n Antonio Avitia preparó un estudio del género
El corrido, historia escrita por los trovadores ajenos al poder
n Todo movimiento social tiene canciones alusivas, explica
Angel Vargas n Cuando Antonio Avitia Hernández era niño, jamás imaginó que uno de sus gustos y formas de entretenimiento de esa etapa de su vida se materializaría con el transcurso del tiempo en una importante investigación sobre la historia de México a través del canto popular.
Originario de Durango, el historiador dedicó 20 años de su vida a corroborar la importancia del corrido como fuente fidedigna del acontecer nacional por medio del tiempo. Esa investigación quedó plasmada en el libro Corrido histórico mexicano, publicado por editorial Porrúa en su colección Sepan cuántos.
El volumen está divido en cinco tomos, que en conjunto comprenden desde la época de Independencia hasta la novena década del siglo XX. El primero abarca de 1810 a 1910; el segundo, de 1910 a 1916; el tercero, de 1916 a 1924; el cuarto, de 1924 a 1936; y el último, de 1936 a 1985.
Cada uno de los corridos compilados (cerca de 800) fue cotejado y validado con otras fuentes de investigación, además de que se les añadió un texto explicativo, que abunda sobre la ubicación cronológica y el contexto histórico de la pieza.
Con maestría en historia nacional por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Avitia Hernández explica que el corrido histórico es la versión cantada que una persona o un grupo, generalmente ajeno o contrario al poder, ofrece sobre un suceso, acontecimiento, tragedia o catástrofe que se presenta en un tiempo determinado.
En ese sentido, dice, es una fuente más que apoya el discurso histórico del país:
"Como apunta Antonio Estrada Muñoz en un epígrafe de un cuento, la historia no sólo suele ser escrita por los vencedores, sino también por los trovadores y, en mejores condiciones, hasta con música".
No obstante su aportación como medio para comprender el pasado, este género lírico narrativo es un tanto desconocido, contrario a lo que sucede con los corridos sobre personajes o hechos imaginarios, indica.
"En el gusto popular predominan los ficticios. Incluso, se cree que muchos de los personajes sobre los que se habla sí existieron, como Juan Charrasqueado; Camelia la Texana; Porfirio Cadena, el ojo de vidrio, o Gabino Barrera, el que no entendía razones y andaba en la borrachera. Pero si se les escucha con atención, sobre todo los que compuso Víctor Cordero, se puede percibir que no cuentan nada, aunque comercialmente les ha ido muy bien".
Aclara que no todos los corridos históricos han pasado inadvertidos, y cita como ejemplo el de Valentín de la Sierra, escrito por Lidio Pacheco, que se encuentra entre los preferidos del público, aunque por cuestiones comerciales sus 36 cuartetas originales fueron reducidas a menos de ocho, con lo cual se distorsionó de forma considerable la historia original.
Luego de refutar la idea generalizada sobre la condición anónima de este tipo de composiciones, el también autor del libro Teatro para principiantes (Arbol Editorial) apunta que si bien todas las civilizaciones del mundo han tenido su lírica narrativa histórica, México se distingue por continuar desarrollándola y fortaleciendo: "Lo extraño del país es que a pesar de que se han modernizado los medios de comunicación y que supuestamente se ha entrado a una cultura global, sigue existiendo este tipo de género como algo muy cercano de la gente, como algo muy propio de ella".
Sobre este punto, Avitia Hernández escribe: "La tradición de cantar la historia ha sido muy respetada entre el pueblo mexicano y, salvo excepciones raras, todo movimiento social, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, tiene sus canciones y corridos y, en correspondencia, los más fuertes movimientos sociales y los acontecimientos de mayor relevancia han propiciado la creación de una mayor cantidad de corridos".
Agrega que éstos varían de forma y nombre de acuerdo con las diversas zonas del país, a excepción de de Yucatán, donde su presencia es casi nula. Así, por ejemplo, se les llama bolas surianas en Morelos y Guerrero, pero también en Oaxaca, Puebla, estado de México y Michoacán; mañanas en Zacatecas y Aguascalientes, así como en Jalisco, Durango, Nayarit y Zacatecas. Otra de las formas en que se les conoce es como tragedias.
El investigador admite que al corrido generalmente se le vincula con el México revolucionario, pero puntualiza que su presencia incluso ha marcado diversas etapas del devenir histórico del país:
"Cuando matan a Benjamín Argumedo se considera que es el fin del gobierno de la convención; el corrido Glorias de México marca el desarrollo del porfirismo, así como los de Heraclio Bernal e Ignacio Parra serían los clásicos sobre el bandidaje de esa misma época. El de Gloria a Aquiles Serdán sella el fin del porfirismo y el inicio de la Revolución; Valentín de la Sierra es el tema clásico de la primera rebelión cristera, y el de Nueva rosita, de Agapito Maltus Ruiz, es el más importante corrido de los movimientos obreros mexicanos".
Tras enumerar algunos datos estadísticos, como que Michoacán y el Bajío son las zonas donde se presentan más corridos, o que Pancho Villa es a quien más cantidad de esas composiciones se le han dedicado, seguido por Alvaro Obregón y Emiliano Zapata, Avitia Hernández explica que el libro Corrido histórico mexicano representa un interesante material de consulta para ilustrar los diversos periodos históricos del país, sobre todo los más desconocidos. Entre estos últimos cita lo que fue la segunda rebelión cristera, "uno de mis hallazgos más significativos, porque a pesar de que duró todo el periodo cardenista, de 1936 a 1941, es desconocido".
Abunda que en esta segunda rebelión "hubo batallas muchísimo más graves y más terribles que las del cedillismo, pero tanto la Iglesia como el Estado soterraron esa historia. Los corridos la hicieron salir y mostraron que esa fue una rebelión indígena y no de fanáticos religiosos. Es una historia muy interesante".
En otro rubro, señala que al corrido se le mantiene al margen de la "alta cultura" por su condición popular. Incluso, acota que existen muchas personas que no lo consideran poesía.
Explica que en los treinta y cuarenta algunos poetas, como Miguel L. Lira, Francisco Castillo Nájera, José Muñoz Cota, Renato Leduc o Celedonio Serrano Martínez, decidieron crear un estilo culterano o culto, pero no tuvieron la respuesta esperada, no obstante que varias de las composiciones se interpretaron en el Palacio de Bellas Artes. "Estas propuestas fueron poco afortunadas, no trascendieron en el gusto de la gente".