En 1992, el teniente coronel Hugo Chávez, al frente de doce batallones de paracaidistas, pretendió dar un golpe de Estado al gobierno de Carlos Andrés Pérez: falló en el intento. Seis años después, el Polo Patriótico integrado por cinco partidos de izquierda y el Movimiento Quinta República lo llevaron a la Presidencia con un resultado contundente: 56 por ciento de los votos a favor.
Chávez supo capitalizar el desprestigio de la corrupción y la impunidad de la clase política venezolana y la enorme pérdida de credibilidad de los partidos políticos que habían monopolizado la vía electoral: Acción Democrática (socialdemócrata) y Copei (demócrata-cristiana). Pero su triunfo expresó, igualmente, el fracaso del modelo económico, evidenciado por sus saldos: Venezuela, uno de los países más ricos en recursos naturales de América Latina, tiene al 80 por ciento de sus 23 millones de habitantes en la pobreza, 50 por ciento de la población económicamente activa se ubica en la economía informal, la clase media ha perdido 70 por ciento de su poder adquisitivo en los últimos 20 años, el déficit fiscal es de 7 mil millones de dólares, y su deuda --la cuarta por su dimensión en América Latina-- requiere un servicio del 40 por ciento del presupuesto nacional.
El escenario venezolano está caracterizado por la presencia de enormes dificultades: graves compromisos económicos y financieros, acuerdos comerciales firmados, préstamos contratados con la banca internacional y fuerte dependencia económica en las exportaciones de petróleo, entre otras.
El 25 de julio pasado --a menos de un año de que el Polo Patriótico alcanzó el poder-- la conformación de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) evidencia la consolidación de Chávez: de los 131 miembros que la integran, sólo cinco pertenecen a la oposición.
La ANC se creó para cumplir una tarea específica: redactar una nueva Constitución. Sin embargo, muy pronto ha desbordado su mandato y ha sido utilizada por Chávez para vulnerar a lo que denomina las ``viejas cúpulas corruptas'': los partidos tradicionales que han gobernado al país en los últimos 40 años.
Una de las primeras acciones de la ANC fue nombrar una Comisión de Emergencia Judicial para vigilar a la Corte Suprema de Justicia. La presidenta de este órgano, Cecilia Sosa, decidió presentar su renuncia; no estaba dispuesta a sesionar con un congreso intervenido por la Asamblea, lo cual, en sus palabras: ``había terminado con todo viso de legalidad en Venezuela''. Por su parte, los miembros del Congreso decidieron tomar un receso de tres meses para evitar un choque con los miembros de la comisión.
La Asamblea declaró una emergencia legislativa para limitar los poderes del Congreso y aprobó el viernes pasado un decreto que limita al Congreso a la realización de sólo tres comisiones y suspende las sesiones legislativas a efecto de lograr que la iniciativa de creación de una nueva Constitución pueda continuar sin obstáculos.
En este contexto de emergencia, Chávez ha declarado que no tiene pretensiones dictatoriales; sólo busca el bienestar nacional. Sin embargo, muchos datos llaman a preocupación: la excesiva concentración de poder en la ANC; las filtraciones sobre los contenidos del borrador de la nueva Carta Magna que podría estar lista en diciembre de este año; el fortalecimiento de la presencia militar en el país; y la reinstalación en las fuerzas armadas de algunos de los militares que habían sido expulsados porque participaron con Chávez en el intento de golpe.
La victoria electoral del Frente Patriótico constituye una advertencia para todas las naciones de la región: la democracia debe trascender las ``fronteras'' electorales y ofrecer bienestar. ``Si los regímenes democráticos no producen rápida y visiblemente mejorías en los niveles de vida de la población --ha escrito Carlos Fuentes--, ésta les retirará su confianza y se la devolverá a otra tradición nuestra, la mano dura, el hombre fuerte, el autoritarismo''.
La desesperanza y el escepticismo no son buenos consejeros. Nuestras democracias tienen poco tiempo para ofrecer respuestas y entregar resultados. No basta con administrar las crisis, hay que resolverlas.