A medida que el sexenio empieza a declinar, los problemas que no han tenido ninguna solución todos estos años se empiezan a añejar, y lo añejo en política es equivalente a fracaso. La dinámica de la sucesión presidencial se ha instalado de tiempo completo y el Presidente ha pasado a un segundo plano en la opinión pública.
Antes, las facultades del destape hacían del quinto Informe un acto de balance en donde el primer mandatario conservaba su poder. El hecho de tener un gobierno dividido ha terminado con la gran parafernalia que había en torno a los informes, pero junto con eso el sexenio de Ernesto Zedillo también ha terminado con la capacidad para resolver los problemas urgentes, para hacer de la política un espacio de decisión.
Es larga la lista de los pendientes y preocupante el rumbo que han tomado ciertas decisiones. Zedillo pudo haber pasado a la historia, entre otras cosas, como el que negoció el conflicto de Chiapas; sin embargo, su figura será la del Presidente que no quiso y ni siquiera entendió la dimensión del levantamiento indígena. Pero no pidamos peras al olmo y revisemos su tema fuerte: la economía.
Después del error de diciembre, el gobierno aplicó un programa de emergencia; la política fue, otra vez, amarrarse el cinturón y detener el crecimiento para pasar la emergencia. El discurso oficial fue repetitivo y en el cuarto Informe se dijo: ``El único camino responsable consistía en tomar las medidas necesarias para resolver la crisis económica por alto que resultase el costo político para el gobierno'' (Masiosare, 91). Por supuesto que este gobierno nunca va a reconocer que había otros caminos. Ahora anuncia que la macroeconomía va muy bien y que ya se empieza a notar en los bolsillos, pero la verdad es que se nota en muy pocos.
La globalización también sirve para mirar a otros países y ver lo que han hecho para enfrentar este tipo de crisis. Así me encontré con la investigación de Enrique Valencia Lomelí, quien hizo una tesis de doctorado y comparó los programas de ajuste y las trayectorias económicas entre Corea del Sur y México. En esta última etapa de su trabajo, el doctor Valencia encontró un dato muy interesante: los co-reanos pasaron por una terrible crisis entre 1997 y 1998; su PIB cayó 5.8 por ciento, el desempleo se disparó de 2.1 a 8.7 por ciento a principios de este año, y los salarios manufactureros se precipitaron en más de 9 por ciento. En México, con este tipo de crisis se hacen recortes al gasto público y social y se establecen topes salariales, como una receta obsesiva desde los años ochenta.
En Corea, el estudio de Valencia encontró que el programa de emergencia fue todo lo contrario del mexicano: se implementó una especie de blindaje social para apoyar a los sectores más vulnerables y fortalecer la red de la seguridad social; para ello se programó que el déficit fiscal en 1999 llegaría a menos de 5 por ciento del PIB. No hubo oposición empresarial ni de los organismos financieros internacionales (FMI). El nuevo gasto social coreano está dedicado a fortalecer su red de seguridad social: el sistema de pensiones se amplió a los desempleados; el seguro de desempleo (instaurado en 1995) cubre ya prácticamente a todos los trabajadores; se incrementó la creación de empleos temporales públicos y aumentaron los apoyos fiscales y financieros a pequeñas empresas. Todo este gasto especial de 1999 se calcula que será de unos 8 mil millones de dólares, según el estudio de Valencia. Con este apoyo social, la política económica coreana tuvo un crecimiento en su espesor social, y el blindaje fue completamente diferente al que se planeó en México para el próximo año, en donde, otra vez, ``el bienestar para las familias'' tendrá que esperar.
La economía que nos deja el zedillismo es de menos poder adquisitivo, caída de prestaciones contractuales, recortes sociales pero, eso sí, hubo rescates carretero y bancario, y contratación de más créditos, por si se ofrece. Este quinto Informe será más de lo mismo; el Presidente repetirá que lo hecho era el único camino. Mas, ya vemos cómo en Corea del Sur sí hubo otra política y, por supuesto, otros beneficiarios.