geométricas. Forma parte de un movimiento inevitable hacia la heterodoxia, alentado por los juguetes virtuales y la consolidación de las hiperciencias en los últimos 20 años. Lo que antes era visto como una distracción, como parte del diletantismo al languidecer nuestros mejores años, hoy es materia de importantes discusiones en los ámbitos de la literatura, la ciencia y la filosofía. Y hemos estado en la cancha para relatarlo; no después, como una metáfora o una canción nostálgica, como si fuéramos niños de Timbiriche con nostalgia de Eddie Cochran ni Dead Heads, sino en vivo y a todo vapor.

He platicado varias veces de estos temas con leyendas vivas de la ciencia francesa, como el premio Nobel y miembro de la Academia Francesa de la Lengua François Jacob, y he trabajado junto a Pablo Rudomín en la edición de su obra científica por El Colegio Nacional. Peor que en las series amarillo lavabo de Crime o The Truest Story, el escritor científico tiene que entrar en una cavidad a 300 metros bajo la tierra, donde hay campos magnéticos ante los que un Terminator temblaría de emoción, o a laboratorios donde se manejan susta ncias radiactivas cuya vida media no baja de semanas, incluso años, y se analizan y recrean formas vitales de virulencia insospechada o se producen materiales realmente tóxicos. Para desencanto de los paranoides agentes rastreadores de los archivos X, lo que el escritor científico se lleva de ahí no es un heraldo de muerte sino la idea clara, como en la literatura, de que los bárbaros no vienen para callar nuestra lengua sino para multiplicarla.

Como los números enteros, esta serie de artículos es finita y tratará de mostrar, por un lado, que la poesía y la ciencia son los dos últimos ámbitos del conocimiento útil que pueden ayudarnos a sobrevivir como especie; y por otro, de proponer una geografía y señalar los espacios en los que se genera el pensamiento más vigoroso de nuestros días.

Los vínculos entre la ciencia de Copérnico, Galileo, Kepler, Newton, Einstein, Pasteur y la obra de Petrarca, Chaucer, Shakespeare, Cervantes, Góngora, William Carlos William, William Wordsworth, Paul Valéry, Italo Calvino y Octavio Paz, por mencionar sólo algunos ejemplos ilustres, son reales, fueron originales en su momento y merecen

ser comentados.

El fotón y el fauvismo; el espacio y el cubismo; las manzanas de Newton y de Cézanne; la curvatura del espacio-tiempo y Henry Moore; surrealismo, Octavio Paz y la relatividad de Einstein; el nuevo concepto de tiempo y el futurismo; lo sagrado y lo profano en el problema cerebro-mente; enfermedad y la novela del siglo XVII; la perspectiva estacionaria del Universo y la fotografía del siglo XX; el reposo absoluto, la gran arquitectura y el nuevo darwinismo; quiralidad y poesía, Ƒpara qué?; el caos, Dalí y la física de las altas energías; el arte naïve y el tiempo no lineal del New Age; el sentido gótico de los aceleradores y la estética industrial de los detectores de partículas, son sólo algunos de los temas que componen el mosaico de estudios literarios y del arte de los últimos años. Pueden encontrarse trazas de esta simbiosis, más rica de lo que algunos pensarían, por ejemplo, en el paralelismo de la obra poética y ensayística de Octavio Paz (en particular lo dedicado a la pintura y las artes plásticas) con las ideas y descubrimientos científicos a lo largo del siglo XX. Los ensayos que Paz dedicó expresamente para reflexionar sobre esos campos, la poesía donde encontró conjunciones, así como la cultura científica que floreció a su alrededor, son conocidos.

La relación entre poesía y ciencia, entre ciencia y poesía no es, cabe aclararlo, una cornucopia de imágenes literarias, dispuesta naturalmente para solaz y regocijo de los poetas divinos y seglares, sino un enigma, en ocasiones hermético, difuso y ríspido, que puede desesperar y lastimar a algunos. Si algo se obtiene después de resolver el enigma son mejores ideas y más claras para comprender la naturaleza, de la cual formamos parte, y el universo donde habitamos.

Pero no encontraremos la respuesta. Tal vez por eso la disyuntiva romántica entre el corazón apasionado y el cerebro maquinal aún sigue espantando a muchos artistas (y a no pocos científicos), después de 200 años, desde "La isla en la Luna", de William Blake. Eso lo supieron bien Carlos William, Calvino y Paz, de manera que, si bien no exentos de tropiezos e interpretaciones erróneas, se acercaron con agudeza a ese mundo de códigos, experimentos peligrosos e ideas descabelladas, inductor de contradicciones religiosas y morales, y encontraron forma de arrojar luz sobre los nuevos paradigmas en el pensamiento científico y literario contemporáneos.

El auge en el estudio de las relaciones entre ciencia y literatura es evidente en las universidades e institutos más importantes del mundo. El escritor científico ya no es un mero divulgador de noticias del laboratorio ni un fabricante compulsivo de formas ilimitadas y nuevas fronteras artificiales, en contubernio con los "investigadores sin escrúpulos" que "sólo buscan asegurar financiamiento para su trabajo". Es, como el personaje en la novela de Eumeswill, de Ernst Jünger, un testigo ocular donde otros no quieren o no pueden entrar, aun cuando lo que sucede adentro les atañe.

 

[email protected]